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Por Silvana Melo
(APe).- Dos millones de chicos de diferencia. Que son treinta y tres canchas de River repletas. Esa es la brecha entre los ábacos de Unicef y de la UCA. Entre los dedos con los que cuentan infancia pobre. Con los que cuentan a los chicos que aparecen entre las paredes de cartón debajo de las autopistas, los que duermen en las terminales de Posadas, de Comodoro, de Retiro, los que hacen malabares en los semáforos de Córdoba, de Mar del Plata, de Rosario, los que se apilan de a diez en casitas para dos, los que comen de a diez de ollas para dos, los que pasan la noche tirados en las villas para conseguir algo que sostenga aunque mate, los que respiran plomo a la vera del Riachuelo, los que se envenenan a la orilla de los sojales, los hijos de los qom y de los mapuches y de los mbya, los que vieron desde la orilla cómo se casaba Messi, los que oyeron de pasada que Tévez se iba a China escapando de la inseguridad.
Dice la Universidad Católica Argentina hoy, 12 de julio, que 7.600.000 chicos sufren carencias estructurales. Están atrapados por la pobreza.
Ese núcleo duro no tiene variaciones desde los 80, dice la Universidad de la iglesia en una admisión determinante: la pobreza estructural es sistémica. Es inherente, creada y sostenida por el capitalismo, como herramienta de subsistencia, como mano de hierro y clientela para que la claridad del poder no deje espacio a confusiones.
Entre un conteo y el otro, Lionel Messi se casó en Rosario y bajó a las estrellas planetarias a la cercanía del derrumbe.
A su regreso de Antigua y Barbuda firmó la renovación del contrato con el Barcelona. Su paritaria fue bastante más exitosa que la de los trabajadores argentinos en blanco, apenas la mitad de los que trabajan: logró un aumento del 72%. Y cobrará 39,4 millones de euros por año.
Unicef, cuando en estos días calculó medio millón de adolescentes en la extrema pobreza, recordó que "el ingreso promedio del 20% más pobre de la población es de $ 7800” y en esa franja se domicilia el 96 % de los niños con carencias inhumanas.
Un mes antes de los 7.600.000 de la UCA, Unicef había contado 5.600.000 chicos pobres de punta a punta del país. Casi un millón y medio con hambre.
Dos millones de chicos de diferencia. Que no pueden escaparse –como Tévez- de su propia inseguridad genética.
Mientras tanto, el pibe que tuvo que irse a España para crecer facturó 27 millones de dólares por publicidad el año pasado.
La desigualdad es un océano atroz que se devora balsas y pateras atestadas de millones en descarte. Y por el que navegan mansamente los propietarios del mundo.
Cinco o siete millones de chicos en el filo de la indigencia -según la changa del día, según aumente o no la AUH, según el precio del pan con IVA incluido- son tan brutales como las respuestas de clase de los gobernantes. Que suelen no ver pobres si no es en youtube o detrás de una custodia tan intensa que impide que se cuele el olor de la piel ahumada por los braseros.
Messi y Antonela abandonaron la Rosario donde los pibes de la periferia miran el brillo desde afuera del mundo. Y donaron lo que sobró. Como suelen hacer los grandes. Con la caridad del remanente.
“El gesto solidario de Messi y Antonela”, tituló la prensa complaciente.
La desigualdad es obscena y construye rabia por adentro. No la rabia que revoluciona y transforma. Sino la rabia que destruye. La que va minando la esperanza.
Y mientras Lionel se compra un hotel de 30 millones de dólares, un cachorro se roba un spinner de un kiosco. O recibe palos de la policía salteña en un Mc Donalds. O lo encierran a los catorce.
Cinco o siete millones de chicos pobres. Apenas una cifra cruda. La verdad está en la calle.
Edición: 3394
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