Pity Alvarez y las sombras de la muerte

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Por Bernardo Penoucos
   

    (APe).- Cristian Pity Álvarez tenía la muerte dándole sombra hacia años, muchísimos años. Lo escribió en canciones, lo dijo en entrevistas y lo expresó infinidad de veces mirando el lente de una cámara de televisión, habló del suicidio y del profundo deseo de irse, muy lejos, de este mundo. La ayuda no llegó o si llegó no sirvió y entonces la sombra se hizo muerte y el arma disparó. No llegó el amor para pelearle a la violencia y no alcanzó el amor para iluminar la sombra.

Me la paso tratando de poder zafar, busco estar bien y consigo estar mal, cantaba Cristian Álvarez en cada uno de sus recitales a los que, masivamente, concurrió más de una generación. Cristian Álvarez, oriundo de Lugano y con una historia de vida similar a las de tantos pibes del barrio, fundó Viejas Locas allá por la década del 90. Su banda, junto a muchas otras, vino a proponer una pertenencia artística distinta para cientos de miles de pibes que se sentían traicionados por cualquier otro tipo de representación.

Eran los pibes de clase trabajadora y también de clase media, era la generación del 90, esa generación que creció entre privatizaciones, represiones de la policía, cultura de plástico y sociedad de consumo. Viejas Locas, como tantas otras bandas, vino a discutir ese acartonamiento, vino a sacudir lo inamovible y en ese sacudón propuso, casi sin querer, una nueva forma de participación social que, en cada recital, hacía memoria recordando a Walter Bulacio, ese joven asesinado por la policía en un recital de Los Redondos o rechazaba la impunidad que el Menemismo le había cedido generosamente a los responsables del último golpe cívico-militar con la obediencia debida y el punto final. El rock nacional, en la década del 90, pudo generar un espacio de convocatoria y participación, de crítica y de encuentro cuando, todo alrededor, se iba cayendo pedazo a pedazo, ilusión a ilusión.

“Lo artesanal”, como otra forma válida de convivencia que le discuta a lo establecido y a la sociedad industrializada, ”Homero” recuperando el relato de la explotación de un trabajador que regresa triste y sin ningún tipo de reconocimiento a su barrio en el que lo esperan sus hijos , la reivindicación de la amistad en “Todo sigue igual” o la necesidad de que el amor regrese después de tanta violencia en “Una piba como vos”, fueron algunas de las tantas temáticas a las que Viejas Locas le puso melodía y letra, una letra llana, simple, sin la utilización de metáforas exageradas pero que iba al hueso, hablando el lenguaje del trabajador común, del pibe de barrio, del que, ingresando en esa música, lograba romper el sentido utilitario de la vida cotidiana y lograba escapar, al menos por dos horas, de la rutina obligada y extenuante.

El final de la década del 90 fue el inicio de sus consecuencias. La desocupación y la pobreza arrastraron a millones de argentinos, el hambre, la exclusión social y la crisis de representación política formaron parte de un paisaje desolador, de un horizonte devastado que prometía un cielo cada vez más encapotado.

Cristian Álvarez dejó Viejas Locas y se re-inventó en otra banda, su actual banda, “Intoxicados”. La metáfora del nombre no deja tantas dudas para la interpretación. La intoxicación ganó terreno con el comienzo del siglo 21: la intoxicación de desconfianza y la intoxicación de desesperanza, la intoxicación de ausencia de porvenires y la intoxicación de drogas que llegaban para quedarse y llegaban para matar, como ha sido y sigue siendo el caso de la pasta base, esos restos de cocaína y veneno que van comiendo todo tipo de latido. En la jerga barrial y también en el lunfardo carcelario, a los que cocinan y venden la pasta base se los denomina como “arruina pibes” y a los pibes que han caído en la desahuciada pipa de base se los denomina como “zombis”. Droga de descarte y droga barata que llegó para ir quebrando, paso a paso, subjetividades por doquier.

Cristian Álvarez conoció ese descarte y el aluminio se le pegó en el alma. Cantó sus nuevas canciones en Intoxicados y allí pidió ayuda, allí cantó la desesperación de aquel que, sino tiene su pipa, se siente morir o se siente, aún vivo, igual que muerto.

Desde que Cristian Álvarez comenzó a sufrir visiblemente los efectos del paco se transformó- ¿lo transformaron?- en un buen producto televisivo, en una mercancía más de las tantas que se mediatizan y comercializan, sea un champú o sea un ser humano. La incoherencia, el abandono y el consumo de un cuerpo parece que en estos tiempos vende mucho más que una canción o que un pedido desesperado de ayuda.

Cristian Álvarez tenía la muerte dándole sombra hacia años, muchísimos años. Lo escribió en canciones, lo dijo en entrevistas y lo expresó infinidad de veces mirando el lente de una cámara de televisión, habló del suicidio y del profundo deseo de irse, muy lejos, de este mundo. La ayuda no llegó o si llegó no sirvió y entonces la sombra se hizo muerte y el arma disparó. No llegó el amor para pelearle a la violencia y no alcanzó el amor para iluminar la sombra.

Los medios, amparados por esa legitimidad moral que los arropa, irán al barrio a juntar pipas y jeringas para explicarnos, nuevamente, cómo viven las bestias en los bordes de la civilización.

Y muchos y muchas, nuevamente, comprarán una reflexión masticada por otros que no somos nosotros.

Edición: 3656

 


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