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Por Carlos del Frade
(APE).- “Once niños con menos de dos años murieron en los últimos treinta días por afecciones respiratorias en el hospital de pediatría de Posadas, donde permanecen bajo asistencia otros cincuenta”, dice la noticia que viene de aquel lugar de fantasía, luchas silenciadas y naturaleza exuberante como es el territorio misionero, puño levantado en el noreste del mapa argentino.
En un mes once bebés partieron a la pampa de arriba en medio del territorio que más pinos cultivó en los últimos años, según muestran los funcionarios del gobierno provincial.
Debería haber aire de excelencia, pero no.
Los pinos no están hechos de acuerdo a las necesidades de los habitantes de Misiones sino que están cultivados de acuerdo a las inversiones de las multinacionales que se enriquecen con la biodiversidad del territorio.
Pero los chicos se mueren en Misiones no por culpa de los pinos sino por el desprecio inoculado contra su pueblo.
Los médicos del hospital dicen que se trata de un brote de tos convulsa, una enfermedad que se creía exiliada de la Argentina.
“Los pacientes que atendimos comenzaron como bronquiolitis y, por la virulencia del germen, los cuadros derivaron en neumonía, pero se conjugan en una sola enfermedad de mayor compromiso en el pulmón, que es vital”, le dijo a los periodistas el vicedirector del hospital, Juan Ledesma.
Agregó que "el cuadro predominante es respiratorio, no sólo en los chicos aborígenes. En este momento, tenemos alrededor de 50 niños internados con patologías respiratorias, seis de ellos de la etnia mbya. En un mes fallecieron cinco niños ‘blancos’ y seis aborígenes", confirmó el médico.
En menos de un mes, once bebés murieron en la provincia de los pinos por problemas respiratorios.
Para el obispo de Iguazú, Joaquín Piña, “Misiones era una reserva forestal muy importante, aquí todavía se conservaba la selva virgen, la madera de primera calidad. Esta selva está desapareciendo y al ritmo que va en pocos años nos quedaremos sin selva. Y en vez de eso estas empresas han ido plantando pinos por todas partes. Después del pino no se puede cultivar nada”, sostuvo en una entrevista publicada en una revista de alcance nacional.
“Antes esta era una zona yerbatera y de aserraderos, pero de la madera de primera calidad ya no queda casi nada. Yo no quiero ser el obispo de los pinos, sino el obispo de la gente. Y donde crecen los pinos, no hay gente”, dice el obispo de Iguazú, en uno de los límites de la provincia.
Y como hay cada vez más pinos, hay cada vez menos gente, siguiendo el teorema del obispo de Iguazú.
Por eso en menos de un mes emigraron hacia la pampa de arriba once nenas y nenes que ni siquiera aprendieron a decir “mamá te quiero”.
Porque no pudieron seguir respirando, justamente allí, en la tierra que hoy rebosa de pinos, de árboles extranjeros, plantados a pura prepotencia contra lo natural, contra lo propio.
Por eso los pibes se mueren antes de los dos años en Misiones, porque la condena está escrita contra aquellos que son hijos del amor de los que nacieron en estas tierras rojas, donde crecen los pinos y no la gente.
No se trata de enfermedades estacionales ni de brotes fantasmales del pasado, sino del resultado de una historia de saqueo que golpea más fuerte contra los más débiles, los bebés de las mayorías, allí donde los pinos son más importantes que la gente, según la denuncia de un profeta.
Fuentes de datos: Diarios La Capital - Santa Fe y Territorio Digital - Misiones 19-07-06 / Revista “Caras y Caretas”, julio de 2006
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