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Por Alfredo Grande
(APe).- El debate por la legalización del aborto es una batalla cultural fundante. Los autodenominados grupos PROVIDA que, manteniendo las paradojas constantes de la cultura represora, amenazan con la muerte, sostienen que la mujer asesina a su bebé. El pionero del delirio fue el Gran Turco cuando impuso el “día internacional del niño por nacer”. Algo así como imponer el día internacional del trabajador que está por conseguir trabajo. O el día internacional del amor que está por llegar. O sea: futuros alucinatorios para encubrir presentes siniestros.
El tema de fondo ni siquiera es el aborto. No les importa nada, porque es una realidad fáctica que existe y existirá. Lo que la cultura represora no puede tolerar es que la legalidad facilite pensar en la legitimidad del aborto. Lo que está en debate, además de condenar a las mujeres a condiciones de total vulnerabilidad psicofísica en abortos clandestinos, es que mantener a rajatabla que la sexualidad tiene sus riesgos. Y sus castigos. Que si tuvo el ardiente deseo para perforar el pecado, al menos sienta en carne propia el castigo por tamaña ofensa.
Los grupos Provida, y todas y todos que se oponer a legalizar y legitimar el aborto, quieren que la sexualidad siga siendo apenas el corralito sacramental de los deseos rigurosamente vigilados. Son los mismos que atacaron, torturaron, asesinaron a homosexuales. Y en la actualidad a travestis y transexuales y toda forma de disidencia sexual. Para decirlo de otra y de la misma manera. La cultura represora odia el placer. Por lo tanto debe martirizar a los cuerpos que se empeñan en lograr primero, y multiplicar después, no solamente panes y peces, sino también placeres.
Esta batalla cultural por la legalización del aborto es una batalla cultural por las libertades sexuales. De las cuales sólo se habla en casos de abuso sexual, violación, mujeres esclavizadas en esa industria infame que es la trata. Se habla, tampoco demasiado, y se actúa, tampoco demasiado, en las manifestaciones más aberrantes de lo que denomino sexualidad represora. Pero no hay debate sobre la sexualidad como patrimonio cultural de la humanidad, si me toleran la desmesura, que no es tanta.
Todos los sistemas jerárquicos, represores, exterminadores, clericales o seculares, han hecho del aniquilamiento de la sexualidad una de sus armas más letales. Porque implica clonar un placer que es accesible, hasta me atrevo a decir que es natural, ya que el soporte material es el cuerpo con el cual nacemos, en formas artificiales, dañinas, destructivas, de otros placeres. Lucro que garantiza el placer de los explotadores, implica necesariamente el sufrimiento, el dolor, el escarnio de los cuerpos de los explotados y martirizados. Mientras el cuerpo aguante. Para la cultura represora, la única opción que el cuerpo tiene es aguantar.
La grieta, eufemismo que pretende ocultar que el abismo es la lucha de clases, es también la grieta de los que disponen de todos los placeres y de quienes sólo disponen de todos los sufrimientos. Las penas son de nosotros, los placeres son ajenos. Y cuando algunas y algunos y algunes tienen el coraje de subvertir ese mandato brutal que establece que parirás y vivirás con dolor, el castigo es engendrar vida sin deseo. O sea: la vida por mandato. Por eso la batalla por la legalización del aborto es también la batalla por la legitimidad de la vida por deseo.
Provida defiende la vida embrionaria. Una vida donde no hay deseo, no hay conciencia de clase, no hay libertad sino total sometimiento, una forma de vida restringida a un devenir celular. Sin corteza cerebral que permita pensar, reflexionar, cuestionar, escribir. Sin registros sensoriales. Para los “provida” el sujeto es apenas, un embrión grandote. El credo: le pertenezco.
Y ésa es la batalla de la guerra que nos han declarado hace siglos. No le pertenecemos más que a los que deseamos pertenecer. Pensamiento y deseo son hermanos en la vida. Los cuerpos, los sentidos, los pensares, sólo se expresan en su más amplia dimensión cuando los placeres acompañan. No solamente lloverán mujeres, que también. Lloverán todas las formas posibles de pensarnos como sujetos deseantes. Y habrá inundaciones donde quizá ya no importe saber quién es quien, cómo es cuál, y dónde las disidencias, las migraciones, los nomadismos de género, los cuerpos abiertos a otros cuerpos formando cuerpos de cuerpos, serán el encuentro necesario y fundante para seguir construyendo vínculos, y luego grupos, y luego colectivos, que arrasarán con las bestias del dolor y las desgracias. Legalizar para legitimar. Legitimar para propiciar. Y propiciar que el placer sea punto de partida y punto de llegada.
Y entonces la culpa y el castigo ya no tendrán más lugar. Y ese lugar será ocupado por la única vida que merece ser vivida: la vida por deseo.
Edición: 3633
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