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Por Silvana Melo
(APe).- Las políticas públicas de niñez y juventud fluyen en una corriente de coherencia implacable. El nacimiento y el desamparo de un niño hasta la construcción de un descarte para fundarle una cárcel. Una cárcel para jóvenes que la gobernadora inauguró ayer en Campana.
El sendero estratégico del sistema es preciso e infalible. Un niño con el enclave en el cuerpo del agua mala y el exceso de harina y grasa. Crecido con el calcio escaso y el plomo en la sangre. En barriadas sin cloacas ni inodoro. Formado a los tumbos en escuelas con gas cortado y electricidad a flor de piel. Con almuerzos sin carne y copas de leche sin leche. Con la actualización cognitiva de la plombemia recargada. De la malnutrición 2.0. Sin chances de trepar al nivel del privilegio porque ya cerró. Y sólo queda la amenaza de los culos de botella con puntas asesinas en el muro. Y del otro lado, las oportunidades. Todas de allá. Después, el punga, el faso, el pibe chiquito al que se le caen las naranjas en el semáforo, el que crece un poco y ya le aparece la sombra de bigote y la voz se le hace mezcla de flauta y bajo y ya no genera ternura ni empatía y ahora es piraña y empieza a escapar y corre todo lo que los huesos flacos y la panza vacía le permiten y arma la ranchada y vuelve a casa a veces y duerme donde se pueda y su madre lo espera y no le queda mucho lugar para el abrigo pero lo ama igual. Crece en el barrio y la escuela lo destituye temprano y entonces la changa y a veces el transa y se crece sin mañana porque el único día para estar vivo es hoy. Del otro lado del muro donde los culos de botella de puntas asesinas se asocian con la vecindad del alambre enrulado con púas, está el secundario, el subsidio que les tiraban para que fueran a la escuela y ahora no existe más, la universidad que ya cercaron para que ellos no entren, por si se les ocurría un buen día, los puentes levadizos levantaron para que ellos no.
El estado no lo olvida. Nunca. Le prepara su baldío con cotos de gendarmes y contraesperanza. Y ahí lo encierra. Le retacea la comida y lo suma al ejército silencioso de los eliminables. De los excedentes no reciclables. Empujados por desiguales al odio y a la resistencia sin rebeldía de clase ni instinto transformador. Por pura supervivencia y por pura revancha. A buscar lo que debió ser suyo en alguna parte de la cadena de esta vida.
Y entonces, entre los 18 y los 21 caerá en la cárcel “modelo” que la gobernadora inaugura hoy en Campana. Porque nunca el estado le dio espacio para él, sueño colectivo, política pública, alimento nutriente, camino en vez de muro, escuela, trabajo, deseo. Esperanza. Destino para hacerse y para torcer.
Entonces, cumplido el círculo fatal, caerá en la cárcel que el sistema le pensó como cierre, una cárcel para jóvenes. Una cárcel modelo. ¿Modelo de qué? ¿Qué modelo puede ofrecer el Servicio Penitenciario Bonaerense? Acaso el modelo sistémico de la corrupción y el castigo por lo que se fue y lo que se es. El modelo de la tortura y del buzón y del calabozo donde comerá con la vecindad de su propia mierda, donde beberá aguas en brindis con su propia orina. El modelo que terminará el trabajo fino y minucioso del sistema, que lo nació en determinado lugar para su destino de descarte.
Y lo construyó delincuente para inaugurarle una cárcel modelo que confine.
La Gobernadora, ayer, en Campana.
Edición: 3812
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