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Por Sergio Alvez
(Ape).- El médico Hugo Gómez Demaio apuntó muy tempranamente a las consecuencias de los agrotóxicos en el crecimiento de los niños: investigaba el tema desde 1987, alarmado por la gran cantidad de nacimientos en Misiones de niños con mielomeningoceles, una falla en el cierre del tubo neural que el médico explicaba de esta forma: “Es una enfermedad que produce parálisis de miembros inferiores, incontinencia urinaria y anal, entre otras complicaciones que requieren rehabilitación y un promedio de entre ocho, 10 o hasta 20 operaciones”. Su investigación permitió comprobar que en la zona estudiada nlos recién nacidos eran hijos de familias dedicadas al cultivo del tabaco, donde se utiliza gran cantidad de agrotóxicos.
“Constatamos que todos tenían en su cuerpo hidrocarburos policíclicos aromáticos, a los que eran susceptibles” aseguraba Demaio.
“Eso fue la punta del iceberg; que empezamos a estudiar la genotoxicidad, que es la modificación del genoma humano. Fue cuando empezamos a ver que además de mielomeningoceles, se presentaba la genotoxicidad, que es la intoxicación crónica por el uso de estos agrotóxicos” manifestó el médico en una entrevista.
En uno de sus textos, Demaio reforzaba la idea: “Un día se nos ocurrió poner en un mapa de la Provincia de Misiones un alfiler señalando en qué lugares habían sido gestados los niños que tenían malformaciones del cierre del tubo neural. Les explico: el tubo neural que es la columna vertebral que rodea a la médula espinal, se cierra antes del día 28 de la gestación. Cuando la madre no sabe todavía que está embarazada, el cierre del tubo neural ya se tiene que haber completado. Por lo tanto, era muy importante saber en qué lugar fue gestado el niño y no en qué lugar nació. ¿Por qué?, porque a los nueve meses de gestado, ya tiene el cierre del tubo neural imcompleto, lo que se llama espina bífida, mielomeningocele, meningoceles, espina bífida oculta, y todo lo demás”.
“¿Qué vimos?. Lo primero que vimos es que todos los pacientes habían sido gestados en zonas de uso masivo de agroquímicos: plaguicidas y fertilizantes. Si no hablamos de agrotóxicos directamente que son sólo los plaguicidas. ¿Se entiende esta diferencia?”.
Soledades
Demaio fue un profesional sumamente crítico de un Estado ausente en materia de apoyo al tipo de investigaciones en las que osaba “meterse” con el uso de agrotóxicos. “Nosotros no tenemos apoyo de nadie, el último apoyo que tuvimos fue en el año 2000, que eran 5000 pesos para un año de investigación, cuando las enzimas que nosotros utilizamos cuestan 300 dólares el paquete y usamos más o menos 10, 50 paquetes por año, se dan cuenta que con eso no es posible investigar en Misiones.
“Esto es responsabilidad de varios, esto es responsabilidad del Ministerio de Salud Pública que no invierte en investigación sobre lo que le va a pasar a la población, esto es responsabilidad del Ministerio de Salud de la Nación, del Ministerio de Ecología de la Provincia que tiene la Ley de Agrotóxicos bajo su dominio y que no hace absolutamente nada para que se cumpla esa ley, que es bastante buena y el Ministerio de Agricultura que parece que no se da cuenta de lo que está pasando en Misiones”.
Tabacales
En Misiones, a 250 kilómetros de Posadas, existe un polo tabacalero que a partir de la obra de Demaio se convirtió en una suerte de espacio paradigmático para la observación periodística y académica de los casos de malformaciones, abortos espontáneos y múltiples enfermedades que afectan a la infancia que vive en contacto con las la actividad tabacalera. Se trata de los paradisíacos rincones que componen Colonia Aurora; más de 50 mil hectáreas distribuidas en 27 parajes junto al río Uruguay. Aquí, entre los cerros verdes y el ambiente colonial, la mayoría de las familias subsisten de plantar tabaco. Dentro de esta cuenca rural habitada por unos 10 mil descendientes de inmigrantes europeos, brasileños y criollos, están enclavadas las colonias Alicia Baja y Alta.
