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Por Oscar Taffetani
(APE).- Dios es argentino, y para demostrarlo permite guerras de baja intensidad en el Cercano y Medio Oriente, que disparan hacia arriba el precio del petróleo. La crisis energética -también llamada oportunidad de negocios- hace mover al gobierno nacional y a los contratistas en la exploración y ampliación de las reservas de gas y petróleo, tanto en el territorio argentino como en el mar continental.
En los Estados Unidos (potencia mundial que sostiene, erróneamente, que Dios es norteamericano) ya se preparan para utilizar biocombustibles: el etanol (hecho a partir del maíz transgénico) y el biodiesel (hecho a partir de la soja transgénica). Cincuenta y cinco millones de toneladas de maíz, de las 280 que estaban disponibles el año pasado para exportación, en el gran país del Norte, han sido destinadas a producir etanol.
Cierto periodismo valeroso venía sosteniendo, en los últimos tiempos, que la soja transgénica y su firme aliado, el glifosato, iban a producir la revolución verde que acabaría con el hambre en el mundo. Los años pasaron, la soja se vendió... el hambre sigue. Algo está mal en esa profecía.
Ahora, gracias al descubrimiento del biodiesel, los gobernantes y los productores agrícolas han sido aliviados de la pesada carga de acabar con el hambre. Porque si el barril de crudo sigue aumentando, entonces la soja y el maíz transgénicos irán sustituyendo al petróleo en el competitivo mercado de la energía.
No caben dudas: Dios es argentino.
Con los números a la vista
Una foto aérea de Casilda -exhibida recientemente en una convención de ingenieros agrónomos- muestra que hasta en la planta urbana de esa ciudad santafesina aparecen cuadritos verdes, que identifican los terrenos sembrados con soja.
Los números de la producción de grano grueso -maíz y soja- que manejan los llamados chacareros (caracterización vaga, que sirve para ocultar a los auténticos dueños del negocio) son claros y están publicados:
“El productor, que no se rinde pese a las retenciones (sic) cultivará unas 22 millones de hectáreas, contra las algo más de 21 millones de la campaña actual, con una inversión de 3.400 millones de dólares”.
“La cifra proyectada, que superará los 67,8 millones de toneladas de la campaña 2004/2005 (...) está valuada en 12.371 millones de dólares, que significan 852 millones de dólares más que la campaña actual...”
Si la inversión es de 3.400 millones de dólares y el valor de mercado del producto obtenido es de 12.371 millones, por altas que sean las retenciones fiscales, es dable suponer que el margen de rentabilidad del negocio es muy alto, semejante a la del negocio petrolero.
Esa alta rentabilidad -y su “derrame” hacia los pequeños productores, los terratenientes y arrendatarios rurales- es lo que explica el boom de la soja transgénica en la Argentina, que ha convertido en espacios cultivables miles y miles de hectáreas del Noroeste y del Nordeste, muchas veces a expensas del bosque primario, y quitando diversidad y rotación a la producción agrícola.
El hambre, perdón
En el sitio de Internet de Monsanto Argentina (www.monsanto.com.ar), bajo el título “Nuestros Valores”, se consigna lo siguiente: “Nuestra Misión: Satisfacer la creciente necesidad mundial de alimentos y fibras. Conservar los recursos naturales. Mejorar el medio ambiente”.
La multinacional Monsanto, pionera en desarrollos genéticos aplicados a la agricultura, lleva adelante, ante tribunales internacionales, un reclamo de patentes por su semilla de soja “RR”, responsable de esa revolución verde que engorda año tras año los bolsillos de los productores agrícolas argentinos y también -como es obvio- la recaudación fiscal.
En un futuro cercano, si se cumplen las predicciones de los especialistas, los biocombustibles elaborados a partir de la soja y el maíz reemplazarán una parte de la energía que el mundo extrae de la combustión de gas y derivados del petróleo. Y es probable, también, que en el mediano plazo Monsanto obtenga compensaciones económicas de la Argentina y de otros países en donde hoy se utiliza su soja patentada.
Pero lo que resulta improbable -por más optimismo y buenos deseos que pongamos- es que la soja y el maíz transgénicos resuelvan el problema del hambre en el mundo. Y tampoco se cumplirá, en las actuales condiciones, el propósito de “mejorar el medio ambiente” declarado por las empresas. El monocultivo, la desertización y el agotamiento de los suelos, las mutaciones genéticas y el deterioro de los ecosistemas conocidos no son realidades que se puedan revertir en el corto plazo.
Lo que sí se puede revertir en el corto plazo, si existe la conciencia en los pueblos, en sus organizaciones y en sus gobernantes, es el hambre.
Perdón, entonces, reyes de la soja. Perdón, barones del petróleo. Perdón funcionarios de agenda completa. Perdón por llegar a la fiesta y recordarles que aquí, en su país, hay chicos con hambre.
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