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Por Claudia Rafael
(APe).- Más de 3600 días y noches sin Fuentealba. Su rostro morocho y barbado fue, sin embargo, el manantial del amanecer que insinúa su nombre. Para arder conciencias y caminar calles. Diez años y sólo el policía Poblete paga la culpa de un crimen político. Aunque con paseos de privilegio. Los brazos armados suelen ser los que destrozan las vidas y, a la vez, las piezas que pueden ser permutadas fácilmente por otras. Los tentáculos prescindibles, porque habrá otros y otros más, listos para empuñar el fuego contra las voces que claman equidad. Las cabezas marioneteras nunca pagan. Sonríen. Se guardan, si es necesario. O bien prepean su falsa inocencia en un exagerado histrionismo que los mantiene en el poder a perpetuidad. Mueven sus pasos más o menos temporalmente en el ostracismo. Salen y entran a escena pero son los intocables. Como Jorge Sobisch, sin cuya anuencia y orden nada hubiera ocurrido.
Los intangibles del poder subsisten. Viven vidas ajenas a las de sus fieles servidores, cebados por la sangre, que disparan una, diez veces; que elevan como cristos las piernas de sus víctimas hasta que la sangre riegue la tierra sedienta. Los poderosos nunca se muestran. Sólo los Poblete. Como allá entre los vientos del sur exactamente una década atrás.
O los Acosta y Fanchiotti, cuyas sombras fantasmales deambulan pariendo muerte en los vericuetos de la estación de trenes de Avellaneda, que ahora lleva los nombres de Darío y Maxi. Que regaron de semillas urgentes las vías de la historia. La vara de la justicia no detiene ni un segundo sus ojos ante los señores del poder, que mueven los hilos y lanzan discursos grandilocuentes que envalentonan a la mano de obra. Como Soria, Atanasoff, Felipe Solá, Juanjo Alvarez o el eterno Aníbal Fernández. El mismo que tras años de vivir en las cimas del poder provocaba al padre de Darío Santillán y enardecía a la hermana de Luciano Arruga desde un camión, detrás de Hebe, el 24 de marzo último. Sólo pagan un par de peones sustituibles.
La historia se vuelve cíclica. Catorce condenados por el crimen político de Mariano Ferreyra. Entre ellos el máximo dirigente sindical de la Unión Ferroviaria. Pero la vara judiciable tiene tope. Y de repente grita un estentóreo novamás. Y no asciende hacia las cumbres del poder. “A los tercerizados hay que trabajarlos sindicalmente, no son todos del PTS o del PO, hay un montón a los que se los puede ganar”, dijo el sempiterno Carlos Tomada (ministro K) a José Pedraza, el sindicalista de los trenes que vivía en Puerto Madero. Para apaciguar la sed de las fieras que claman por las vidas de sus mártires hay que entregar una ofrenda. Y el mundo seguirá girando.
Sin decisión política, Mariano Ferreyra no hubiera sido asesinado.
Sin decisión política, a Darío Santillán y a Maximiliano Kosteki no los hubieran fusilado.
Sin decisión política, al maestro de la Patagonia no lo hubieran ejecutado.
Carlos Fuentealba fue uno y, a la vez, grito colectivo. Maestro obrero. Que se sabía del barro y desde allí plantaba su simiente de rebeldía. En una escuela pública en agonía y de la que él era un símbolo contundente.
“Hay dos maneras de enseñar: una que embrutece al niño y que lo inhibe para siempre de toda curiosidad intelectual y otra que, incrementando sus facultades, le infunde gusto por el saber, amor a la naturaleza y entusiasmo por la vida”, decía otro maestro más de un siglo atrás. Asesinado como él en Barcelona. Era Francisco Ferrer Guardia, aquel que el 13 de octubre de 1909, poco antes de ser fusilado en el castillo de Monjuich, escribió: “No creamos nunca en dioses ni explotadores. Y aprendamos, siquiera un poco, a amarnos los unos a los otros...”
Edición: 3369
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