Cuando el terror se Agote

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Por Bernardo Penoucos

(APe).- La idea del miedo como argumento para pensar lo público me ronda desde siempre, esa idea del miedo que necesita de un otro para encontrar la causa del terror, también. Fue hacia 2008 en que leí una nota publicada en Página 12 que todavía guardo de la que, incluso el título, me impacta aun hoy. “El miedo que dispara microfascismos”, decía. La idea del miedo como disparador de microfascismos le pertenece a la investigadora Shila Vilker, especialista en los análisis acerca de aquellos sucesos que cambian siempre en nuestro país la sensación térmica de la inseguridad.

En el año 1919, se sanciona en nuestro país la Ley de Patronato, la Nº 10.903, más conocida como Ley Agote, en referencia al médico Luis Agote que fue quien la impulso. Esta ley, orientada a los niños y adolescentes de aquel principio de siglo 20, entendía a la sociedad como un cuerpo, a las problemáticas sociales como un cáncer y a las respuestas que el Estado debía de generar, como recetas para curar al enfermo.

El diagnostico, el tratamiento y la evaluación de ese maligno tumor social- que resultaban ser los niños abandonados, los canillitas, lustrabotas o hijos de anarquistas- eran los pasos médicos para analizar el cuerpo social enfermo. Lejos estaban aun de llegar los conceptos vinculados a la cuestión social, los derechos de los niños, la problematización y la desnaturalización de un orden social injusto y excluyente.

Así es que, bajo el velo de la corriente positivista que da nacimiento a nuestro Estado-Nación, se fue leyendo la realidad social. Entonces no había desigualdad sino desajustes, no había necesidades sino holgazanería, no había interés superior del niño sino interés superior del orden. Ese otro desajustado, ese niño abandonado, ese canillita zaparrastroso, ese hijo de anarquista, resultaba ser la escoria para el orden social establecido, para esa Paz y Administración tan mentada, ese otro desajustado resultaba ser la molestia para un ingreso prolijo al mundo de lo occidental.

En el libro “La vida como castigo”, de la Magister en Criminología Claudia Cesaroni, se transcribe un debate parlamentario que se dio en el marco de la discusión de esta Ley de Patronato. Transcribo literal:

-“Sr. Melo.- Es un ensayo, una experimentación para sacar del horrible ambiente material y moral en que yacen a los niños abandonados y para curar en lo posible a los delincuentes.

Sr. Agote.-(…) el interés de corregir ese mal social(…)porque entiende que seria la manera de responder a esa exigencia de profilaxis social que esta reclamando del Congreso desde hace muchos años.

Sr. Roca-(…) esta ley , que es reclamada con urgencia, que atiende males sociales de indiscutible gravedad(…) donde los menores no hacen sino exponerse a todos los peores contagios de carácter moral.

Sr Agote.- Yo tengo la convicción profunda de que nuestra Ley falla si no llegamos a suprimir este cáncer social que representan 12 a 15.000 niños abandonados…”

Mal social, experimentación, ambiente material y moral y “esa exigencia de profilaxis social” fueron algunos de los conceptos con los que se construyó la niñez y la adolescencia en nuestro país, miedo mediante, en casi toda su historia. Sabido es que esta Ley de Patronato fue reemplazada hace casi nada por la Ley de Protección Integral de los Derechos de Niños y Adolescentes; como salto cualitativo se modifica una concepción clave: la pobreza y la desigualdad social ya no pueden ser causa de judicialización y encierro.

El salto fue gigantesco, los resultados escasos.

Decíamos al principio que, según Shila Vilker, el miedo dispara microfascismos y que siempre existen distintos hechos que modifican el termómetro de la inseguridad.

Era muy atrás donde había quedado el doctor Agote con su medicina social y su profilaxis como política de Estado. Era bien atrás donde habían quedado los jueces que disponían sobre la vida y el destino de niños que transitaban situaciones de pobreza e invisibilización pero, a decir verdad, no es tan atrás como parece.

La penalización de la niñez y de la adolescencia resurge en lo cotidiano como producto de este nuevo contexto historico, hay ese miedo que el termómetro coyuntural maneja irresponsablemente y lo lanza como mensaje masivo a toda la población, hay una asociación directa entre joven y delito, entre vestimenta y delito, entre origen social y delito, entre pobreza y delito. Esta el chip instalado en ese imaginario colectivo que, claramente, sigue dando mucho miedo.

Mientras el miedo sea la materia prima para pensar lo social, mientras las recetas médicas sean la política de abordaje y mientras los programas sociales se sigan saqueando sin disimulo, pequeño es el horizonte que descubrirán nuestros pibes.

Ahora sí, cuando el terror se Agote, cuando por fin enterremos y para siempre aquella lectura añosa y represora, recién ahí podremos pensar en otro escenario, en otro proyecto social que se imagine como una gran plaza pública y no que se concrete y materialice como una fábrica de cárceles, institutos, penalidades.

Y miedos.

Edición: 3358

 


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