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Por Bernardo Penoucos
(APe).- Son las 2 de la tarde. El penal de Sierra Chica tiene el paisaje de siempre: en la guardia el grupo armado con perros hambrientos esperando la pelea de todos los días en algún pabellón de población, dentro de la Unidad los primeros detenidos que comienzan a circular para ir a trabajar, a estudiar o a conseguir algo para comer, fumar o charlar. Entramos los docentes y el penal se "pincha", es decir, entran los escopeteros porque hay pelea en uno de los patios, parece que son 5 contra cinco con facas y ponchos. Se escuchan los disparos. Uno, dos, tres, 4 y una seguidilla incontable que dura aproximadamente 15 minutos o más. Perdemos la cuenta y empezamos a dar clases.
Con un grupo de estudiantes nos trasladamos hacia el SUM de visitas. Cada uno llevamos nuestra silla, vamos cruzando la cárcel. Hoy, los privados de la libertad que estudian Trabajo Social, organizaron un taller destinado a otros compañeros también detenidos. La temática: violencia y medios de comunicación. La novedad: que detenidos piensen un espacio de formación para otros detenidos, sin la presencia del Servicio Penitenciario en el espacio.
Uno de los estudiantes comienza a comentar la idea del taller, habla sobre la educación y sobre todo habla sobre el espacio educativo como un espacio de libertad. Cuenta su experiencia personal: "Estudiar me sirvió para pensar, para no explotar siempre y para ayudar a mis hijas a hacer los deberes de la Escuela por teléfono". Patricio, hoy Trabajador Social recibido en este contexto, cuenta su experiencia y les comenta a los otros detenidos que han asistido a este taller que: "lo importante de todo esto es que nosotros como privados de nuestra libertad estamos haciendo y coordinando un taller para ustedes que también son detenidos como nosotros. Esto acá nunca se había logrado y ahora sí se está dando. Es un avance y es una alegría"
El resto de los asistentes escuchan atentos. En ese círculo de 20 hombres detenidos están innumerables barrios del conurbano: pibes de Laferrère, de Villegas, de Puerta de Hierro, pibes de Fuerte Apache, del Docke, de villas de Moreno, de la Isla Maciel, entre tantos otros rincones. Cada uno de ellos se presenta. Dicen su nombre y dicen su barrio. Luego de la presentación, los coordinadores del taller, es decir, los pibes detenidos que coordinan el taller, analizan la actual cuestión social, la desigualdad que sigue devorando vidas, el rol de los medios de comunicación y luego abren el debate.
Uno de los pibes rompe el hielo y dice:
"El recuerdo que tengo es el de ir sentado en los hombros de mi viejo mientras el agua se comía las casillas de toda la villa. Me divertía mirar desde arriba con mis 7 años; para mí era como un juego y una costumbre. El agua y la gente apuradísima poniendo y tratando de salvar las pocas cosas que tenía, la gente agarraba todos los bártulos y los ponía arriba del techo". El recuerdo lo comparte Juan, un detenido de la Unidad 2 de Sierra Chica.
Estamos, en este momento, en el SUM de visitas de la Unidad compartiendo un espacio de taller que detenidos brindan a otros detenidos, en el marco de las prácticas de la carrera de Trabajo Social.
El SUM es un espacio lúgubre, se escuchan los gritos de otros detenidos que, a 10 metros , se encuentran castigados en celdas de aislamiento, en los "buzones". Por fuera del SUM, en el espacio en que muchas familias tiran una manta para compartir la visita, se observan pérdidas de agua de canillas viejísimas y un desfiladero de ratas que pasean por la Unidad sin ningún temor. Es la cárcel.
La sombra que el sistema prepara para la vigilancia, el castigo y la suspensión de la libertad, entre otras muchas suspensiones y vulneraciones.
Juan comparte la imagen de su padre llevándolo en los hombros, cuenta cómo era vivir en una villa en el corazón de La Matanza. Juan da el puntapié para que ahora Pedro también cuente su historia y nos hable de Fuerte Apache y de Isla Maciel, para que nos cuente cómo era transitar la niñez en esos sitios. "Comparto lo que dice el compañero, yo también me acuerdo de lo que era vivir en el Fuerte y después en la Isla y también me acuerdo de los conventillos en la Boca.
