En el país de la libertad

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Por Silvana Melo

    (APe).- En el país de la libertad, Antonio Musa Azar fue condenado cuatro veces a perpetua. Tres por delitos de lesa humanidad. La cuarta por el doble crimen de la Dársena. Los martirios de Leyla Nazar y Patricia Villalba derrumbaron el feudo de Carlos Juárez y Nina Aragonés en Santiago del Estero. Los huesitos de Leyla estaban en la jaula de los tigres que Musa tenía en su estancia.

El genocida vivió tranquilamente en libertad más de veinte años. Su encierro duró menos de la mitad que su impunidad.

Tiene 81 años, diabetes y está en su casa.

El país de la libertad saca de su galera razones humanitarias. En otros casos, las esconde bajo llave.

Miguel Etchecolatz tiene 88 años. Sus ojos no. Están tan vivos como en 2006, cuando el testigo clave para la primera condena por genocidio en el país era Jorge Julio López. Y desapareció, por segunda vez. Tan vivos como cuando todos fueron conscientes de que su poder estaba intacto, desde un simulacro de cárcel como la Marcos Paz de los represores.

Sus ojos están tan vivos como cuando era el asesino preferido de Camps en la cúpula fundante de la bonaerense.

Vivos como Etchecolatz emblema y paradigma, en una casa de verano en Mar del Plata.

La ciudad feliz del país de la libertad.

El juez Bonadío, propietario de la libertad selectiva, se fue de vacaciones. Antes dejó libre a Dante Berisone. Policía de la Federal que el 18 de diciembre pasó con la moto por encima del cuerpo de Pipi Rosado. Un cartonero de 19 años que un momento antes había sido derribado por balas de goma. No estaba en la marcha, dicen los medios como para disculparle que pasara por ahí. ¿Si hubiera estado en la marcha se merecía el unimog de Gendarmería sobre la cabeza?

El juez federal Sergio Torres, reemplazante de Bonadío, volvió a detener a Berisone.

No se sabe por cuánto tiempo.

El país de la libertad tiene especial predilección por los feroces.

La ministra de Seguridad firmó que “no existen impedimentos para el ascenso al grado inmediato superior” de Emmanuel Echazú. El único gendarme imputado por la desaparición y muerte de Santiago Maldonado en contexto de una represión ilegal a una comunidad mapuche.

De Santiago ya no se habla. No hay detenidos. Y la causa entró en una zona de serenidad de la que difícilmente salga.

Es el país de la libertad. Y la provocación.

A Rafael Nahuel lo mataron por la espalda el 25 de noviembre. La bala 9 milímetros (la misma que usan los Albatros de la Prefectura) entró por la nalga y se refugió en el pulmón. De atrás y de abajo hacia arriba. Los Ministerios hablaron de armas de grueso calibre en manos de los mapuches que huían hacia los cerros de la represión indiscriminada. No se encontraron más que gomeras y piedras. Las balas eran prefectas. A Rafa Nahuel lo asesinaron. Los brazos armados del Estado.

No generó –vaya a saber por qué mezquindades de la conciencia social- la empatía suficiente como para desplegar multitudinarias marchas con su nombre.

Entonces no hay detenidos. Los Ministerios abrazan a los prefectos con el mismo amor que a los gendarmes.

Nadie mató a Rafael Nahuel. Ni siquiera se molestan en acusar al RAM ni al ISIS ni a la Jihad.

Nadie paga. Nadie está preso.

En el país de la libertad.

Norberto Bianco distribuía niños recién nacidos. Como médico militar los arrancaba a sus madres torturadas y con futuro de masacre y los entregaba a apropiadores en Campo de Mayo. Por su maternidad clandestina pasaron más de 35 mujeres embarazadas. Condenadas al tormento y la muerte.

Con votos de los jueces Julio Luis Panelo y Fernando Canero -el mismo Tribunal Oral Federal 6 que abrió las puertas a Etchecolaz- se autorizó a Bianco a alquilar un dúplex a dos cuadras del mar en Mar de Ajó. Desde el 6 de enero al 28 de febrero.

Dos meses de vacaciones en el país donde la mayoría anónima no tiene un charco donde mojarse los pies.

Vacaciones en el mar para un genocida.

En el país de la libertad.

Edición: 3533


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