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Por Alfredo Grande
(APe).- La cultura represora, en sus versiones más democráticas y humanas, cuando al lobo todavía le quedan algunos jirones de la piel de cordero, inventa y sostiene distintas formas del encubrimiento. “Ayuda humanitaria” en las fauces de un gringo racista, es la marca comercial de una versión del exterminio y la colonización.
“Servicios de inteligencia” denomina a una banda de delincuentes seriales en todas las formas del botonaje, la extorsión, la invasión de todas las formas de la privacidad, y la planificaciones de operaciones para neutralizar, o sea eliminar, a reales o potenciales opositores. Como dije en otro artículo, el crimen organizado en funciones de gobierno.
La inteligencia artificial, además de ser una gran película de Steven Spielberg, es la denominación de complejos procesos de informatización y robotización. Autos y camiones que no necesitarán choferes, con lo cual los actuales conflictos con la aplicación Uber o el peso del sindicato de camioneros, serán fósiles de la época donde todavía había ciertas formas de humanidad residual. Antes las parejas en conflicto con la ley vincular, consultaban a un terapeuta. Hoy renuevan la suscripción a Netflix. Pero existe el peligro de creer que el progreso indefinido, al modo de la tercera ola que postulara Alvin Toffler, ha llegado hasta nosotros.
La idea delirante de estar en el primer mundo, cuando apenas lo podemos ver desde lejos desde los arrabales del tercero y cuarto, sigue funcionando como un faro que ilumina la zona equivocada. Además, el primer mundo tiene en sus entrañas al tercer y cuarto mundo.
La periferia está incrustada en el centro, y cualquier paseo por la City, aun desde las alturas de los buses de turismo, muestra islotes de miseria, enfermedad y muerte. Sin embargo, desde nuestra Patria Colonizada, tenemos una fábrica permanente de oligofrenia artificial. Artificial: son constructos rigurosamente planificados, con creativos que aportan su talento para todas las variantes de la magia negra.
Los dispositivos utilizados en las armas de destrucción cerebral masiva, son los denominados avisos publicitarios. La publicidad en su concepción amplificada, es una forma de entender y direccionar la vida. Todes sabemos que ninguna publicidad pasa lo que se denomina “la prueba de realidad”. O sea: la sartén quedará toda pegoteada y el limpiador de pisos no logrará la sonrisa del marido estándar. Raid no los matará bien muertos porque se le acaba el negocio de la industria del genocidio de insectos. La publicidad, ácido lisérgico de los pueblos, construye inmensas planicies de realidad virtual sin necesidad de casco.
El objetivo final es el aplanamiento, el achatamiento subjetivo, de tal modo que las rebeliones, que como las brujas que las hay las hay, tengan un techo bajo. Muy bajo. Por eso suelen ser masivas pero efímeras. Es decir, reactivas. Hablamos de la señora que levantaba berenjenas mientras la barbarie de la policía de la ciudad desplegaba su entrenamiento de crueldad y bestialidad. Una hora antes y seguramente pocos días después, a pesar que la Unión de Trabajadores de la Tierra la ayude en forma permanente, la tragedia del hambre crónica, especialmente en niñas, niños y personas de la tercera edad deteriorada, seguirá intacta.
La oligofrenia artificial es también un producto de infinidad de programas de supuesta discusión política, en los cuales gritos, insultos, amagos de golpes, denigraciones varias, compiten en una lamentable remake de titanes en el ring. El título de “un niño que entró a robar” es una forma miserable de caratular mediáticamente lo que siempre fue el juego del ladrón y el vigilante.
Lamentablemente para el niño, ahora ese juego es solamente para adultos. Es la versión penal de las “nenas madres”, cuando se amputa la niñez con el mandato de la maternidad en su oligofrénica versión biológica.
Un ejemplo letal es el reduccionismo del macrismo a Macri. O sea: tipificar que el enemigo es Macri, sin pensarlo como analizador de una lógica que lo excede. Creer que muerto Macri (políticamente hablando, aunque ahora que lo pienso…) se acabó el macrismo, es otra remake. La que sentenció que muerto Hitler se acabó el nazismo. Justamente sucedió lo contrario. Para que el nazi-capitalismo triunfara en escala planetaria fue necesario destruir a Hitler. Pero la oligofrenia artificial aplana, aplasta, compacta, las lógicas político sociales, a sus expresiones más bizarras. Y a pesar de las recomendaciones socialdemócratas de Poncio Pilatos, no podremos lavarnos las manos.
La oligofrenia artificial tiene un siniestro correlato: la oligofrenia natural. O sea: el hambre crónica, la desnutrición permanente, el frío, calor, hacinamiento, escasez de todo, especialmente de lo básico, convierte al crecimiento y desarrollo en la infancia en un oasis del diablo. Esas niñas y niños llegarán de la peor manera a una adolescencia macabra, donde serán “niños que roban” o “nenas madres”. Lo artificial y lo natural se potencian para compactar la vida. O sea: achatarla para que se exprese en un mínimo apenas vital y totalmente inmóvil.
No empezar a pensar en estas cuestiones, que son expresiones no de la acción de un gobierno, sino de las políticas de lo que he denominado el “nazi capitalismo”, será nuestra propia contribución a la oligofrenia artificial.
Edición: 3821
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