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Por Claudia Rafael – Foto: Constanza Niscovolos
(APe).- La gente tiene que aguantar. La gente aguanta. La gente viene aguantando como un sino fatal prediseñado para sellar los días.
La gente tiene que aguantar. Lo dijo Mauricio Macri, con rostro compungido. Mirando a la cámara y hablándole a “la gente”. La que aguanta. La que viene aguantando desde los inicios mismos de la historia. Y dijo que tenemos que tirar todos juntos de este carro, no hay soluciones mágicas, yo estoy convencido de esto, estoy dejando la vida en esto. Entonces hay que aguantar.
Arremangarse. Y tirar del carro todos juntos. Con Macri, Juliana Awada y Antonia, limpios y perfumados a la cabeza, con la multitud de anónimos que empujan y tiran del carro. Mientras Macri sonríe y sigue repitiendo, como una cantinela desquiciada, que la gente tiene que aguantar. Y va haciendo lugar a la cabecera del carro porque él, coucheado en el baño de un lujoso hotel, quiere convencer de que –como canta Serrat- la gente va muy bien para construir pirámides, para tirar del carro. Y entonces hay que nutrirse de paciencia. Respirar hondo. Y tirar. Tirar desangrados hasta la muerte misma. Tirar como sólo pueden tirar los nadies. Porque después de todo –sigue el catalán- la gente va muy bien como dato estadístico. Anónimos comparsas de este culebrón.
Un culebrón indigno de Migré, que le escribía al amor romántico y no al sufrimiento esclavo. Este es un culebrón del que sólo salen indemnes los señores que nunca tiran ni tirarán del carro. Como indemnes salieron los ex directivos de la Sociedad Rural Eduardo De Zavalía y Juan Alberto Ravagnan por la venta irregular (por unos 30 millones de dólares en 1991 aunque costase 130 millones) del predio por la que fueron condenados pour la galerie Menem y Cavallo, con penas de poco más de tres años.
Por todo eso hay que aguantar. “La gente” tiene que aguantar. La misma gente que de un plumazo se cayó del mundo. Y terminó hace rato o ayer mismo bajo un puente, en una esquina anónima, en la ranchada de Constitución o en la de las Barrancas de Belgrano. Porque “la gente”, la que tiene que tirar del carro, es la que –dixit La Nación- necesita 10.032 pesos más que un año atrás para no ser pobre. Y juntar –para una familia de cuatro- más de 27.000 pesos al mes.
Y entonces tiene que tirar del carro, porque no hay soluciones mágicas.
Tirar del carro.
Aguantar.
Respirar hondo. Tener paciencia. Olvidarse del hambre. Aunque el estómago duela hasta retorcerse. Aunque las puntadas acuchillen el alma. Aunque el olor de la pobreza avance e invada la ropa y la piel. Aguantar. Aunque ni el cuerpo aguante. Aunque los pibes nazcan sin futuro. Aunque sepan que siempre hay que tirar del carro. De algún carro. Del carro de otros que sólo saben de diseñar inequidades.
Porque, después de todo, Macri dice la verdad. No hay soluciones mágicas. Y urge entender, de una vez por todas que la sangre debe bullir hasta decir basta. Para no sucumbir entre los puñales de los que pretenden marionetearnos la vida. Para que la savia sea semilla de otra historia. Integra. Que cante otros versos y escriba una música que se vista de rebeldía. En la que el sol deje de temblar y los pies de los niños desarrapados dejen de tiritar a la intemperie de la ciudad.
Edición: 3842
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