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Por Oscar Taffetani
(APE).- El paludismo fue detectado y estudiado por primera vez en Italia, país que a fines del siglo XIX pagaba una cuota de 15 mil muertos al año sólo por padecer esa extraña fiebre nacida en los arrozales del centro y sur del país. Aquel azote llegado del pantano (palude) y trasmitido por el mal aire (malaria) tenía -y tiene- como vector casi exclusivo al mosquito, en sus distintas variedades.
Tal como ha pasado con otras enfermedades de la pobreza, el paludismo prácticamente fue erradicado de los países del Norte, pero amplió su área endémica hacia el Sur, castigando con dureza al África y también al sudeste de Asia y el sur de América.
En Puerto Iguazú, cerca de esa triple frontera en donde se hermanan el hambre, la pobreza y la desigualdad, han vuelto a aumentar de modo alarmante los casos de paludismo.
Paradójicamente, el Programa Nacional de Combate al Paludismo se fue desmantelando progresivamente desde su mismo lanzamiento, hace cuatro décadas.
Por eso, en momentos en que los 110 casos detectados en Puerto Iguazú y los 25 de Puerto Libertad, en la provincia misionera, nos alertan de un nuevo brote y un peligro de pandemia, apenas se hallan trabajando en el programa respectivo ocho funcionarios. Créase o no.
Grandes planes, muchos mosquitos
“América del Sur nada en energía y tiene sed de inversiones”, titula un cable de la agencia española EFE. Alude al encuentro de presidentes de la región en Isla Margarita, Venezuela, en estos días de abril.
La Cumbre Energética Suramericana, según sus documentos preparatorios, se ha propuesto “unificar esfuerzos para superar la pobreza y las asimetrías existentes en la región”, así como “reafirmar la soberanía energética, planificar su desarrollo y confirmar la integración”.
“Los países de la Comunidad Sudamericana de Naciones tienen complementariedades y se necesitan los unos a los otros, en virtud de la oferta y demanda de energía a futuro”, ha declarado el secretario ejecutivo de la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE), Álvaro Ríos.
La OLADE -dice el cable que citamos- “prevé una producción de crudo en América Latina de 3.857 millones de barriles para todo 2008, en un escenario de baja integración, y de 4.200 millones en otro de alta integración”.
Mientras los proyectos de integración energética avanzan (por lo menos, en el terreno de los discursos), avanza también el cambio climático, aumentan exponencialmente los mosquitos en las zonas cálidas y vuelve con fuerza el azote del dengue y el paludismo.
Se mantiene abierta una polémica entre los defensores del DDT (un insecticida convencional, que sirvió para erradicar el paludismo de Europa) y sus detractores, pero sería un error pensar que del resultado de ese debate depende la lucha actual contra la enfermedad.
Lo que hace que el ser humano (y en particular, el niño) esté más preparado para recibir la letal (o inofensiva) picadura de un mosquito, es su estándar de alimentación e higiene, así como su hábitat y así como la prevención y el cuidado que deben prodigarle, cotidianamente, las instituciones sanitarias.
¿Cuántos barriles de crudo le costarían a la Argentina -una de las potencias petroleras de la OLADE- el mantener su programa nacional de lucha contra el paludismo?
(Perdón por esta pregunta impertinente).
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