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Las rutas de Marcos Filardi
Por Silvana Melo
(APe).- Entre el hambre y la lucha por la soberanía alimentaria hay una vecindad fatal. La dependencia y el sometimiento condenan a gran parte de la población del mundo a comer mal, a soportar hambrunas que matan a multitudes a las veras de los caminos, a ser obesos por mala nutrición, a que se le quiebren los huesitos por falta de calcio, a que se les caiga la piel por kuashiarkor. Marcos Filardi vio el Africa devastada y armó la ruta pavorosa del hambre. Cuando regresó, delineó en la Argentina el camino de la soberanía alimentaria. Como para construir una senda superadora. Pero tropezó con el hambre criminal en un país donde el alimento crece bajo todos los soles. Desnudó un sistema “destinado a producir ganancias para unos pocos y no alimentos para todos”. Y sintió en la propia piel el oleaje de agrotóxicos que sostiene al modelo. Un modelo “que se sustenta en monocultivos, transgénicos destinados a la exportación y resistentes a herbicidas”. Entonces “usa 400 millones de litros de agrotóxicos con un verdadero genocidio en nuestros pueblos rurales fumigados”.
Nació un agosto en pleno corazón de la dictadura. Y en 1985, cuando todavía no había cumplido los seis, vio por televisión cómo la gente moría de hambre en Etiopía. Lo que él llama “la hambruna televisada” le marcó el destino con un fibrón y le puso la prepotencia de un camino por delante. Mientras se recibía de abogado (con la vena en los derechos humanos y, en especial, en el derecho a la alimentación) se iba yendo al Africa. Hasta que se fue.
La alimentación fue el hilo de Ariadna que me llevó por la ruta, pero vi temas como el sida, los campos de refugiados, el agua, los mutilados por las minas antipersonales, la reconstrucción de posguerra en Mozambique, los niños soldados en Uganda. Desnutrición aguda, crítica, como problema de derechos humanos.
Tres fotos
Eligió tres para delinear el mapa. Tres imágenes que viralizan una tragedia históricamente invisibilizada, entre los escombros del mundo.
1-El primer niño con kuashiarkor que yo vi. Fue en Madagascar, en una unidad de nutrición terapéutica donde había muchos chicos con marasmos y vi el primer chico con kuashiarkor, esta imagen del niño viejo, con la piel que se le descascara como una cebolla, el pelo rojizo que se le sale del cuero cabelludo. La palabra además es muy fuerte.
2-En el norte de Uganda, los niños soldados y los night commuters; en ese momento había un conflicto con el Ejército de Resistencia del Señor, un grupo armado que entraba a la noche en las aldeas, se llevaba a los niños reclutados forzosamente, violaba a las mujeres y se llevaba a las niñas como esclavas sexuales. Los nenes, cuando llegaba la noche, agarraban la frazada y se iban caminando hasta la ciudad más cercana donde estaba el predio del ejército y dormían fuera para protegerse y que no se los llevara el ERS. Fue un contacto muy fuerte con los que habían sido niños soldados, eran recuperados y estaban en tratamientos para tratar de sanar sus heridas. (Esta historia se publicará en nota aparte)
3-Los campos de refugiados y de desplazados internos. Y las condiciones materiales de supervivencia al límite. La situación de conflicto armado, la gente que tiene que desplazarse, el otro país que dice que no tiene recursos materiales para asistirlos, que lo haga la ACNUR. Recuerdo Paboo, en el norte de Uganda, de desplazados internos, muy impresionante por las condiciones. Cuando un chico de moría se veían detrás de las casas los montículos de tierra donde los enterraban pero no avisaban para que no les cortaran la ración alimentaria. No pueden trabajar fuera del campo, generan tensiones con la población local, a veces sobreviven dos o tres generaciones esperando un cambio en su país de origen.
Estas tragedias están atravesadas por el hambre y la desigualdad.
¿Suficiencia alimentaria?
La desigualdad es la marca de la época. Africa encabeza la estadística de la pobreza extrema, emparentada con casi todas las muertes. América Latina lleva la bandera del continente más injusto. Más desigual. “Que haya ocho personas de carne y hueso, ocho varones con el equivalente en riqueza a la mitad de la humanidad más pobre, lo indica claramente: el 1% más rico hoy tiene más que el 99% restante. Y se ve en las diferencias en expectativa de vida: en el Africa subsahariana era de 42 años. La media en Europa occidental era de 80. Subirte a una patera para tratar de llegar implicaba la posibilidad de duplicar la expectativa de vida. La mortalidad materna e infantil, era menor al 8 por mil en Japón y en Sierra Leona trepaba al 138 por mil”.
