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Por Alfredo Grande
(APe).- No todos los intervalos son iguales. Por eso la muerte no iguala, sino que congela las diferencias. Algunos llaman a esto herencia. Vienen sin nada, viven sin nada, se van sin nada y la nada dejan. Ni el recuerdo. Los herederos de intervalos más lujosos, dejan mucho, demasiado. Estatuas, mausoleos, cuadros, tierras, acciones de empresas, fideicomisos. Si del polvo todos venimos, al mismo polvo no todos volverán. Esto queda en superficie en los denominados accidentes, guerras, masacres, genocidios. Cuando la pareja siniestra entre poder y crueldad logra conquistar almas y cuerpos, las sombras reinan por enormes intervalos.
Tristeza no tiene fin, dijo el poeta. El dolor, el miedo, el hambre, la penuria cotidiana, la enfermedad, tampoco tiene fin. La pareja siniestra entre poder y crueldad puede denominarse pacto mafioso o pacto perverso. Es lo opuesto a una alianza, que para ser tal tiene el carácter de inclusiva. O sea: nadie queda afuera, y todos entran de la manera que puedan. Pero entran.
El pacto perverso sella una extraterritorialidad. Decretan quiénes morarán durante el intervalo al este del paraíso. Es una discusión nada extravagante si la humanidad empezó como alianza y degradó en un pacto perverso. O si comenzó como un pacto perverso que necesitó el maquillaje encubridor de la alianza. Solamente por los frutos podremos imaginarlo. La actualidad de la cultura represora, gobierno más, desgobierno menos, es la amplificación del pacto perverso a escala planetaria. Planificando el sufrimiento, que justamente eso es la crueldad. Planificando el enriquecimiento lícito, que eso es el capitalismo.
Y aunque usted no lo crea, las teorías conspirativas son apenas las profecías necesarias para intentar, habitualmente sin lograrlo, salir de la plañidera ingenuidad cotidiana que algunos llaman sentido común. Cuando el pacto perverso pierde el manto encubridor de la alianza (de clases, sin ir más cerca, de vecinos con gobernantes, sin ir más lejos) salta el conejo de la suerte de la corrupción. Los policías que sonríen con los vecinos en los afiches transmiten el evangelio de la seguridad prometida. Cuando asesinan, masacran, chocobarizan su accionar, aparece la miserable apelación a la corrupción.
Los perros rabiosos no son perros corruptos. Se los entrenó para vivir con rabia y para descargarla sobre los que nunca fueron invitados a ningún banquete. Por las dudas que pretendan golpear las puertas de los señores. Los perros rabiosos nunca leerán a Claudia Rafael. Viven en otros intervalos.
Pero después de tantas tristezas, tantas penurias, tantos dolores, tanta niñez atormentada y torturada, decidamos que nunca más usaremos el taparrabo de la corrupción. Como con cinismo con par nos exige la cultura represora. “No se puede generalizar. Hay policías buenos” gime un periodista que es apenas un locutor mal informado. Explicarle la diferencia entre sujeto e institución no da. A mí por lo menos. Las lógicas institucionales perversas son malas para la vida. Y si hubiera un policía bueno, tendría que renunciar inmediatamente.
La lógica perversa no se corrompe: es corrupción fundante. La lógica de despedazar, destrozar, aniquilar. El fallido intento de descuartizar a Tupac Amaru es un acto de corrupción en superficie. Público. A la vista de todos. Nosotros, sin el valor y el coraje del Inca, buscamos la corrupción en los sótanos del poder. Y la pensamos como la antítesis de la piedra filosofal. Aquella con la cual los alquimistas pretendían transformar el plomo en oro. El pacto perverso fundante se hizo con plomo, incluso para las balas. Y nosotros lo llamamos democracia representativa que es el mejor sistema posible, aunque a veces aparecen focos, abscesos, de corrupción.
Entonces como en las unidades electorales anti, sólo une el espanto, nunca el amor. Pero es un espanto que marca el fundante perverso de esa unidad. Negado por el taparrabo de sonrisas y abracitos. No olvidarán que el actual presidente no llegó porque lo votaron, sino que lo votaron porque llegó. Ese intervalo merece un pensamiento crítico de profundidad infinita. Y no se remonta a la noche de los tiempos. Fue ayer nomás cuando le pusieron la alfombra roja para que llegue a Jefe de Gobierno.
Es un momento para subvertir el fundante. Desalojar todos los pactos mafiosos y perversos, incluso los más sinceros y populares. Lo revolucionario es también, un estado de ánimo. De producción deseante. Entonces la corrupción nunca más será coartada y la crueldad del poder será extirpada.
Edición: 3882
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