Contar pobreza

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Por Silvana Melo

(APe).- 5.600.000 son los niños que cubren la infame alfombra de la pobreza en la Argentina. Bien abajo, donde pisan aquellos a cuyo paso se tienden las alfombras. Son números de Unicef, el brazo para la infancia de las Naciones Unidas. Que se extiende para denunciar con imágenes de refugiados sirios o de hambrientos de Somalía o de mutilados sociales por plomo en Fiorito. Como antes alargó al Banco Mundial o al FMI, brazos de la misma hidra. Esta vez para la asfixia. La doble faz global, que aniquila y luego lanza alimentos desde los aviones.

En el país que inmoló a las estadísticas confiables, Unicef aporta su propia lectura de pobreza. Contra el 32,4 % de la Universidad Católica (UCA), habla de un 29,7%. Pero de los 4.900.000 chicos UCA saltan a los 5.600.000 en la pobreza. Con 1.300.000 que pasa hambre. Palabra con la que abofetean el concepto eufemístico de “inseguridad alimentaria”. Y permiten, desde la contundencia verbal, volver sobre la criminalidad expresa del hambre en la infancia: si el país produce alimentos para 400 millones de personas, rifa sus materias primas y monocultiva para nutrir a los cerdos chinos, hay quien/es toman decisiones de cómo y hacia dónde se distribuirán los recursos y los alimentos. Esa opción, decididamente dolosa, provoca 1.300.000 hambrientos en la infancia. Lo que implica un desarrollo cognitivo deficiente, huesos débiles, dientes frágiles y desigualdad. Una torrencial desigualdad.

Como las hojas que acolchonan la vereda en el otoño, los pibes cubren la alfombra que pisan los poderosos. Desde los épicos de ayer a los ceos de hoy. Desde el Banco Mundial a Angela Merkel. Los 700.000 niños de diferencia entre la UCA y Unicef se vuelve apenas una anécdota. Porque no desmiente a los 5 millones de chicos pobres, al millón y medio con hambre, a la hipoteca del porvenir, endeudado hacia el afuera y hacia el adentro.
Nada de esta historia empieza hoy.

Tal vez la diferencia pasa por el diario que le concedía tapa ayer. Y el que se la concede hoy. Y por 700.000 chicos que hay que imaginar en caritas, en historias, en chocolatadas y catarros. De a uno hay que imaginarlos para desestructurar la cifra, la línea en suba en el gráfico. Y ponerle vida por unidad. Esos 700.000 son de este presente, desaforado y brutal. Los otros vienen de ayer. Cinco millones pertenecientes a ayeres que son décadas de alimentar marginalidad e intemperie. Donde, de los trece millones de pobres, dos o tres oscilan entre sacar la cabeza del agua y volver a hundirse, pendientes de un beneficio ocasional, de la inflación, de una elección legislativa, de un empleo que cae, de una changa que se cierra.

Y seguramente aumentará el grosor de la alfombra que pisan los poderosos con un invierno despiadado, alimentos carísimos, un calor inaccesible, una rebeldía sorda por la mitad del mundo que les tocó, disciplinadores inflexibles y el ajuste cotidiano que acaso respaldará el FMI para que, meses después, llegue Unicef a contar los pobres.

Edición: 3366


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