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Por Alfredo Grande
(APe).- Hoy quiero hablarles de Luis Grotadaura. El 29 de Octubre de 2004, hace14 años, me obsequió su libro “Los bancos cooperativos: crónica de un fracaso”, de ediciones Grott. O sea: del autor. Como cabe a los cooperativistas que no abandonan el ideario autogestionario. No será una exégesis del libro, que bien la merece.
Destaco y rescato dos párrafos: “El deseo de ser banqueros se imponía al de ser cooperativistas en las esferas de decisión del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos”. (..) “nuestra posición principista era muy fuerte y el poder del instituto muy grande, lo que determinó enfrentamientos que finalmente terminaron con nuestra expulsión del movimiento con argumentos mezquinos y despreciables, cuando el Instituto y el Credicoop se apoderaron del control de los bancos cooperativos”.
Esto es lo que en análisis institucional el fracaso de la profecía. Que no es derrota, sino una implosión de lo fundante, restituido por formas que lo caricaturizan. Luis comienza su libro con un aforismo implicado: “cuando un fascista se quema con leche, ve una vaca y la mata”. Generosidad de compañero, pero también marca indeleble de aquello que une en los cimientos vivos de la militancia.
Luis combatió, en soledad, contra una de las formas que tiene la cultura represora de enquistarse en aquellas organizaciones que deberían combatirla. Hablar de Luis, sin pedirle permiso simplemente porque sé que me lo daría, es pensarlo como un analizador histórico y político de la crónica de otros fracasos. Hago una distinción, que reitero, entre derrota y fracaso. La derrota no ahorra combate. La derrota es ante un enemigo superior en número, recursos, estrategias. La derrota deja muertos, prisioneros, desterrados. Pero no arrasa con las convicciones, con los deseos, con las ansias de revancha y de venganza. Vilcapugio y Ayohuma fueron dos derrotas, pero no fueros fracasos. El Ejército del Norte, finalmente al mando de Güemes, consigue contener el avance godo. La coherencia, consistencia y credibilidad de los revolucionarios de mayo, finalmente lograron la liberación de tres países, con estrategias militares que ya son historia.
Victoria y Derrota. Dos caras de la misma moneda. Esa moneda es pasar de la queja al combate. Pero hay otra moneda, acuñada en los sótanos de la cultura represora, que es el fracaso. Ni el tiro del final te va a salir, y mucho menos te va a salir el tiro del principio. El fracaso es derrotarse a uno mismo. El error no forzado. O bien dicho: forzado por nuestras propias cobardías, nuestras propias contradicciones, nuestras propias tibiezas, nuestra propia tristeza. De la derrota hay retorno, hay regreso. Del fracaso no.
La resistencia peronista luchó décadas para que Perón volviera. Pero el Perón que la juventud maravillosa esperaba, que las organizaciones combativas deseaban, ese Perón nunca volvió. Y fue restituido de muchas maneras, desde una Isabelita, desde un Luder, un Menem, un Scioli, un Néstor, una Cristina. Imágenes más lejanas o más lejanas del Perón idealizado. Pero el fundante revolucionario del peronismo quedó sepultado. La que tampoco volvió fue la Evita que profetizó: “el peronismo será revolucionario o no será”. Por eso escribí hace ya tiempo: “No será”. Y no fue.
Hoy el significante peronista, tiene multiplicidad de significados que no me informan de fortaleza, sino de precariedad. De cambalache. Por eso yo soy peronista y cristiano si el fundante de esas militancias es revolucionario, es clasista, es combativo. Por eso dije cuando “encontré mis 70”, que el Encuentro de la Gratitud Militante era profundamente político y absolutamente no partidario. Porque pienso que los partidos políticos son algo así como el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. La misma denuncia que el valiente Luis realizara en el 2004. La partidocracia es algo así como el Instituto Movilizador de Fondos Políticos.
Entonces el tema no es si los políticos desprestigian a la democracia. El problema es si los burócratas, los gerenciadores de la voluntad popular cuyas acciones denominan votos, si toda esa casta de políticos profesionales y confesionales, pueden garantizar algo más que la vigencia de una constitución que es nacional y profundamente anti democrática. Hoy que tanto escuchamos sobre la unidad, donde el antimacrismo minimalista arrasa con la pasión y la razón, una convocatoria para una reforma fundante de la constitución nacional, que deje de ser tan magna y sea solamente igualitaria, equitativa, justa y perfecta. Y esto es modificar el horizonte de lo posible. Una constitución nacional que no sea para todas, todos, ni siquiera para todes. Solamente para la clase trabajadora. La única que produce valor. Que produce bienes y servicios. Que produce vida.
La clase parasitaria deberá morar al este de todos los paraísos, muy especialmente los fiscales. Hoy lo revolucionario es la reforma fundante de la constitución nacional. Núcleo de una unión popular que no termine en una unidad hegemonizada por mayorías que apenas serán primeras minorías. En el mejor de los casos. Porque el que esté libre de carpetazos que tire en primer twitter. Hoy que veneramos las victorias del mundial, que anhelamos el campeonato que otorga una corporación corrupta y delictiva, que en nombre de un gol, o de dos goles, indultamos tristezas, dolores, injusticias, la sombra de la fiesta de todos, del circo romano del Mundial de 1978, abruma mi alma de hincha.
Mientras el seleccionado nacional y aristocrático intenta sobrevivir, nosotros repudiamos enérgicamente los cuadernillos del Ministerio público de Defensa entregado a escuelas de CABA, en el que habilitan a la policía de la Ciudad, policía Federal, Gendarmería y Prefectura a ingresar a las instituciones educativas, incluso sin orden judicial, indicando a las autoridades educativas que no intervengan en dichas situaciones.
Desde la noche de los lápices es un derecho indiscutible el que no se le permita el ingreso a las fuerzas represivas del Estado a las Instituciones educativas, y es un derecho que no vamos a permitir que sea avasallado. La población deberá expresarse en el mismo sentido, y repudiar estas políticas represivas hacia la juventud y las y los estudiantes.
Por eso pensar y recordar a Luis me ayuda. No sé si el final de “Un enemigo del Pueblo”, la obra de Ibsen, puedo suscribirla. “El hombre más fuerte es el que está más solo”. Quizá pueda invertir esa racionalidad. “El hombre más solo es el que tiene que ser mas fuerte”. Y esa fortaleza no es justamente la que logra ovaciones, gloria y riqueza.
Luis Grotadaura lo sabe. Alberto Morlachetti también. El Che en Bolivia debió sostenerla. Yo solamente, encontrando los 70, intento aprenderla.
Edición: 3642
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