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Por Bernardo Penoucos
(APe).- Están sonriendo. En la mayoría de las fotos están sonriendo. Puede ser una foto casual, puede ser una foto grupal. Pero sonríen. También están pensando; deduzco que en muchísimas de las fotos están pensando o leyendo o mirando con la mirada que habita el mundo.
Recuerdo una foto de Darío Santillán con una remera rokera sonriendo en una manifestación. Recuerdo otra foto, también de él, leyendo en una cama y con un poster del Che en el respaldo. Veo las imágenes de Santiago Maldonado y su mirada es de disfrute, de ojos calmos que miran con mucha gente, mirada de tatuajes y alegrías y sonrisas.
Lo veo ahora a Rafael Nahuel también sonriendo, lo veo con gente en un campamento, con pibes de su misma edad, hablando de cosas de pibes y hablando de cosas del mundo. Siempre hay gente en las fotos e imágenes de los que fueron arrancados, hay gente en ronda, hay gente hablando, hay gente en una asamblea, hay gente participando y decidiendo.
Y sonriendo.
Debe ser que Mario tenía razón y tiene razón cuando manifestó que la alegría es trinchera y que es cosa seria también andar sonriendo en una tierra marcada por la tristeza y el horror. Y que es jugar y jugarse sonreír junto a los otros en un mundo de serios trajeados y hablando difícil en todas las cámaras de televisión.
Porque se sabe -y sabemos- que en esas sonrisas también se anuncia ese otro disfrute de un mundo distinto, ese otro vínculo con el otro, esa construcción tan vociferada desde tantas plataformas electorales pero, a fin de cuentas, sólo llevada adelante por estos que se nos van. Y nos los arrancan en un abrir y cerrar de ojos. Molesta la sonrisa del pobre, molesta su alegría, molestan sus palabras como molesta su color de piel y su ropa. Y molestan también sus bailes y sus atrevimientos de andar sonriendo en un mapa de dolores, planificadas injusticias y plomos al por mayor.
Ahora, que desde los atriles mediáticos de la judicialización, se vuelve a nombrar al otro como subversivo; ahora que viejas categorías dictatoriales empujan por actualizarse, ahora que un niño mapuche, un pibe de la villa o una mamá referente de un barrio puede volver a ingresar en el concepto de subversivo; ahora que los miedos vuelven a filtrarse impunes en el cotidiano y que las fuerzas de seguridad usan pasamontañas y balas de plomo; ahora que las listas negras se desempolvan, ahora también es hora de cantar como Silvio y decirles y explicarles que sabemos de sobra cuánto de subversivo vive en una sonrisa. Que sabemos que la alegría de imaginar mundos distintos ha costado tanta sangre y tanto olvido, que lo sabemos y que vemos con los ojos del terror cómo se siguen matando sueños y raíces, cuerpos jóvenes y canciones, comunidades ancestrales y memorias.
Pero que también sabemos que hay la sonrisa y que hay la alegría por sobre todo el dolor. Y que es cosa seria seguir sonriendo. Y que forma parte de un posicionamiento crítico invalorable la alegría colectiva. Y que sí, que hay mucho de subversivo en una sonrisa, porque la tierra sigue patas para arriba hace rato y si no la damos vuelta, si no la pensamos desde otra perspectiva, si no la reconstruimos desde otras categorías y prácticas posibles, si no hay posibilidad de subvertirla, se nos seguirán -nos seguiremos- cayendo en las fosas comunes que el sistema de la desidia nos tiene reservadas para todos nosotros.
Edición: 3501
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