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(APe).- Entonces ellos dijeron globalización, y nosotros supimos que así se llamaba este orden absurdo en donde la patria ya no es un territorio habitado por hombres y mujeres que llevan en sus almas el trabajo, la verdad, la justicia y una lengua cargada de historias y de pasiones, sino un extraño territorio de hipermercados. Un espacio donde ya no hay ciudadanos, sino consumidores y la frontera, ya no son las culturas milenarias, ni los corajes y las dignidades, ni las montañas con sus nieves eternas, ni los mares del sur, ni el devenir infinito de nuestros ríos, sino el lugar donde se encuentran los últimos clientes.
“La mentira se hizo moneda universal y nuestro país tejió sobre la pesadilla de los mas, un sueño de bonanza y prosperidad para los menos”.
Un neoliberalismo feroz anido sobre nuestras tierras, la niñez otrora un privilegio, se la penalizo con leyes, con hambre y con bala. Y los que generaron millones de hambrientos, exasperados por su propia incapacidad para erradicar la miseria, optaron por erradicar a los pobres.
La literatura servil proclamo el fin de los tiempos, y muchos intelectuales y políticos mudaron de barca según despunta la rosa de los vientos. Vargas Llosa, paradigma de las mutaciones, condenaba ayer la utopía, su pluma construye un nido de acero en el presente, amputándole a los pobres el sueño que alimenta seguir apostando a las ilusiones. Aquí y allá son los que “gozaron de beneficios de una democracia que nunca desearon y menos merecieron”.
La pobreza, la desmesura del hambre, la violencia que convierte en pesadillas nuestras calles y el nombre de Menem otra vez, como una profecía, nos recuerda que el mal es uno de los proyectos posibles de la libertad constitutiva del hombre.
Nos toca el deber de recrear la ternura. Juntar los sueños de los unos y de los otros, de todos aquellos que creen que la recesión económica no significa necesariamente la resignación de la esperanza y de la lucha por la vida, porque creemos que en nuestro pueblo hay alternativas, fruto de realismo y utopías.
No tiene nada de quimérico nuestra vocación de justicia, si nos armamos de la impaciencia necesaria ante la opresión. Dice José Paulo: el tiempo te desafía, clamando: Abrázame o duérmete.
Fuente fotográfica: CNN
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