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Por Silvana Melo
(APe).- Que la masculinidad como medio criminal plante bandera en el cuerpo de una nena de 13 años en un rincón salteño llamado Rosario de Lerma, se desvanece como noticia por lejanía y por cotidianidad. En plena toma del poder absoluto en el ombligo universal de los mercados, la conquista del cuerpo de las mujeres más vulnerables es una herramienta de dominación que busca coartar desde la infancia la reacción inesperada de este siglo: la desobediencia femenina.
La nena de Rosario de Lerma volvía de la escuela cuando todavía no había anochecido. Tres hombres asomaron entre los matorrales de una manzana baldía y se apropiaron de su cuerpo entre todos. La metodología de la manada para la conquista violenta de un pequeño territorio. Trece años, igual que la chiquita de Colegiales atacada hace un mes a las 11 de la mañana. Atravesado su cuerpo para siempre por la rapiña del poder que aparece de pronto a enajenarle el cuerpo y poner las cosas en su lugar. Donde deben estar según lo que la antopóloga Rita Segato define como “la moral” del violador. La que ejerce el poder para disciplinar aquello que en lo simbólico se aparta de la legalidad patriarcal. Y, además, como un exhibicionismo viril destinado a sus pares. No importa si en soledad o en colectivo. Siempre hay un espejo en el que reflejarse hombre.
La nena de Rosario de Lerma no puede salir de su estado de shock. La chiquita de Colegiales no logra una declaración profunda del suceso ante la Justicia. La piba, también de trece, que fue poseída con masividad en una fiesta en Tandil hace dos años, no ha podido recuperar su cuerpo, que tiene las banderas del enemigo clavadas como para siempre. Por eso no quería despertar del coma ni seguir viviendo.
Dice Raúl Zibechi que los narcos y los femicidios son “formas de disciplinamiento” a los sectores “capaces de generar más cambios”. El capitalismo como sistema y el extractivismo como modelo “exacerban la dominación patriarcal”. Por lo tanto, no se trata sólo de un modelo o metodología económica: “es un tipo de sociedad”.
Los violadores en manada de Olavarría –que arrastra una historia de patotas enajenadoras de clase en plena dictadura- o la horda de Tandil no son ataques “utilitarios”, no son parte de la inseguridad que el sistema aprovecha para la penalidad dura, no son crímenes sexuales: “son crímenes del poder, de la dominación, de la punición”, plantea Rita Segato. “El violador no es un ser anómalo. En él irrumpe un contenido y determinados valores que están presentes en toda la sociedad. Cuando eso sucede nos espantamos y transformamos al violador en un chivo expiatorio, pero él en realidad fue el actor, el protagonista de una acción de toda la sociedad”. Es decir: “la violación no es un hecho genital sino un hecho del poder”.
La banda que secuestró, abusó y abandonó en un descampado salteño a una chica de 18 años, hace poco menos de un mes; la nena de Rosario de Lerma; las decenas de mujeres asesinadas anualmente en Salta, taladas como los bosques en una provincia puntera en desmontes y enajenación de tierras para la extranjeridad. La violación y la muerte son la apropiación del cuerpo y la tierra en el cuello del NOA, donde hasta el 65 % de los niños y las niñas son pobres. Donde la ley de salud reproductiva es una utopía, donde se resiste el repliegue de la religión católica en las escuelas públicas. La oficina central del patriarcado.
Lo que Segato llama "pedagogía de la crueldad", con la eficacia máxima cuando el arma es la sexualidad. “Es el asesinato moral del sujeto, despojándole de la jurisdicción sobre su propio cuerpo”. Que se enciende con la fuerza de la reacción ante el fenómeno imprevisible de las chicas re-escriturando su cuerpo en las calles y espejándose en lo posible. Resistiendo el desalojo de una tierra que es la propia.
Edición: 3613
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