Capitalismo. Bancos. Riesgos, corridas y dolores

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Por Silvana Melo
    (APe).- El banco muestra cartelería que promete felicidad. Crédito y futuro promisorio. Crédito es creer. Que el banco crea en el anónimo que se detiene ante una caja. Y que el anónimo le crea al leviatán que desfila con ambo y corbata. Durante el día los anónimos desencajados están amontonándose para llevarse lo propio. Lo que el leviatán les guarda y, como garra implacable del sistema, puede negarse a devolverle en cualquier momento. Se agolpan en las cajas en colas interminables. Y se llevan a casa lo que estaba en la nube virtual del sistema bancario. Donde las angustias serán otras.

Cuando la tarde cae los otros, los que no tienen nada, se acercan al banco para estar a salvo. Para desenrollar su colchón, caracoles urbanos forzados a la deriva. Para cubrirse un rato con la frazada que haya. Y comer lo que se consiga. Pero despiertos. A la luz de las consignas felices. Sin tener nada. Pero despiertos. Porque a la noche no se duerme en la calle. A la noche despiertan todos los monstruos. Y el frío crece y crece y baja de los cuatro grados y la muerte da vueltas alrededor como un ave de presa esperando el alimento. Cada uno come lo que puede. Cuando puede.

Las vidrieras bancarias prometen préstamos. Que hay que devolver. Como el dinero que depositó la gente que se agolpa durante el día. Prometen tarjetas mágicas. Que endeudan y asfixian con la soga de la usura. Prometen plazos fijos por homebanking. Pero a la tardecita el home banking se convierte en la casa del banco para el que no tiene nada. Un pedacito de techo feroz, un jol de entrada al sistema que en la puerta desahucia a patadas. Una vecindad con el cajero automático que es automático y no hay tarjeta magnética del excluido que le permita acceder a dos o tres pares de esperanzas salidas de la ranura.

¿Cómo se mide el riesgo país de los que coquetean con la muerte cada amanecer? ¿Cómo se detiene la corrida bancaria, si por la mañana se corre para no perder y por la tarde se acarrea la vida para no morir, siempre en la misma vidriera que promete ser feliz? ¿Cómo se contiene la corrida cambiaria si el dolor se dispara mucho más arriba que el dólar? ¿Cómo si cada día que los números tan ajenos varían hacia el cielo en las pizarras de los bancos cada uno es más pobre y más despojado y más saqueado en alimento y en dignidad?

Todos los contenedores de basura tienen piernas y cinturas. Gente sin cabeza que busca la vida entre la basura.

Hambre.

El banco, paradigma y encarnación física del capitalismo, es un escenario de riesgos, corridas y dolores. Pizarras donde brillan los peores números, esos que arrancan la piel, que disparan el hambre, que naufragan el día que viene.

Por ahí pasa la oscuridad anémica de estos días. Donde no está amaneciendo. Tercamente no amanece.

Edición: 3938


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