-Se producen en el mundo alimentos para 12 mil millones de personas. La población es de 7 mil millones. Pero un porcentaje importante muere por hambre. ¿Cómo se sostiene esta contradicción?
-No es un problema de falta de alimentos. El año bisagra es 1985, cuando se alcanzó por primera vez la suficiencia alimentaria. Y en ese mismo año sucedió la hambruna etíope que vi televisada y donde murieron un millón de personas en un solo país por no tener acceso a las calorías mínimas para mantenerse con vida. Desde entonces es un problema político, de distribución. Lo peor es que entre un tercio y un cuarto de lo que se produce se echa a perder. No llega la boca de quien lo necesita. Las tierras están destinadas a producir materiales para la industria, los agroplásticos, los combustibles que nada tienen que ver con los alimentos. En vez de tener las tierras disponibles para tener alimentos variados y nutritivos, tenemos a los seres humanos compitiendo con las industrias y con los tanques de nafta. Como dice Patricia Aguirre, la alimentación expresa a la sociedad. En la sociedad capitalista no tenés plata y no comés. El alimento se ajusta a la demanda solvente. Tenés poco, el mercado te condena a tener una alimentación pobre. Te vas a llenar de carbohidratos, de grasas, de azúcares, los macronutrientes baratos que este sistema ofrece pero no te vas a nutrir.
Rutas argentinas
En camino de regreso fue delineando un camino en la Argentina que no fuera el del hambre. “Aquí fue la ruta de la soberanía alimentaria, un pardigma revolucionario y transformador. Quería ver los territorios, los impactos y las violaciones a los derechos humanos que genera el sistema alimentario dominante y rescatar y visibilizar lo que estuviera planteando una alternativa”.
Marcos Filardi (*) hace una síntesis brutal: “en un país que en su imaginario tiene la idea de haber sido el granero del mundo y que ahora quiere ser el supermercado del mundo, tenemos un sistema que apunta a la producción de commodities exportables y que está destinado a producir ganancias para unos pocos y no alimentos para todos. Ni siquiera para los 45 millones que somos”. El commodity estelar de este tiempo es la soja, “que ocupa el 60% de la superficie cultivada, que destruye los suelos, que desplaza otros cultivos, que devasta los bosques y los humedales.
El costo –aun incalculable- en la salud colectiva está en manos de las bombas químicas que diariamente llueven y derivan sobre la tierra, los animales, los niños y toda humanidad desprevenida. “Este modelo se sustenta en monocultivos transgénicos destinados a la exportación y resistentes a herbicidas. Entonces usa 400 millones de litros de agrotóxicos con un verdadero genocidio en nuestros pueblos rurales fumigados. Un veneno cotidiano a través del aire que respiramos, del agua que bebemos, de los alimentos que consumimos. Cánceres, malformaciones, trastornos del sistema endocrino y neurodegenerativos, abortos espontáneos”.
En una extensa probeta de ensayos “se introducen en el ambiente un sinnúmero de moléculas de síntesis química cuyos efectos a largo plazo nadie conoce, cuyos efectos acumulativos y sinérgicos nadie conoce. Somos un laboratorio a cielo abierto. Nuestros cuerpos están siendo objeto hoy de un experimento a gran escala. Nuestra salud está a expensas de los intereses de un puñado de corporaciones”.
Hambre criminal
Cuando salió a la ruta de la soberanía alimentaria, en la búsqueda clara de una esperanza, encontró hambre. “Es lo más terrible y perverso de este sistema que se jacta de venir a alimentar a 400 millones de personas, diez veces más que nuestra población. Pero no lo hace porque no está pensado para producir alimentos sino ganancias”.
La cara más cruel, dice Filardi, “es que en este país, con 2,800.000 km2 y 45 millones de habitantes, podríamos tener una población excelentemente alimentada. Podríamos destinar nuestros bienes comunes naturales de forma muy inteligente, de modo tal de generar tejido social, rural, integración entre los productores de la agricultura familiar campesino-indígena y los habitantes urbanos y garantizar que todos estemos adecuadamente alimentados”.
Por eso, “que en Argentina tengamos un pibe, uno, con hambre, es un crimen. Y lo peor de todo es que sucede. El hambre silenciosa, el hambre crónica, la que no genera titulares. La que se naturaliza”. Por eso su Museo del Hambre, en plena avenida San Juan. Una piedrita en el pie del sistema. Donde se cocina, se habla, se canta, se piensa y se proyecta.
Para morderle los tobillos al crimen del hambre, como lo soñó Alberto Morlachetti. Y que los pibes, lejos de esta guerra voraz, caminen por una ruta de pan y chocolate.
(*) Entre otras cosas, Marcos Filardi es responsable, junto a Miryam Gorban, de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la UBA.
Edición: 3538
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