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Por Alberto Morlachetti
(APE).- Tendrá la escritura del futuro el talento suficiente, la palabra precisa, en los tiempos de la “belleza que andará por el mundo después” para reconstruir este infierno que vivimos al pie de la letra. Hay calendario suficiente “porque vamos a estar mucho tiempo enterrados”. Somos regiones perdidas para el “progreso” para aquellos que hacen de la crueldad un excedente de la pobreza y “del crimen la continuación del trato por otros medios” acota Monsivais.
Nadie abrigó los gritos desolados de Lucas Sebastián Ivarrola de 15 años el día del asesinato cometido por 3 hermanos, dos de ellos sub-oficiales de la Armada. Las palabras perturbadoras de la Jueza: “lo secuestraron; lo golpearon ferozmente; lo llevaron a un descampado en Luján, donde lo quemaron cuando aún agonizaba, y le pegaron el tiro de gracia”. El crimen tiene la textura del horror sin embargo no deja de ser un fugaz suceso de la pobreza que sigue aportando tragedia a nuestra identidad.
Lucas vivía en el barrio La Perlita de Moreno donde la mirada es “una palabra inútil”, modos desesperantes de ejercer la muerte donde aparecen y desaparecen las pasiones de un pueblo que nunca termina de vivir, que mira -fuera del tiempo y del espacio- a través de cristales de cartón la historia circular de la desesperanza y también la larvada ilusión de que las penas se llamen de otra manera. Ya descansaremos “bien a bien cuando estemos vivos”.
La vida de los pobres se inicia con la muerte de la pobreza. O decirlo de otro modo -con letra clara- la muerte del capitalismo. Para eso se necesita un pueblo milagro: crisálida que abre sus alas en la mariposa de los tiempos para el sueño de la vida. Para que la pobreza -dice Zito Lema- sea apenas memoria del espíritu humano, cuando fue humillado, en nombre de la ley, sin que “clamara el cielo”.
Fuentes de datos: Diarios La Nación 28 y 29-06-06 y Página/12 29-06-06
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