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Por Ignacio Pizzo (*)
(APe).- L., de 5 años, concurre a la salita de la mano de su madre quien, a la rastra, intenta que entre al consultorio. La niña llora desconsolada, rebelde: es que el doctor le recuerda a las vacunas, y los pinchazos. Aunque la madre y el médico insisten en convencer a la niña que hoy no le tocan vacunas. Un certificado médico de una asociación civil que funciona en un comedor del barrio, deja constancia de que tiene bajo peso, y necesita la firma de un médico de un hospital público para retirar la leche en polvo. “El pediatra que va al comedor con las nutricionistas, me dijo que yo le preparo mal la leche a la nena, y me enseñó cómo hacer”.
El camino de desdichas de una familia desarmada, en un largo derrotero, para hacinar en un arrabal bonaerense, pone en el blanco de la culpabilidad a toda madre por mujer, por pobre, por adolescente, por analfabeta e inmigrante. Ella es causa y consecuencia de la desnutrición de L. Así es la mirada de nuestro contrato social hacia “la gente que no es como uno”.
La estructura socioeconómica reinante cumple el sacramento de la penitencia en el confesionario de la tercerización, ONG mediante. La responsabilidad social empresarial colabora en la partida, apostando por la quita impositiva y así la ONG sobrevive. El Estado administrado por el que gobierna y no delibera sino que delira, pone plata, pero no tanta, para que se ocupen del tema los altruistas, los piratas de la caridad y los buenos samaritanos. De esta manera cierra el ciclo. Los hacedores de miserias propician acciones para los pobres que ellos mismos generan. Caridad y represión, titulaba Alberto Morlachetti.
A su vez la desnutrición de panes y de amores pasa a ser un diagnóstico registrado en un nomenclador, para clasificar y ver si lo cubre el Plan Médico Obligatorio, mientras no exceda el monto estipulado. Entonces se echará mano de la Asignación Universal Por Hijo, el jornal o la changa. A eso pretenden llamar Cobertura Universal de Salud.
La Asignación devenida en Resignación Universal o la Cobertura Universal de Salud, son marcas diferentes del mismo antibiótico, que pretende focalizar el hambre de nuestra especie, quitarlo del plano político y simplificarlo a un término nosológico.
El Hambre mata o mutila, mediante su cara regordeta la obesidad infantil, mediante el marasmo o el acortamiento de la talla. Pero en sus metamorfosis sistémicas también adopta formas que no son únicamente la falta de requerimientos nutricionales esenciales. Formas de miedo, de desinformación, del uniforme del brazo armado del estado, de desechos de estupefacientes, de trato institucional inescrupuloso, de individualismo a ultranza y de fragmentación estigmatizante, que marca con fuego los límites entre el estado de excepción y el estado de derecho.
Un Dios Estado y por qué no una Iglesia pedófila que se atribuye la representación de Dios, proveerá una salita en el barrio, un comedor, y hasta alguna obra pública, pero hasta ahí. Juegan al toma y daca, tire y afloje con el único propósito de evitar la irrupción insurgente de un ejército de miserables en las principales avenidas.
Los mercaderes del libre mercado, vendieron entre otros productos la doble moral del “gil trabajador” o del trabajo genuino y de calidad como privilegio. Como tercera opción la limosna condena a las sucesivas generaciones despojadas de todo más allá, para parir y ser paridos con los genes del hambre, que siguen mutando.
Como cuerpo social crecemos sobre el hambre de nuestros compatriotas, mediante administraciones estatales que sacuden migajas clientelares sin proyecto de vida o mediante CEOS que propician la vía de la ONG benefactora. En esa alternancia se transmiten la herencia: el brazo armado, las instituciones fantasmas, las ventanillas expulsivas, las desidias, las inoperancias e impericias perennes. Argumentan ser distintos abriendo grietas para la tribuna. No obstante el macrófago estatal no se cuestiona. Fagocita a toda reminiscencia de humanidad.
Para transponer un orden establecido de vicios congénitos, habrá que encarcelar bajo máxima seguridad a los criminales que producen hambre a gran escala. Este no es un efecto colateral, es una necesidad inherente de un engranaje que funciona a la perfección, y atiende en el mostrador con la capa del rey y con la sonrisa socarrona del asesino psicópata. Sin embargo hace muchos años seguimos insistiendo en ponerle careta humana.
(*) Médico Generalista Casa de los Niños de Avellaneda-Fundación Pelota de Trapo
Edición: 3682
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