Bella Ciao

|

Por Claudia Rafael

(APe).- Tal vez Manuela ronde ya los sesenta y pico. Perdí la cuenta porque, después de todo, fue como un vientito de instantes en mi vida en los que compartimos la (mala)hechura de unos cuadernos en una cooperativa norditaliana. Allí trabajábamos inmigrantes africanos y sudamericanos sin papeles, jóvenes y adultos con vulnerabilidades físicas o neurológicas como Manuela, gente desarrapada sin más destino que el día a día. En un italiano chapuceado como era el mío, recién llegada, le expliqué a Manuela que en mi país había una canción que llevaba su nombre en diminutivo. Y se la enseñé. Después ella sonreía desde sus ojos un tanto extraviados y con un español también chapuceado cantaba -mientras pegoteaba tapas de cartón- que Manuelita era una tortuga y que se había marchado de un lugar para ella impronunciable (por eso de la j que los italianos invariablemente transforman en c) porque se había enamorado. Y ella, me regaló otra canción. Una que representaba otra Italia. Tan ajena a la berlusconiana, que en ese tiempo era un exitoso empresario televisivo, de obscenidades monetarias, o a la de la Liga del Norte, que espantaba ya con sus ideas de encierro a homosexuales, inmigrantes e italianos del sur pero que era todavía incipiente. Entonces Manuela empezó: “Una mattina mi son' svegliata, o bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao. Una mattina mi son' svegliata e ho trovato l'invasor…”.

Y cuando había un descanso, las dos con nuestros mamelucos anaranjado potente, las dos frágiles, cada una por lo suyo, nos reíamos haciendo una estrofa cada una: ella, con que “Manuelita una vez se enamoró de un tortugo que pasó. Dijo: ¿qué podré yo hacer? vieja no me va a querer, en Europa y con paciencia me podrán embellecer”…. Y yo con “O partigiano, portami via, o bella, ciao! bella, ciao! bella, ciao, ciao, ciao! O partigiano, portami via, che mi sento di morir”…

Hoy Bella Ciao hace furor por la exitosa serie Casa de Papel, de Netflix, en donde los protagonistas la cantan en determinados momentos mientras fabrican dinero de a millones y millones en una toma de rehenes en la que el líder insiste: “sólo robamos tiempo”.

A partir de la serie, un megaempresario fanático de Netflix, el dueño de un banco, una señora paqueta de esas que han solido cacerolear con una essen o el gerente que en este mismo instante está ordenando la eufemística reducción de personal, pueden tararearla, silbarla y hasta entremezclar entre un acorde y otro un bella ciao.

Es de alguna manera un símbolo. Que representa la apropiación de las luchas para implosionarlas. Yo en aquellos años de italianidad al palo aprendí de Manuela esa letra que por estos lados Quilapayun había cantado por los 70. Pero también aprendí de Graziella, la dueña/cocinera/lavaplatos del restaurante en el que trabajé más tarde que las mujeres de los arrozales cantaban, con los vestidos arremangados hasta más arriba de las rodillas que “tu vuo´ far l´americano, mericano, mericano, ma sei nato en Italy”… como cantaría la Loren mientras intentaba seducir a Clark Gable en un film de los 60. Y me habló de las mujeres de los arrozales explotadas, con artritis avanzada de tanto estar en el agua. Esas mujeres que veían cómo sus hijos soñaban con el emblema del mundo capitalista y querían irse a triunfar a Estados Unidos, con una campera de cuero, una billetera llena y un vaso de whisky en la mano.

Hubo un tiempo en que Bella Ciao representaba la utopía de sueños igualitarios. Donde era pensable romper con un fascismo arrollador que perseguía y marcaba a sangre y fuego a luchadores. Donde se podía soñar con cincelar a un niño con la mixtura de felicidad y dignidades en la piel. Donde la lucha, acompañada con música que acariciaba los días, dolía en los huesos pero vislumbraba futuro. Donde se sentía, como en Bandiera rossa, aquella otra canción que aprendería más tarde entre puestos de artesanías y reuniones de migrantes renegridos e italianos marginales que había una bandera roja que triunfaría. Para que el fruto del trabajo vaya a los que trabajan…en el campo, el taller y la mina, suene ya para los que esperan la hora final de la revuelta.

Bella Ciao hace ya tiempo que dejó de ser. Bella Ciao se horrorizaría hoy de las oscuridades y desprecios. Del mundo patas arriba. De los márgenes que evidencian más y más multitudes golpeadas y castigadas. Bella Ciao vuelve y se entona en canchas y en series pero duele y emociona a la vez.

Yo acuné a mis hijas con ella. Que la cantaron jugando en el jardín y en la escuela. Y hoy la chapucea mi nieto, que –como puede- canta que è quest'è il fiore del partigiano che è morto per la libertà.

Alguna vez Bella Ciao volverá como las flores del durazno en primavera. A musicalizar la construcción de un mundo donde la equidad no sea una absurda e inalcanzable quimera.

Edición: 3567


Suscribite

Suscribite al boletín semanal de la Agencia.

Sobre la fundación

Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.

Sobre la agencia

Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte