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Por Carlos del Frade
(APE).- Las cifras dicen su realidad pero la existencia tiene otros números. ¿De quién será la culpa? En Billinghurst, una localidad del principal estado argentino, la provincia de Buenos Aires, un bebé de nueve meses murió por desnutrición. Estaba mal alimentado. Quizás desde mucho antes de nacer.
Su papá es un desocupado de cuarenta años, dice la información.
Tres chiquitos tenía el trabajador sin trabajo, uno de cuatro años, otro de dos y el nuevo ángel exiliado que viajó mucho antes de tiempo a la pampa de arriba.
Cuando volvió se encontró con los tres durmiendo juntos en la misma cama. El más chiquito no se despertó.
El cuerpo del bebé no tenía ninguna señal de violencia externa ni tampoco había registros en los hospitales de alrededores.
El criminal perfecto: no deja huellas, usa guantes blancos y no existen referencias cercanas.
Se mueve certero y con contundencia. Tiene impunidad probada.
Será que la violencia estaba en otro lado y rodeaba al bebé de nueves meses desde hace rato.
El trabajador anónimo, ahora con sus dos hijos, seguirá buscando alguna changa para gambetear la mishiadura y el desgarro de un bebé que ya no está.
Buscará algún presente material que le permita encontrarle sentido a la palabra futuro y en ese camino cotidiano se topará con los números oficiales que hablan de la reducción de la desocupación y de la tasa de la mortalidad infantil.
Se asomará a la pantalla de cualquier televisor y preguntará, por lo bajo, ¿de qué hablan? ¿De qué están hablando estos tipos que no estaban cuando el más chiquitito se fue?
El ministro de Salud de la Nación, doctor Ginés González García, le dirá desde la lejanía de las pantallas y los micrófonos de radios que en Argentina se verifica “un descenso constante en el número de defunciones infantiles”.
Repetirá el funcionario: “Hemos logrado la tasa de mortalidad infantil más bajas de las últimas tres décadas. Esa cifra del 13,3 por mil correspondiente a 2005 significa que se han evitado más de mil muertes de niños y niñas respecto del año anterior”.
Y agregará el ministro que “esta sensible reducción de la tasa de mortalidad infantil es la mejor noticia y da la pauta de que se está en el buen camino y que, pese a que falta mucho por hacer todavía, hoy podemos sentirnos felices porque habrá más argentinos y argentinas nacidos vivos”.
El trabajador sin trabajo de Billinghurst le sonarán muy extrañas estas palabras.
Pensará por qué esas cifras no abrazaron a su bebé para protegerlo de algo que venía de hace tiempo.
Así andan los números y los porcentajes en la Argentina, indiferentes de ángeles exiliados y vidas que buscan trabajo y comida para todos los días.
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