“Me acuerdo de que el sonido de los disparos y de los enfrentamientos era algo de todos los días, algo a lo que uno ya no le pasaba cabida porque así era el barrio y lo que nos tocaba. También me acuerdo de las inundaciones y de cuando con mis hermanitos pedíamos en los trenes. Me acuerdo de que a la gente de plata le decíamos Don o Doña, también me acuerdo de que cuando éramos más guachines pedíamos por favor o si usted pudiese, pero cuando empezamos a crecer las cosas cambiaron y, si no nos daban, lo pedíamos de otra forma o directamente lo zarpábamos".
La palabra circula con el sonido ambiente de la cárcel, con el olor triste de la humedad concentrada, con las ratas entrando y saliendo del SUM y con los gritos de los castigados en buzones:
"¡Pasame un tabaco!. Avisale a mi compa que estoy en la mazorca amigo, que me traiga la manta y agua y que le avise a mi mujer…" Los gritos, pedidos, favores y golpes contra los chapones de las celdas se van mezclando y se van fusionando en un palabrerío confuso y desesperado.
Un tercer asistente se suma al debate: "Yo concuerdo con los dos compañeros. También viví lo mismo en la calle: las inundaciones, los tiros, las ambulancias que nunca entraban a la villa y también me acuerdo lo que era andar en botas de goma en pleno verano. Pero también me acuerdo de que mis viejos siempre laburaron y me dieron el ejemplo de ganarse las cosas de a poco y con esfuerzo. Pero fui yo el que elegí la plata fácil y salir a robar. No le echo la culpa a nadie."
Ante esto, un coordinador interviene. Aclara que a veces la familia sola no puede, que cuando hay un Estado que se corre y que decide no intervenir, todo se hace cuesta arriba, dice que para esto es el taller, para empezar a pensar las historias de cada uno pero no como historias aisladas la una de la otra, sino como historias en común, como orígenes compartidos: "porque tenemos que darnos cuenta de que todos pasamos las mismas necesidades, de que muchos de los que estamos acá sabemos lo que es sobrevivir, pedir en la calle, que te cague a palos la policía o que te caguen a palos en la cárcel".
El sonido de las escopetas se escucha de nuevo. “Se volvió a pinchar”, comenta uno de los pibes. Estamos en este SUM. Somos 25 personas que hablamos de las historias de vidas y de las historias del despojo que todos han conocido. Hablamos de las niñeces crecidas en un contexto violento mientras las escopetas suenan y suenan. Las ratas se escondieron un poco, pero la palabras sigue circulando. Los 20 asistentes al taller ahora hablan casi todos a la vez, encuentran coincidencias en las historias del destrato, recuerdan con nostalgia tanto tiempo perdido y tanto tiempo que queda, todavía, dentro del encierro.
En este SUM, el único recurso material que tenemos son las sillas y el mate que va y viene. Pero hay otro recurso y es el de la palabra, el de la escucha y el del encuentro. No hay posibilidad de proyecto de vida si estos últimos tres recursos no se ponen en juego. No hay posibilidad de proyecto social si los desoídos no empiezan, por fin, a tener sonido y lugar. Con tan poco podemos hacer mucho, insisten los coordinadores, mientras el resto asiente y, de vez en cuando, sonríe.
No se escuchan más las escopetas. Se nota que la pelea terminó. Los detenidos han naturalizado ese ruido ambiente: gritos, balas, fierros chocando bajo el rayo del sol. Los detenidos han naturalizado el ritmo violento, la cotidianeidad atravesada por el riesgo latente. Lo han naturalizado como en la niñez debieron naturalizar las botas de goma en el verano, las casillas derrumbadas por las inundaciones, los rostros de desprecio de quienes daban una moneda o una puteada, las ambulancias que no entraban al barrio. El destrato como modelo de país.
Es hora que desnaturalicemos, dicen los coordinadores, apelando a unas palabras que han leído hasta el hartazgo en su cursada de Trabajo Social. ¿Y qué es desnaturalizar?, pregunta un pibe de 20 años oriundo de Fuerte Apache. Eso lo vamos a trabajar durante el taller que viene, contestan los coordinadores satisfechos por la pregunta y por la duda sembrada.
Hay un aplauso que retumba en ese SUM y que, por unos minutos, da la certeza de que también, en los sitios dispuestos para el cemento y el letargo, siempre algún yuyito crece. Pequeño. Tímido. Pero crece.
Edición: 3737
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