En casa del joven colono Roberto “Cheto” Bless, un niño llamado Carlos enseña la palma abierta de su mano. Los deditos extendidos señalan su edad: cinco años. “Tiene el quiste debajo de la mandíbula desde que nació. Es por los agroquímicos nos dicen los médicos. Carlitos y su hermana Cristina estuvieron en las plantaciones de tabaco desde chiquitos” aporta en portuñol “Cheto”, el padre de los niños, de 32 años. Este hombre de rasgos germánicos, está casado con Carmen, una morena nacida en Eldorado. Los chicos se parecen más a ella. “En el tabaco tenemos que trabajar todos. Yo trabajé estando embarazada, cerca todo el tiempo de los agroquímicos. Por eso una de mis hijas tiene ataques epilépticos y otro tiene un quiste en el cuello” reconoce Carmen. La realidad es que ambos niños estuvieron expuestos a los agroquímicos desde el primer día de gestación en el vientre materno.
Carmen, la mamá de Carlitos y Cristina, relata que mientras estaba embarazada e incluso antes de enterarse, ella misma se encargaba de aplicar el Round Up en las dos hectáreas de tabaco de su marido. “Me hacía mal pasar la mochila. Me daba náuseas, vómitos, a veces no podía. Pero nunca pensé que iba a enfermar a mis hijos. A Cristina recién le empezaron las convulsiones y la epilepsia a los cuatro años, cuando estaba embarazada de Carlitos y ya había estado en contacto con venenos”: A los pocos meses del primer ataque epiléptico de Cristina, los médicos le aseguraron a Carmen que la enfermedad de Cristina y la protuberancia del recién nacido Carlitos en el cuello tenían relación con su tarea con el tabaco.
“Ahora ya no voy más a la plantación. Me quedo con ellos. Pero toda la vida fue así, yo me crié trabajando con el tabaco. Toda la familia trabaja; no hay para pagar y que otro haga el trabajo” dice Carmen. A su esposo Roberto, le espera otra aventura peligrosa: se dedicará desde el año que viene a la plantación de soja, una actividad que comienza a crecer en la zona. Se habla de que ya hay dos mil hectáreas plantadas en las diferentes colonias. “Sé que también voy a tener usar Round Up y otros tóxicos. Pero parece que es mejor y se puede ganar más. Yo ya tengo problemas para respirar y en los ojos. Pero de algo hay que vivir” se despide “Cheto”.
Malformaciones
Los casos se multiplican de a decenas. No hay poblador que no conozca familias tabacaleras que dieron a luz niños deformes o con enfermedades. En ciertos casos afloran patologías similares, como por ejemplo en los casos de una pequeña del paraje Alta Unión y un niño de la comunidad mbya Tekoa Arandú. Ambos chicos, nacieron con una malformación que les proporcionó a sus rostros un tercer “pseudo oído”. Quien pudo constatar ambos casos, entre otros tantos, es la médica Adriana Lens. Esta profesional se desempeña en los centros de primeros auxilios del paraje El Progreso y de Colonia Aurora.
En una recorrida junto a un equipo de agentes sanitarios y en campaña de vacunación contra la fiebre amarilla, desandando los parajes El Anta, El Pacífico, Alta Unión, Colonia Aparecida, El Progreso, Alicia y otros puntos del municipio aurorense, la doctora observó que “se encuentran muchos casos de malformaciones de nacimiento, y todos en familias que se dedican a la plantación de tabaco y están expuestos a los agroquímicos” señaló la doctora Lens. “Además del caso de estos chicos con pseudo oído, encontramos muchos niños a los que les faltan dedos de las manos o los pies y otras deformaciones. En adultos también hay enfermedades que se repiten, y mucha hipertensión”.
Ubicado a mitad de camino de varios pueblos, el Caps del paraje El Progreso recepciona pacientes de varias colonias, que en algunos casos caminan varios kilómetros entre el monte para poder ser atendidos. “En época de las fumigaciones con Round Up, cuando preparan el suelo, recibimos cerca de diez casos por día de intoxicados, que llegan con naúseas, con dolor de cabeza y la vista borrosa después de una jornada contacto con el agroquímico” afirma una trabajadora del lugar.
Producciones
El libro “Tabaco y agrotóxicos. Un estudio sobre productores de Misiones” es el resultado de un proyecto de investigación multidisciplinario que bajo la dirección de Denis Baranger fue realizado por diversos equipos de trabajo de la Universidad Nacional de Misiones, con la colaboración de investigadores de la Estación Experimental del INTA en Cerro Azul .
