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Por Silvana Melo
(APe).- Ojalá que estas palabras aparezcan antes que su cuerpo. Ojalá que no haya que escribir, una vez más y otra vez, sobre un cuerpito inerte, en una bolsa negra, en un container o un baldío. Ojalá que Sheila, de apenas 10 años, no sea víctima, una más y otra, de un sistema que se devora a las niñas para calmar la ansiedad hambrienta de sus mil brazos. Los de una familia quebrada, sin trabajo ni rumbo, cruzada por el narco para sobrevivir; el narco como único garante de algún modesto desvarío. Los de un estado que se corre alegremente para que los abatidos sistémicos se acomoden donde deben estar, al margen, hacinados contra los confines de la vida. Los de un destino fatal que le tocó. O bien de un destino tejido hábilmente por las moiras del capitalismo, que pican con su aguja la vida y la muerte, tan aleatorias como ese destino rojo de nena de diez años a la que alguien se llevó el domingo a la tarde cuando jugaba en el patio común del barrio Trujui de San Miguel.
Dos helicópteros, 30 perros y varias camionetas de la Policía bonaerense siguen buscando a Sheila, tan chiquita, tan morena, tan flaca en sus omóplatos como en su esperanza, que se apaga a la vuelta de la esquina. Por donde alguien se la llevó el domingo a la tarde y los padres se enfrentan ante las cámaras de Crónica para culparse mutuamente. Como en una comedia trágica corrida del horario central.
Tanta policía para no encontrarla, como tantas veces, como a tantas Sheilas. Tanto ministerio público con tantas hipótesis, tanta madre y tanto padre peleando por su tenencia y ella jugando en el patio común del barrio Trujui y de pronto desaparece como el conejo que vuelve a la galera. Tanto narco en el medio y traición y venganza supuesta y cuentas a pagar y trata de personas y ella en el medio, Sheila de apenas diez años, tan chiquita y morena y flaca en sus tobillos como Candela Sol Rodríguez que tenía 11 y desapareció en agosto de 2011 en Villa Tesei. Y cuando apareció la vida se le había volado y la habían tirado a la basura como se tira a las pibas a la basura en un sistema que las mata, las enrolla, las ata como matambre, las embolsa y las arroja a un relleno sanitario. Como Candela, tironeada por tanta venganza, tanto narco, tanta traición.
Para que paguen las pibas, las criaturas recién llegadas a la vida, por la disputa sistémica de tres monedas. Por el depósito de la asignación por hijo en una cuenta o en la otra. Por un vuelto que alguien no pagó.
Las pibas siguen pagando. Ojalá que Sheila esté viva y aparezcan las palabras que la buscan viva. Ojalá que no haya que escribir las palabras de muerte, con el cuerpito puesto en una esquina para que lo encuentren y el espectáculo de la policía que llega tarde, el funcionario que nunca la vio, el estado que la esquivó viva pero es capaz de hacerse cargo de la muerte.
Ojalá que la vida pelee y perdure por una vez. Y por tantas.
Edición: 3728
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