Amor abierto

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Por Alfredo Grande

(APe).- Varias décadas atrás, demasiadas, vi en el cine la película Gunga Din. Rebelión de los adoradores de la diosa Cali contra los ingleses. Obviamente, los buenos eran los ingleses, siempre limpitos, blanquitos, simpatiquísimos, y los malísimos eran los fanáticos adoradores. Negros, sucios, perversos, asesinos, en fin, un asco. El personaje central era Gunga Din, un hindú que ayuda a los ingleses para vencer a los rebeldes. Muere en combate, pero muere en la gloria de su graciosa majestad. El final de la película mostraba un primer plano del rostro de Gunga Din con su turbante hindú, y henchido de orgullo, haciendo la venia. Un anticipo de lo que fue robar y asesinar para la corona. Cualquier corona. Incluyendo las coronas democráticas y electivas.

No deja de ser curioso que la divinización del pueblo, atribuyéndole sin ir más cerca la capacidad de nunca equivocarse, otorga al Presidente un carácter sacro. Ante cualquier crítica, reproche, o cantar en arameo antiguo MMLPQTP, aparece el mantra reaccionario de: “lo votaron”. Menos veces: “lo votamos”. Porque se tira la piedra pero se esconde la urna.

Si ante la violencia de género, que yo prefiero denominar “crueldad de género”, porque satanizar la violencia sólo consigue que la víctima además de víctima quede indefensa, uno le dijera a la mujer golpeada: “vos lo votaste”, haría evidente que la frase invita a seguir durmiendo con el enemigo.

En una cultura no represora, el origen no condiciona el destino. O sea: puede empezar como votado, y luego terminar como zanjado. (Aclaro que es un neologismo para aludir a “terminar en una zanja”, obviamente una zanja democráticamente construida).

Entiendo la lucha contra el Patriarcado como una lucha contra cualquier forma de sacralizar, contra cualquier forma de unir para siempre origen y destino, y contra cualquier forma de apropiación privada de cuerpos, ideas, deseos, anhelos. Por eso la lucha contra el patriarcado, al menos para mí, es libertaria y es revolucionaria.

Mantengo siempre la diferencia entre lo revolucionario y la revolución. Lo revolucionario es perforar los fundantes de la cultura represora. O sea: hacer colapsar todas las formas de los mandatos, especialmente los que aparecen más razonables y mas criteriosos. El mandato de todos los mandatos se hace llamar “moral”. Y buenas costumbres. Y sentido común. A veces, tradición, familia y propiedad.

El 8M es lo revolucionario en acto. Porque la mujer que lucha, no acepta que origen y destino sean lo mismo. O sea: que la capacidad generadora de vida, la matriz gestante, implique, sí o sí, un destino de maternazgo eterno. De ahí la necesidad de sostener la legalidad del aborto. Que no es lo mismo que desear al aborto. Hace décadas, parece que estoy memorioso, escribí una monografía para la cursada en la Escuela de Salud Pública, durante la dictadura militar. Recuerdo que el docente, casi con ternura, me dijo que en vez de “educación sexual” pusiera “información sexual”. Por si las moscas, moscas genocidas.

La monografía tenía como título: “Embarazo y aborto en la adolescencia: una enfermedad de transmisión sexual”. Con la pobreza conceptual de esos tiempos, intentaba decir que en la adolescencia el embarazo era análogo a una enfermedad. Debería haber agregado: enfermedad social y política. Pero no eran tiempos para esas precisiones.

Yo estoy en contra del aborto. Lo considero el peor anticonceptivo. Y una situación traumática aun realizada en las mejores condiciones. Además, y en varias décadas de práctica clínica, no encontré ninguna mujer que se embarace para abortar. En realidad, aborta porque está embarazada. Por eso la Iglesia Católica Romana, a la cual seguimos sosteniendo su culto, o sea pagando estaban los gansos y las gansas, siempre permitió medios anticonceptivos “naturales”. O sea: inútiles y profundamente antiestéticos y anti eróticos.

Porque la cultura patriarcal no solamente impide el aborto en su legalidad y legitimidad. Lo que promueve y además consigue, es generar “embarazos no deseados”, para que sean el justo castigo para los deseos no reprimidos. O sea: el embarazo deja de ser el deseo de un hijo para ser el castigo por un deseo. Lo que la Iglesia sostiene es el amor cerrado. O sea: cerrado, sacramental, monopolizado, territorializado, privatizado, eternizado.

En caso de apertura, la culpa, que es el roedor del alma, se hace presente. Vía directa o vía síntomas, accidentes, enfermedades físicas y psíquicas. Y si la apertura se acompaña de un embarazo, y el aborto debe realizarse en condiciones de alta precariedad y alta culpabilidad, la mujer entra en una zona de vulnerabilidad y alto riesgo. Si lleváramos la doctrina clerical al absurdo, como se demuestran muchos teoremas matemáticos, podríamos decir que la masturbación en el varón es un genocidio de espermatozoides. O si tuviéramos el poder delirante de un jefe de estado, estableces el “día internacional del niño por nacer”. Menem lo hizo. Que un embrión tenga su día, parece una desmesura, aun para ese delirio eterno que es la derecha.

Luchar contra el patriarcado es también luchar contra todas esas formas de criminalizar la vida criminalizar el deseo. Esta batalla de siglos se sostiene en el cuerpo de cada mujer. Obviamente, no de todas las mujeres. No son pocas las que se visten con las ropas aggiornadas de las posmodernas “Gunga Din”. Siempre los instituidos burocratizados han recuperado la potencia de los instituyentes-instituidos.

Toda profecía necesita sus apóstoles y no todos son coherentes, consistentes y creíbles. Pero en su fundante, la lucha anti patriarcal es subversiva, revolucionaria y de enfrentamiento con la clase de los represores. A lo mejor definirse como “varón anti patriarcal” sea la nueva denominación de revolucionario. Y de la misma manera que hay muchos que dicen ser revolucionarios y apenas son retroprogresistas, debe haber cientos de miles de revolucionarios que todavía no se han dado cuenta que lo son. Importa, pero más importa que la dialéctica de la lucha de clases tome formas que no siempre podemos anticipar. Por suerte.

En su extremo límite, la lucha antipatriarcal llevará a una diversidad de formas de amar que hoy quizá no podamos pensar. A esa diversidad potencial, la denomino “amor abierto”, que nada tiene que ver con las formas cerradas, abiertas, o de puerta giratoria, de cualquier pareja. El “amor abierto” será un horizonte que no se aleja. Será un horizonte que se acerca. Pero sólo lo acercará la lucha contra todas las formas de la cultura represora.

Edición: 3566

 


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