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Por Carlos del Frade
(APE).- A pocos metros de los grandes hoteles de la Capital Federal, al costado de las terminales de colectivos y trenes de Retiro, una beba de dos años murió carbonizada en una de las tantas hogueras que hacen presentes las inquisiciones en el tercer milenio y que pesan, en especial, contra las familias de los que menos tienen, contra los que menos pueden.
Hogueras e inquisiciones disfrazadas de fatalidad, palabra tapahuecos que disimula la multiplicación de existencias saqueadas que, más temprano que tarde, terminarán de manera violenta, antes de tiempo.
Las inquisiciones del siglo veintiuno irrumpen en los lugares precisos por donde cruzaron las urgencias y jamás las respuestas ante tantos reclamos.
Hogueras que se encienden sobre el pasto seco de la injusticia.
Vidas sin culpas inmoladas en los altares que promueve el dios mercado.
La herejía condenada es el fruto del amor de los empobrecidos durante décadas.
Porque a pesar de los pesares mal que les pese a los bien pensantes, mujeres y hombres saqueados todavía son capaces de amar y tener hijas e hijos. Y semejante rebeldía ante la pesadilla impuesta, entonces, hace que las nenas y los pibes del universo robado sean considerados herejes. Proclives a ser muertos en las hogueras que levantan las modernas inquisiciones.
Dos años tenía la niña y miraba televisión cuando el aparato explotó y el fuego se hizo presente.
Fue en la casa 25 de la manzana 3 de la Villa 31. Números que a falta de nombres apenas delatan la vida humana. Como si fuera un penal de rigurosa seguridad. Nenas, nenes, mamás y papás detrás de las cifras. Apenas números en la topografía urbana de la soberbia Capital Federal del país de la riqueza sin límites pero para pocos, para muy pocos.
Números e inquisiciones para los que son muchos, demasiados. Y para colmo, todavía, ellos, los más, son capaces de amar y traer nenas y nenes. Herejía de la vida contra los valores de la riqueza que planifica la miseria y sentencia la permanente resignación entre los perdedores. Pero no, no hay caso. Los perdedores siguen amando y continúan su vida en bebés que, por lo tanto, se convierten en potenciales ocupantes de las hogueras prometidas por las inquisiciones del tercer milenio.
Dice la mamá, joven mamá: "Hubiera preferido irme yo... ¿De qué me sirvió salvarme si ya no tengo más a mi hijita?", escriben los medios de comunicación que hacen la crónica de la nueva hoguera.
Los bomberos no pudieron con las llamas ni tampoco identificaron causas físicas, materiales. Tal vez porque no haya elementos eficientes que expliquen semejantes hogueras entre las cenizas del lugar.
Porque esas causas están muy lejos de allí. Porque el origen de estas inquisiciones reconocen lugares prolijos en donde todo se reduce a números, consumo y privilegios. Donde la rebeldía del amor termina siendo condenada como herejía y, como consecuencia, las hogueras aparecen como natural castigo de la permanente inquisición sobre la vida de los que son más.
Habrá que seguir amando, que la rebeldía insista para que otras hogueras quemen tanta injusticia disfrazada de fatalidad para que, de una buena vez, concluyan las modernas inquisiciones.
Fuentes de datos: Diarios Crónica y Popular 13-07-06
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