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Por Alfredo Grande
(APe).- No dividen para reinar. Reinan porque estamos divididos. Y más que divididos, estamos escindidos. O sea: nos unimos en lo formal y nos enfrentamos en lo fundante. La contradicción principal no se juega en las externas e internas de los partidos políticos. Incluso algunos partidos políticos necesitan sostener aquello que combaten, para no perder algunas de las razones de su vida. Parasitaria vida siempre esperando las miguitas y migajas del poder.
La última vez que la fundante pasó a la superficie fue en los combativos 70, cuando el enfrentamiento entre dos patrias, la peronista y la socialista, se convirtió en incompatible. La cultura represora respondió primero con la Alianza Anticomunista Argentina, la triple A y luego con el Proceso de Reorganización Nacional, la dictadura genocida. Si con buen criterio hablamos de dictadura militar, empresarial, clerical… ¿No podemos resignificar al 24 de marzo de 1976 como el comienzo de la guerra civil?
Como la española, los ejércitos fascistas y el pueblo domado por las catedrales del odio y la intolerancia. Del otro, los combatientes por las diferentes formas de república que puedan ser pensadas. Es una analogía, no una identidad. Pero pensar en una guerra civil con su brazo ejecutor militar, es, a mi criterio, entender que no solamente hubo derrota, no solamente hubo fracaso, sino que además perdimos la guerra. Y que el pueblo derrotado sigue pagando el precio, en forma literal, de esa derrota. Estamos indemnizando a nuestros vencedores. Esa indemnización tiene diferentes nombres: ajuste, despidos, trabajo precario, flexibilización laboral, exterminio de jubilados, pensionados, tarifazos. Pero son nada menos y nada más que indemnizaciones. Deuda interna con la que pagamos la deuda externa que no supimos conseguir, pero que aceptamos tolerar.
Desde hace décadas, los retroprogresistas, más de derecha, más de izquierda, más de centro, han denostado a las izquierdas clasistas. Vilma Ripoll mencionó hace ya tiempo el “test de la deuda externa” como divisoria de aguas. ¿Se paga o no se paga? El default del Adolfo fue aplaudido. La salida del default también fue aplaudida. Tenemos la costumbre de aplaudir.
De la Rúa, mezcla de presidente y asesino autista, dijo: “hay que honrar la deuda”. Y ésa es la trampa. Denominar “deuda” lo que ha sido y es, una estafa. Una colosal estafa que da cuenta del mecanismo indemnizatorio que, al decir de Galeano, mantiene abiertas las venas de América latina. Y las arterias. Y cada músculo, cada hueso, cada víscera de nuestros cuerpos. Porque la estafa se paga con sangre. Nuestra. Pero la división, la escisión nos vence. Y hago palanca en los versos del Martin Fierro. No cuando dice: “los hermanos sean unidos, esa es la ley primera”. No lo lamento, pero voy a disentir con el gaucho. “Tengan unión verdadera, en cualquier tiempo que sea”. La ley primera es la “unión verdadera”. Y dice unión, y no dice unidad. Y dice verdadera, no dice de forma. Habla de la verdad, no de la pos verdad.
Unión fundante. Unión de clase. No habrá unión verdadera mientras los sermones de la unidad sigan bloqueando el fundamento clasista de la unión verdadera. Y una forma de construir unidad verdadera es la unión entre aquello que la cultura represora escinde, divide, separa, y que nuestra memoria histórica no siempre recupera.
“Laura Calampuca, mujer ardiente de dolores anclados para todas las eternidades posibles, se planta ante el ejército policial del Estado bonaerense. Ella, que podría ser la madre de muchos porque Natalia tendría hoy 32 años, los enfrenta solita. Apenas minutos después de que los jueces unánimemente decidieron absolver al ex sargento Ricardo Panadero, todavía libre 17 años más tarde del estrago de la niña de Miramar. Laura no tiene miedo. Ya perdió todo. Tiene el abrazo de otras madres que saben como ella lo que es desangrarse por dentro y seguirla peleando. Desde esa terriblemente luminosa oscuridad”. Texto de Claudia Rafael que prueba que no hay mejor astilla que la del mismo palo.
La unión verdadera nos lleva a recuperar las batallas de lo que pienso como guerra civil. “En el corte de ruta de mayo 2000 la policía armada acabo con dos chicos Orlando Justiniano y Matías Gómez, en noviembre con Anibal Verón, chófer de colectivo que le debían nueve meses de sueldo. En junio del 2001 De la Rúa mandó a fuerzas armadas de Gendarmería a reprimir a los desocupados.... Asesinaron a Oscar Barrios y Santillán. Entraron al pueblo e hirieron a mansalva a unos doscientos pobladores entre los que estaba Iván Dorado que quedó parapléjico. La UTD no sólo pelea por trabajo digno sino que denuncia penalmente la deforestación que provocó el alud del 2009, la contaminación que provoca la Panamerican Energy y otras tirando residuos tóxicos en los lechos de los ríos, provocando enfermedades y muertes”.
No sé si Laura Calampuca y Pepino Fernandez se conocen. Pero son parte de la misma historia, de la misma guerra, de los mismos horrores. Mientras tanto, alguien que debería ser denunciado por mala praxis deportiva, está negociando una indemnización de 20 millones de dólares. Por un contrato firmado por sus cómplices. En tiempos de miseria laboral, de despidos masivos, esa negociación miserable convierte al director técnico de la patética figura, en el ícono necesario del Santo de la Estafa.
Edición: 3650
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