Este estudio, cuya realización se extendió por un plazo de casi tres años, se sitúa en la prolongación de toda una tarea de investigación previa a través de varias investigaciones y acciones llevadas adelante por un equipo conformado por el bioquímico Carlos González y el antropólogo social Francisco Rodríguez. Aquí se explica que “en su gran mayoría, los tabacaleros de Misiones son colonos , productores familiares, propietarios u ocupantes de pequeñas extensiones de tierra. La superficie promedio de las explotaciones tabacaleras censadas era, en el 2001, de 17,3 hectáreas (Resumen General Censo Tabacalero Campaña 2001- 2002).
El cultivo de tabaco demanda el empleo de gran parte de la fuerza de trabajo disponible en el grupo familiar, participando, por lo general, la mujer y los hijos del productor inscripto en la compañía, en el desarrollo de varias de las actividades de este cultivo. Al igual que en otras zonas del planeta, el cultivo del tabaco en Misiones se desarrolla actualmente bajo la tutela de grandes compañías , y exige un uso intensivo de agroquímicos”.
Generalmente, quien figura como productor inscripto en la compañía tabacalera es el padre de familia; sin embargo, la producción del tabaco exige recurrir a gran parte de la fuerza de trabajo disponible en el seno del grupo familiar, por lo que tanto la mujer, como los hijos de distintas edades, participan en las diversas actividades vinculadas al cultivo (elaboración y cuidado de los almácigos, preparación y cuidado del rozado, transplante de plantines y colocación de abono, eliminación de malezas, aplicación de plaguicidas, cosecha, colgado, clasificación y elaboración de fardos, etc.).
“Casi todas las fases del cultivo necesitan de la aplicación de agroquímicos, lo cual se repite año tras año. En los meses de mayo/junio/julio —aproximadamente— comienza la preparación de los almácigos o canteros , donde se aplican insecticidas y fungicidas. Paralelamente se limpia y prepara el rozado. A fines de agosto, comienzos o mediados de septiembre (e incluso en octubre), tiene lugar el transplante de los plantines a campo, volviéndose a aplicar periódicamente abono, fertilizantes, insecticidas, nematicidas y acaricidas.
En noviembre se aplica el inhibidor de brotes —matabroto—, cuyo fin es evitar la floración y la proliferación de brotes que “debiliten” la planta. En el mes de diciembre, generalmente, se realiza la cosecha y el tabaco es trasladado a galpones especialmente construidos en madera para su secado y posterior clasificación. Finalmente, entre los meses de marzo y mayo, se realiza la entrega de la producción en los depósitos de la empresa. Los encargados de aplicar los agroquímicos son en general los hombres y/o sus hijos varones mayores. Tal aplicación suele hacerse sin los medios de protección pertinentes, y en ocasiones, en horarios y situaciones climáticas no convenientes” sostiene el libro.
En algunos pocos casos, la afección en los hijos, lleva a las familias tabacaleras a decisiones drásticas pero salvadoras. Juan Carlos Soroka (57) y su esposa Anita Nake (38) aseguran que “los dos trabajamos en la producción de tabaco desde niños”. En 2001, en San Vicente, donde llevan décadas afincados, nació Thalía, segunda hija del matrimonio. “Nació con malformación. Tenía una trasposición de los grande vasos, por lo que fue intervenida. Después tuvo un problema neurológico, porque le faltó oxigeno cuando le operaron, fue una operación compleja, de 8 horas, y posteriormente vinieron muchas complicaciones más. Tahlía no caminó hasta los 8 años y gracias a Dios, pudimos darle rehabilitación a cargo de profesionales, y pudo caminar” cuenta Anita, quien reconoce que “estuve trabajando con tabaco, plantando unas mudas, en contacto con agroquímicos, durante todo el embarazo e incluso el día anterior al parto”.
Desde hace unos años, la familia decidió abandonar el cultivo de tabaco, librarse de los agrotóxicos y cambiar de vida. Dejaron la chacra y se instalaron en un terreno más cerca del pueblo. Allí empezaron a trabajar en una huerta orgánica y diversa, donde la utilización de agroquímico y fertilizantes pasó a la historia. “Nos dedicamos a producir verduras, con abono orgánico, todo natural, y por suerte pudimos conquistar un mercado, tenemos clientes y podemos vivir tranquilos, pero mucho más tranquilos y más sanos, y sin riesgos, ganamos en calidad de vida” cuentan.
Edición: 3398
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