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Por Silvana Melo
(APe).- La Ciudad Autónoma de Buenos Aires sacude su título grandilocuente en las espaldas de los que sobran. Esta semana se vistió de luces y oropeles para recibir los Juegos Olímpicos de la Juventud y no se cambiará hasta noviembre, cuando las cabezas mundiales del capitalismo, coronadas en el G20, se sienten a comer barbacoa en el Sheraton. O en el Four Season. Desde donde se ve, clarita y contundente, la Villa 31.
Cuatro mil niños y adolescentes de 15 a 18 años, de 206 países, vivirán en la villa olímpica y pasearán la antorcha por el centro de la ciudad, ése del que serán desalojados sin piedad los malabaristas de la miseria, los que dejan a San Cayetano en los parabrisas a cambio de una moneda, los que limpian vidrios y ópticas compulsivamente, los que aún no caminan y son cargados por sus padres que, entre los autos dibujan un círculo con el pulgar y el índice, los que se cuelgan de las polleras de sus madres mientras ellas recitan su letanía de una ayuda por favor en los pasillos de los subtes, los que se crían bajo los puentes, los que amanecen en la vereda y se peinan sin espejo para ir a la escuela con la esperanza de ligar un desayuno. Es decir, los chicos y chicas de acá, que serán cesanteados esta semana para que no oscurezcan los brillos ni se manche la capa.
Pocos días antes, el horror presupuestario recortaba 450 millones de Desarrollo Social -casi 127 millones de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia-, para transferirlos a la policía federal. La primera infancia, la más vulnerable, la que no sobrevive sin sostén, la que está sola de toda soledad en asentamientos y en la mismísima calle, a merced de todos los monstruos, como otras seis mil personas que, negadas por los que gobiernan, reciben los granizos en la cabeza y en el alma, se empapan y se enferman cuando llueve, les cae la helada en un presente continuo atroz en las noches de invierno, el viento les lleva los techos de plástico, sus propios coexistentes de la calle, la policía y los funcionarios les barren su patrimonio, les roban, los cargan en los contenedores, los tiran a la basura.
Seis mil trescientos que cuentan organismos privados contra los 1097 con los que insiste el gobierno porteño en una nube donde no existe la criminalidad del hambre, el desalojo, el ajuste feroz y una desigualdad que se saca de encima el descarte y lo deposita en las bolsas negras de la gente residual. El golpe de gracia lo dará la policía o los hospitales en ajuste extremo o el hambre que dispara en la nuca.
Si se salta una frontera invisible, cuando la CABA se vuelve provincia y no hay Juegos ni G 20, ahí no más, a cuadras, a minutos, casi el 64 % de los niños tiene déficit de vivienda. Casi un 40% depende de los comedores escolares para una alimentación básica y escuálida. El 55% es pobre.
A veces saltan la frontera con dos naranjas y las arrojan al cielo y las atajan porque vuelven, siempre vuelven. Por obra y gracia de la gravedad y de la esperanza.
Pero en estos días serán desalojados otra vez. Como sus familias, que salen a investigar la basura para ver qué descartan los otros. Para volver y armar una cena en un hall bancario o en la esquina con escalones y persiana baja. Los que no tienen la calle atravesada en sus vidas pero que la pérdida de trabajo formal o de changas, la suba de los alquileres y los servicios inalcanzables les cerraron las puertas en la nariz.
Son unas 16 mil las personas que se calculan en la calle o en el cordón de la vereda, a punto de bajar. Inquilinos de hoteles, ocupas, presos a punto de salir, habitantes de villa al borde de ser desalojados, ocupantes de terrenos en asentamientos. Que terminan compitiendo con la voracidad de los gobiernos que pretenden esos mismos terrenos para negocios inmobiliarios.
Pero ya no queda ni suelo para vivir. Ni tierra para caerse muertos. Y hasta la baldosa donde se sientan a ver pasar a la gente que no los ve será ocupada estos días por la fiesta de los pocos. Por la 9 de Julio cortada e iluminada, por los atletas de cuerpos cuidados y alimentación delineada. En los que se mirarán tal vez los niños de los confines, desde los confines. Para tener bien en claro qué no les permitirán ser jamás.
Edición: 3718
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