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Por Alfredo Grande
(APe).- En diciembre de 2005, a tres días de la masacre de Cromañón, publiqué en la revista La Tecla Ñ digital un escrito titulado: “El ciudadano presunto”. Me refería a una disposición por la cual a menos que en forma explícita se dijera que una persona no era donante, quedaba incorporada al banco de datos para eventuales trasplantes. “¿No seremos todos trasplantados, habiendo otorgado gracias al repugnante poder de las mayorías silenciosas, los órganos vitales de nuestra vida? Quizá, en vez de privatizaciones podríamos hablar de trasplantes menemistas. En vez de terrorismo de estado, podríamos hablar de trasplantes fascistas. Porque en primera instancia, todos los genocidios son posibles porque las mayorías, las honestas medianías al decir de Freud, no saben, no entienden, no se enteran, no escuchan. Y ya sabemos que ojos que no ven, trasplantado que no siente”.
El mayor trasplante es el cultural y político, del cual no parece haber recuperación. Hemos sido trasplantados con los órganos ideológicos de la cultura represora y ahora, pensamos, sentimos, razonamos, discutimos, argumentamos, con lo que nuestros enemigos proponen. Eso que dicen “la agenda”. Y en la agenda de todas las culturas represoras que en el mundo han sido, el tabú de la violencia es necesario. Para decirlo en términos simples: “tabú de la violencia de abajo; sagrada violencia de arriba”. ¿Arriba de qué? De nosotros. El Arriba es el Estado. Que aún en el sinceramiento como terrorismo de estado, ensaya el discurso justificatorio del “por algo será”, “algo habrá hecho”. Lo ensaya, lo estrena, y es un éxito de público.
Las jornadas del jueves y lunes, empiezan a torcer el rumbo de las mayorías silenciosas. Quizá no sean tan mayorías, pero al menos no son tan silenciosas. La táctica del gobierno que expresa la estrategia del poder, es bloquear la propia violencia etiquetando de violentos a los que enfrentan la violencia de la ley. Pretender que la violencia sea enfrentada en forma discursiva, retórica, abstracta, temerosa de Dios, contrita, discreta, sumisa, pacificista, mediocre, incluso cobarde.
La reforma previsional es la solución final. Campos de concentración camuflados como jubilaciones mínimas. Campos de exterminio camuflados como asignaciones familiares, subsidios a la miseria, reducidos a niveles que garantizan la muerte en incómodas cuotas mensuales. La cultura represora siempre asesina: al contado muy rabioso, o en cuotas donde sigue vigente “me matan si no trabajo, y si trabajo me matan”. La única libertad que nos dejan es elegir nuestra muerte. Y a pesar de lo que se dice, no somos “seres para la muerte” sino que somos “seres para la vida”. Incluso para la digna y bella vida. Pero al haber sido trasplantados, nada de eso conmueve, a menos que aparezca una ley de exterminio donde lo pone en la superficie.
Se discute lo que nosotros, los jubilados, dejaremos de percibir como incremento en nuestros haberes. Pero ha quedado trasplantado en la subjetividad social que el 80% de los jubilados, con la ley que fuera, no alcanza a cubrir necesidades básicas. O sea: su vida no vale nada. Y la memoria de Norma Pla ha quedado sepultada en el alzheimer democrático. Pero si el ciudadano presunto otorgaba mandato para ser trasplantado por omisión, la cultura represora ahora establece un nuevo estatuto de sometimiento: la prisión preventiva. O sea: antes de siquiera probar la existencia de delito, y mucho menos de avanzar en la causa, lo preventivo funciona como sentencia.
En Medicina siempre dijimos que prevenir era mejor que curar. Ahora lo preventivo es mejor que juzgar. Es la misma lógica que la guerra preventiva. Invadir por si las moscas. Encarcelar por si las moscas. Asesinar por si las moscas. Y el problema no son las moscas… Especialmente, cuando se gobierna para los moscardones.
La violencia es, como desde la noche y día de los tiempos, es sacarles a los pobres para subsidiar a los ricos. Dicho de otra forma: sin la fábrica de pobres no habría ningún rico. Y no es un tema de distribución de la riqueza. Sino de no acumulación de la riqueza. Y toda la violenta legalidad está preparada para garantizar la más absoluta acumulación. Acá y en el mundo. Pero ya sabemos que mal de muchos consuelo de tontos y de cómplices.
La democracia preventiva es otra de las máscaras de la cultura represora. Enfrentarla no es indultar a corruptos, ladrones y falsarios. Es solamente recuperar la violencia, que es lo opuesto a la crueldad, como arma de la revolución.
Edición: 3518
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