Más resultados
Por Oscar Taffetani
(APE).- Escribía Rodolfo Walsh en 1969, en el periódico CGT de los Argentinos: “La secta del gatillo alegre y la picana es también la logia de los dedos en la lata”.
Imposible describir mejor el modus operandi de una organización criminal que utiliza el poder del Estado para concretar negocios ilícitos y para eliminar cualquier obstáculo, material o humano, que se le interponga.
A principios de los ’70, cuando Walsh y otros periodistas militantes, editores del diario Noticias, cubrían los hechos de una realidad progresivamente confusa y violenta, separaban la violencia política (bombas, atentados, secuestros, fusilamiento de activistas) de la otra violencia, delictiva y policial.
En aquel tiempo, a la policía bonaerense se la llamaba la Provincial (para diferenciarla de la Federal), y los hechos de “gatillo alegre” solían quedar ocultos en las páginas policiales de los diarios.
Nadie sospechaba que así, con el “gatillo alegre”, se estaba entrenando la organización que en 1976 -bajo la dirección de los genocidas Ramón Camps y Miguel Etchecolatz- ayudaría a consumar un plan de exterminio.
Hoy, la policía bonaerense representa, en el imaginario popular, lo peor de lo que podría esperarse de una institución creada para velar por el cumplimiento de las leyes y por la seguridad de los ciudadanos. Y los intentos de depurarla, reeducarla y ponerla nuevamente en un camino de contención y prevención del delito, vienen fracasando uno tras otro, ya que la hidra -como aquella de la mitología- regenera sus cabezas a medida que se las van cortando.
La noche de la dictadura, prolongada
El 8 de mayo de 1987, cuando el país transitaba vacilante sus primeros años en democracia, el fusilamiento a mansalva de tres jóvenes en una esquina del barrio Ingeniero Budge estremeció a la población.
La (supuesta) denuncia sobre unos muchachos que (supuestamente) estaban bebiendo y alborotando al barrio, en la esquina de Figueredo y Guaminí, convocó a una patrulla policial que al grito de “¡Al suelo, señores!” acribilló a los jóvenes a balazos.
Se trataba de Oscar Aredes, Agustín Olivera y Rubén Argañaraz, todos chicos de Budge, que vivían a metros de la esquina en la que se habían sentado a tomar una cerveza.
Argañaraz, herido en una pierna, fue subido al móvil policial, que debía llevarlo al hospital. Cuando llegó a la guardia, estaba muerto con balazos en la nuca y en la espalda.
El estupor y la indignación de los vecinos de Budge -que conocían a esos chicos- produjo desde un primer momento movilizaciones de protesta y demandas de justicia.
León Zimerman, uno de los abogados que primero se ocuparon del caso, recordó en su alegato aquel artículo de Walsh en 1969, y calificó a esa terrible policía que disparaba antes de hacer preguntas, como gatillo fácil.
En el futuro, para describir el modus operandi de la policía puesta al servicio de un plan de exterminio, se la llamaría así: gatillo fácil.
Como era de prever, la “orga” criminal se movió para proteger a los asesinos.
La primera sentencia a los policías procesados llegó recién en 1990, y fue por “homicidio en riña”, con una pena de 5 años. La segunda, obtenida después de la revisión del caso, fue por “homicidio simple” -11 años- y se dictó cuatro años después.
La orden de detención de los sentenciados se firmó el 28 de mayo de 1998, a once años de los hechos. Todos estaban prófugos.
El cabo Isidro Rito Romero fue detenido en 1999 y comenzó a cumplir la sentencia. Hoy ya está en libertad condicional. El cabo Jorge Miño fue detenido en septiembre de 2005, y cumple la pena. El suboficial mayor Juan Ramón Balmaceda fue capturado la semana pasada -a 19 años de los hechos-, en un procedimiento conjunto de organismos de inteligencia nacionales y bonaerenses.
Memoria, lucha y más memoria
Aunque el de Ingeniero Budge no fue el primer caso de gatillo fácil registrado en la provincia de Buenos Aires, fue uno de los primeros ocurridos a partir de 1983, año de la vuelta a la democracia.
Para la CORREPI, organismo que registra y denuncia sistemáticamente esa máquina de exterminio que es el gatillo fácil, son casi 2.000 los asesinatos policiales y muertes confusas ocurridos de 1983 a la fecha.
Más del 47% de esas muertes corresponden a jóvenes de entre 15 y 25 años. El 30%, a menores de 14.
Leemos a diario crónicas sobre chicas secuestradas, violadas y asesinadas, en la provincia de Buenos Aires y en todas las provincias argentinas. En la mayoría de los casos, hay policías o gendarmes involucrados.
Y leemos sobre chicos conducidos a un callejón sin salida, desde hogares desquiciados, sin trabajo ni escuela, y que cuando comienzan a “molestar” o a incomodar al poder, con su misma existencia, son eliminados con el método del gatillo fácil.
Budge se levantó hace veinte años contra esas organizaciones criminales y contra su plan de exterminio. A partir de allí, muchos otros se levantaron y se levantan, en todo el país. Y los engranajes torcidos, oxidados e inútiles de la justicia, comenzaron a moverse.
No está echada la suerte para siempre. No está escrito ni decretado el futuro de cada uno de los chicos del pueblo. No creamos en eso.
La gente de Budge nos enseña a tener memoria. La gente de Budge nos enseña a no bajar los brazos.
Suscribite al boletín semanal de la Agencia.
Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.
Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte