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Por Sergio Val / Fundación Che Pibe
(APe).- En Enero del 2017 un puñado de familias sin mucho más que su intemperie, lo puesto, algunas bolsas con ropas y unos muebles destartalados tuvieron la osadía de hacerse de un lugar en el mundo, para que crezcan los hijos. Un lugar donde vivir. No tuvieron mejor idea que la de encontrarse con un claro de tierra, detrás de la escuela que estaban construyendo cerquita de la estación de Villa Fiorito, unos baldíos del FFCC General Belgrano. Enseguida sonó la alarma y la gendarmería rodeó los precarios nidos. La solidaridad también se hizo presente y se armó la olla popular, la torta frita compartida, la chapa y el tirante, o lo que sea para estar mejor.
Más de una treintena de gurisitos y gurisitas poblaron ese verano los terrenos de la estación, le cambiaron el colorido, le pusieron una sonrisa al basural a cielo abierto más grande de Fiorito. Pero la alegría más impresionante estaba en las caritas del piberío, la de no tener que jugar en un pasillo húmedo entre paredes frías y correr y correr entre las vías agonizantes del ante último verano del trencito.
Finalmente la situación empezó a encontrar una posible salida al conflicto. El juzgado Federal interviniente comprendió que las familias no habían usurpado, sino que el estado de calle los puso en la necesidad de encontrar un lugar, y como gotas que caen sobre la cara de una hoja se fueron encontrando en un camino común. La causa penal fue archivada, el municipio ayudó a que las familias pudieran encontrar un lugar transitorio y estas familias terminaron anotadas en un plan de viviendas sociales que alguna vez será construido en otro rincón oscuro del conurbano de Lomas de Zamora.
Ayer, desde muy temprano, cinco de estas nueve familias, están en alerta hídrica de inundación. A eso de las cuatro y media de la mañana cuando una de las hijas más pequeñas de una familia de siete hermanitos se levantó para ir al baño, corrió chapoteando a avisar a sus papás que se estaban inundando. Alejandro, el papá, ya no sabe qué hacer. La desesperación de ver a su familia viviendo en esas condiciones puso al joven herrero contra las cuerdas, en una pelea que parece no tener fin, en un ring que arrincona a millones de familias a vivir en territorios inundables y contaminados.
En un país con abundancia de tierras fértiles confinadas a acrecentar la riqueza de un puñado de empresas trasnacionales, que facturan millones en comodities de soja, petróleo y minerales a cambio de una coima legal llamada “retenciones a exportaciones extraordinarias”. Con gobiernos-árbitros que están arreglados por las empresas del capitalismo en serio, que demandan más y más seguridad jurídica para asegurar sus negocios, es sin lugar a dudas una pelea desigual, en la que los medios de comunicación van a seguir silenciando el dolor de los expropiados de la vida y la felicidad.
Pero éste es un round más de quienes en el anonimato total comienzan a encontrarse y con la inquebrantable voluntad de sobrevivir, tragan saliva y se remangan. Llenan de coraje el alma y le dan batalla. Cuánta crueldad, cuánto abandono. Qué poco valora esta sociedad el sufrimiento de los más pobres que se levantan siempre de la injusticia. ¿Quién habrá pensado este país? ¿Quiénes condenan a nuestros hijos a crecer en las mínimas condiciones de vida? Alberto Morlachetti con palabras mayores diría que “un pueblo que condena a sus niños a crecer en la absoluta pobreza es un pueblo que se condena a sí mismo. Un país que no tiene proyecto para la niñez es en sentido estricto un país sin proyecto”.
No estoy tan seguro de que no exista un proyecto para este país, de lo que sí estoy seguro es de que ese proyecto no es el nuestro.
Creo que este pueblo no se resignará a que otros decidan por nosotros hasta la forma de morir y que más temprano que tarde debemos volver a pensar el tiempo que necesitamos, el del trabajo, el de los salarios dignos, donde ser viejo vuelva a sea una bendición y ser niño un privilegio.
Estamos en el tiempo exacto para diseñar el cielo y la tierra que queremos.
Edición: 3603
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