Un barrio que se suicida

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Por Sandra Russo

(APE).- Gladys Pérez tenía 36 años y vivía en Remedios de Escalada, partido de Lanús. Una de las ocho balas que el panadero Luis Zurrón disparó contra un ladrón que le había robado 300 pesos impactó en el cuello de Gladys, que en ese momento salía de su casa, y la mató.

Sí, Gladys murió por 300 pesos.

La panadería de Zurrón queda en Ruiz de Ocaña 3634, de esa localidad del sur del conurbano. Después del robo, el panadero salió a perseguir al ladrón y le disparó ocho balazos. Gladys, en ese momento, salía de su casa, ubicada en esa cuadra.

En las dos cuadras que se extiende la calle Ruiz de Ocaña, pese al desastre provocado por Zurrón, el debate por el desarme está cerrado. Los vecinos no tienen dudas: “La solución es estar armados”, dicen, como atontados por una sensación de inseguridad que los lleva, como en este caso, a matarse entre ellos.

Según un informe del Inecip (Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales), aún no publicado y al que tuvo acceso Página/12, la sociedad no delictiva pero armada llega a casi 2.250.000 personas, de las cuales menos del 30 por ciento está registrada en el Renar. En su poder tienen casi cuatro millones y medio de armas de fuego, de las cuales menos de 1.200.000 están blanqueadas.

Esa gente armada para ”autodefenderse”, según el mismo informe, es responsable de medio millar de homicidios al año: la mitad de los asesinatos con armas de fuego que ocurren en el país. Como refiere Horacio Cecchi en ese diario, “de las cifras de la inseguridad, la mitad de los crímenes con armas de fuego se los lleva la parte de la sociedad que compra armas por seguridad. Y, como en el caso de Ruiz de Ocaña, la mitad de los muertos son propios”.

“Aguantá, que el tiro no era para vos, era para ese delincuente”, le dijo el panadero a su víctima cuando ella yacía en el piso y agonizaba con la bala de la pistola Bersa calibre 9 incrustada en el cuello. Murió antes de ser trasladada al Hospital Evita. Zurrón fue detenido, por orden de la fiscal María Recalde, por homicidio simple con dolo eventual”. Como en otros casos similares, la justicia investigará si actuó bajo “emoción violenta”, una figura ambigua, pasible de interpretaciones contradictorias, toda vez que suele amparar desbordes que, como en este caso, no tendrían lugar si el panadero no hubiese estado armado.

El hecho se produjo muy temprano en la mañana, y según contaron vecinos del barrio, “se oyeron 4 o 5 disparos de dos armas y el que empezó fue el delincuente, que finalmente escapó”. El testimonio no es inocente. De algún modo, justifica la lógica misma del barrio, en el que hay armas por todas partes. Otro testimonios confluyen en la misma lógica. Sergio, otro vecino, dijo que “Luis es un hombre buenísimo, pero está cansado de que le roben”. Ninguna reflexión sobre el arma en manos del panadero, sobre su inexperiencia, sobre la desproporción inaudita entre los 300 pesos robados y la vida de Gladys. “Luis estaba yendo al tiro federal para que no ocurriera esto, porque no era ningún improvisado que pensaba matar”, agregó Tito, otro de los vecinos nucleados en la defensa de lo indefendible.

Gladys estaba yendo hacia la parada del colectivo para ir a su trabajo en una empresa de catering en Aldo Bonzi. Dejó dos hijos, Aldana, de 9, y Diego, de 4.

Incluso los amigos más cercanos de Gladys insisten en defender al panadero: “No podemos creer lo que pasó, pero la culpa es de los delincuentes que nos azotan todos los días”, dicen. Un ejemplo terrible de un barrio que se suicida.

Fuentes de datos: Diarios Página/12 03-02-07 e InfoRegión 02-02-07

 

 


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