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Por Alfredo Grande
(APe).- Un profesor de química del Nacional, hombre de derechas, bastante ocurrente, solía decir que los hombres (en esa lejana época las cuestiones de género eran invisibles) se dividían en dos categorías: anís o menta; bizcochuelo u hojaldre. Una simplificación, sin duda. Pero como escribió Cesar Bruto en su “Decálogo para lo niño”: en la sopa más repugnante siempre hay algo de nutritivo. Mi amigo Gregorio Baremblitt me trajo hace tiempo ya esta cita del talentoso humorista. O sea: ¿Qué podemos encontrar de nutritivo en esta sopa repugnante que es la sopa democrática que tenemos que tomar día tras día, hora tras hora?
Y entonces aparece nuevamente el derechoso recuerdo de mi profesor de química y divido no ya a los hombres, sino a la humanidad, en dos clases: los y las que prefieren el encubrimiento y las y los que prefieren el descubrimiento. La mala noticia es que la primera clase es mayoritaria. Demasiado mayoritaria. Estaría descripta por José Ingenieros cuando escribe “El Hombre Mediocre”. Tampoco había distinciones de género en estos tiempos. Ahora tenemos claro que la mediocridad, o la adicción al encubrimiento, es transversal a todos los géneros. Aunque hace palanca en la hetero normatividad. Porque entroniza la naturaleza cultural que es aquella que ha logrado encubrir de muchas maneras, todas exitosas, su fundante represor.
En una época se mencionaba al “coito contra natura”, como si la naturaleza sentenciara sobre qué coitos son a favor y cuáles son en contra. Lo digo de nuevo: toda invocación al orden natural es reaccionario. La sexualidad no es solamente la sexualidad reproductiva, ya que lo humano está en exceso en relación al mamífero. También es reaccionario invocar la naturaleza cultural. Vamos de nuevo.
La naturaleza de la democracia, o del orden democrático, que no es lo mismo, pero es igual, exige que solamente se cambie, modifique, renueve, o como se diga, cada dos y cada cuatro años. Así está escrito y así debe ser. Cualquier alteración de ese orden natural cultural es violencia, subversión, terrorismo, y le cae el anatema de “antidemocrático”. El verdugo te pone la capucha.
Si un alimento es tóxico, no debería importarnos que falte para la fecha de vencimiento. Si es tóxico no lo como más. Y si alguien me dijera: “mirá que falta para la fecha de vencimiento”, le contestaría que “lo que me preocupa es que el próximo vencimiento sea el mío”. Para toda forma de oposición, no debería importar la fecha de vencimiento de un mandato. Debería importar si es tóxico. En caso afirmativo, suspender toda ingesta porque nos va la vida en ello.
Si la legalidad constitucional tiene que sostenerse en la brutalidad y crueldad de un safari de exterminio, esa legalidad ha perdido toda legitimidad. Y aparece otra gran división (parece que el profesor de química sigue oprimiendo mi cerebro) entre los y las que prefieren la legalidad y entre las y los que prefieren la legitimidad. La primer clase es mayoritaria. En exceso. La Ley es dura, pero es la Ley. Precepto que viene del imperio romano. Dura pero también injusta. Dura pero también arbitraria. Y además, dura con las victimas pero blanda con los victimarios. En esas condiciones, congreso mas, cámara menos, toda Ley deviene por su origen espúreo, decreto ley. Democracia por decreto. Democracia de necesidad y urgencia. O sea: simulacro. En eso estamos.
El presupuesto es un simulacro de presupuesto. Los ministros de tanto simulacro ahora son secretarías. La policía arma las causas, asesina por la espalda, y goza de impunidad. Impunidad rigurosamente vigilada por la lucha de familiares, víctimas del denominado gatillo fácil. De vez en cuando, alguna condena le llega a los verdugos y sicarios del Poder. Pero creo que esas condenas pueden formar parte del encubrimiento. O sea: del simulacro de un orden jurídico que es justo. Cuando no lo es. Pero el simulacro es potente. Y podemos estar en él, incluso favorecerlo, cuando pensamos que lo estamos combatiendo. El que esté libre de pecados financieros, que tire la primera tarjeta. Quien esté libre de pecados políticos, que tire la primera afiliación.
Como nadie está libre de nada, entonces la culpa nos paraliza y contribuye a sostener el simulacro. Parafraseando el titulo de una conocida obra de teatro, “no somos felices pero tenemos democracia”. Las aguas bajan turbias, pero ahora además de turbias son tóxicas. O sea: la democracia tóxica mata. En rigor, asesina. Con estas democracias, no se come, y el hambre sigue torturando. No se cura, y entonces vuelven las obscuras golondrinas de enfermedades ya erradicadas. No se educa, y entonces las escuelas públicas son avasalladas y los y las docentes vapuleados. Como sigo pensando que este gobierno no es causa, sino efecto, hasta la lucha contra el gobierno puede ser un simulacro. Una sobre actuación.
Después de todo, si Scioli tuvo un segundo mandato como gobernador, no es tan absurdo que Macri tenga un primer mandato como presidente. El único análisis que se realiza es echarle la culpa a los que votaron a Macri. “Te lo dije”. Ahora mal: ¿Quién tiene la culpa de que las derechas sean opción creíble? Los medios hegemónicos, sin duda. Pero no solamente. La tóxica concepción de la conciliación de clases, de los pactos sociales, del consumo como motor de la economía, ha construido una subjetividad de clase media incluso en los sectores más vulnerables.
No podemos pretender que haya pan y trabajo invocando la paz. Porque la paz también puede ser un crimen. No casualmente, mi segundo libro publicado por la Agencia de Noticias Pelota de Trapo se llama “El crimen de la paz”. Hay formas democráticas de detener a la democracia tóxica antes de la fecha de vencimiento. Porque en esa fecha, políticamente correcta, quedará sancionada la absoluta impunidad política para cualquier gobierno.
La naturaleza cultural de los 4 años de mandato será más importante que los tóxicos que debemos consumir. Y entonces nadie podrá socorrernos. Tarde tendremos la respuesta a que no hicimos nosotros para merecer esto. Si el calavera no chilla, el intoxicado tampoco.
Edición: 3736
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