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Por Claudia Rafael
(APe).- Los 25 años de condena que ayer cayeron sobre la cabeza del cura que irónicamente se llama Justo Ilarraz por abusar de niños que tenía a su cuidado desnudan una radiografía del poder. En este caso es la iglesia católica. Podría haber sido el cura que fue, un pastor, un rabino, un director técnico de fútbol, un ministro de la corte o del gobierno provincial o nacional, un profesor de la escuela x, un psicólogo. Cualquiera entre tantos que ocupan un puesto de poder, que están dos, cinco o diez escalones más arriba en la línea de decisión de quienes son sus víctimas. Freud dijo que el ser humano es capaz de cometer casi cualquier delito si sabe que puede hacerlo sin castigo alguno. Y el cura Ilarraz no hizo ni más ni menos que aprovechar de esa enorme cuota de poder en sus manos de ser el lobo que tenía a su cuidado noche tras noche a cuarenta ovejitas. Y ¿quién iba a desconfiar de la suma del poder moral que constituye un hombre que habla la palabra de dios, sea cual sea el dios, si lo que transmite es el deber de hacer lo correcto, de hacer creer que cada movimiento de sus manos, cada gesto de afecto, cada convocatoria a un instante de soledad en las sombras con él era algo así como ser “el elegido”? Y, en definitiva, la certeza de encarar el camino a lo sagrado.
La condena a Ilarraz tuvo como base los vejámenes a siete de aquellos niños que ya son hombres. Otros no pudieron. No llegaron. Se hundieron en la culpa fogoneada por la estructura que se viste de castidad mientras en el Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo, en Entre Ríos, entre 1984 y 1993, Ilarraz sometía a pibes entre 12 y 15 años. Una culpa que tiene su semilla, regada cotidianament, en la práctica perversa de preguntar una y otra vez ¿qué hiciste para convocar a los demonios?
Fabián Schunk, hoy docente, ex sacerdote, pudo romper con ese alambre de púas con que el poder eclesial amarró su lengua para que no hablara, sus brazos para que los contuviera, su conciencia para que acallara el dolor, y se transformó en una de las víctimas que encabezó este vía crucis para lograr la condena de su victimario. Una víctima que recuerda cómo la iglesia católica, a través de su pirámide de poder, hizo una pantomima de juicio interno, cajoneado convenientemente, para dejar tranquilas a sus ovejas.
“Éramos gurises. Salíamos de los campos, de las aldeas, de pueblitos perdidos en la provincia, con la esperanza de tener otro proyecto para uno, una vida distinta. Éramos chicos que nos encontramos con algo muy distinto a lo que veníamos viviendo y de golpe te empiezan a pasar cosas que no sabés qué son, que no sabés cómo interpretar y cuando caés en lo que te está sucediendo querés huir y no podés, querés escapar y tenés las puertas cerradas. Fueron momentos muy duros para todas las víctimas. Momentos de soledad, porque entre nosotros no hablábamos. No sabíamos que al otro le estaba pasando lo mismo. Decirte que en un pabellón había entre 30 y 40 personas y de noche escuchabas un gurisito llorando y no sabías por qué y a los años te enterabas de que ese pibe había sido abusado. Uno creía que extrañaba. Y después el llanto de uno lo disimulaba”, contó Fabián Schunk en una entrevista.
Ilarraz es ese sacerdote que representa y representó el sumo poder de una de las estructuras más férreas de la historia de la humanidad que basó y sigue basando su supremacía en la palabra que no se cuestiona. Estructura que es la macarra de la moral pero que, también, sintetiza como una radiografía inmejorable el ejercicio de la dominación de las conciencias, de la colonización de los territorios que son los cuerpos niños o los cuerpos más vulnerables. Los que no tienen un abrazo que cobije los temores porque, después de todo, quien somete y se asume en las sombras como el portador de la crueldad más atroz, es al mismo tiempo quien fue designado para guiarlos en el camino de la vida.
Schunk pudo como pudieron otros seis y tal vez –ahora que hubo una condena a 25 años- habrá otros que también puedan hablar. Pero también –dijo Fabián Schunk- están “los chicos que intentaron matarse, que terminaron en la droga, que se pegaron un tiro, que se tiraron por un puente con la camioneta, los que somos adultos y llevamos encima la psoriasis, las pesadillas. Porque esto te lleva al ocaso de la vida. Le dieron 25 años. Y quizás salga antes por buena conducta. Pero nosotros llevamos 30 años encarcelados. Con este dolor a cuestas en nuestras cabecitas”.
Hoy el debate instalado podrá centrarse en el cura Ilarraz, en sus jefes, el cardenal Estanislao Karlic y el actual arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari. Que son nombres. Que son estilos. Que son representantes de una estructura. Pero ¿la estructura? Ésa y todas las otras estructuras institucionales (llámese familia, escuela, hospital, ejército, club de fútbol, entre miles de etcéteras) que siguen arremetiendo contra los territorios corporales como apéndices de sus propios continentes.
Ayer, la periodista Yesica Brumec, de la agencia AP y la cadena SNTV, dejó al desnudo la hipocresía de otra de las instituciones más aceitadas en materia de corrupción de cuerpos (entre otras corrupciones) con una pregunta al DT de la selección argentina.
Brumec: “En Argentina a partir de 2015 somos noticia en todo mundo por el tema de 'Ni una menos', por visibilizar la violencia machista y levantarse contra eso. En 2018 somos noticia por un manual educativo repartido por la AFA donde se le cuenta a los hombres cómo tienen que hacer para seducir a las rusas, por una publicidad con un mensaje bastante homofóbico, por un jugador convocado entre los 35 para ser parte de la selección y previamente denunciado por violencia de género, por una selección nacional de fútbol femenino que ahora está con escasos recursos y quieren ser escuchadas, y en el medio de todo esto sale a la luz una red de pedofilia donde chicos que quieren llegar un día a la Selección son abusados sexualmente. La pregunta es: ¿cree usted que el fútbol argentino se está quedando atrás respecto a los avances socioculturales que se están dando en Argentina en los últimos años? ¿Sí, no y por qué? Gracias”.
La respuesta de Sampaoli osciló entre el nerviosismo, la maraña dubitativa y el aval a los abusadores. ¿Acaso no es avalar (o intentar arrojar la pelota muy lejos del arco) el decir que “se denuncian cosas que son difíciles de comprobar” o que “por ahí el hecho de denunciar algo que suceda, que va en contra de un ser humano, se lo hace por el hecho de satisfacerse personalmente. Porque no hay nada que se generalice a partir de la denuncia. No hay cosas que se puedan generar para que eso se controle o mejore” entre varios etcéteras más.
Irene Intebi definió hace mucho que la violación es como un disparo en la mente, un balazo en el aparato psíquico, que hunden a la víctima en el silencio. Pero las angustias empiezan a salir como pus por las heridas mal cerradas. Hasta que estallan.
Para la antropóloga Rita Segato hay que poner en el centro del debate el significado real de la violación como un acto de dominación, de punición. “El violador es el sujeto más moral de todos. En el acto de la violación él está moralizando a la víctima”. Y en el proceso de moralización atroz de Ilarraz –como una cruzada férrea contra sus ovejas, gurises llegados de las aldeas y los campos- se llevó puesta la infancia de quienes pudieron empezar a aullar su dolor dos y tres décadas después.
Edición: 3618
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