Mientras avanza el desierto

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Por Oscar Taffetani

(APE).- “Era una zona linda, había mucho pastito” contaba Nicolasa Domínguez, maestra de Los Bordos (Sierra de los Llanos, La Rioja, República Argentina) a un periodista porteño. Además de pastito, había en Los Bordos un monte de quebrachos y algarrobos. Y en el monte, pájaros: el cardenal amarillo, la reina mora, el rey del bosque. También se veían hurones, maras y vizcachas.

 

En 1975, cuando fue creada, la escuela tenía 20 alumnos. Hoy, son apenas diez. Hoy Los Bordos es un pueblito que agoniza junto al jarillal, con unos pocos habitantes de mirada cansada y unas pocas chivas que escarban el polvo.

El desierto, en la Argentina, ha sido una metáfora de los civilizadores.

Ellos hablaron de “conquista del desierto”, de “avanzada en el desierto” y de proezas semejantes. Fue una manera de disimular sus crímenes.

Ahora, esa metáfora se ha vuelto cruda y pura realidad.

Actualmente, la degradación y desertización del suelo -datos del INTA- alcanza el 75 por ciento del territorio argentino.

Y los crímenes -los nuevos crímenes- se esconden tras insospechables palabras como recuperación, crecimiento, productividad.

Patria Libre, cercada

A dos mil kilómetros de Los Bordos, en el asentamiento Patria Libre del Movimiento de los Sin Tierra (Municipio de Candiota, Rio Grande do Sul, Brasil), vive Claudio Maciel Moreira, que no sabe nada de Nicolasa ni de su escuelita ni de la Sierra de los Llanos.

Sin embargo, Claudio y su gente -una comunidad de veinte familias- han comenzado a sufrir, lo mismo que Nicolasa, la amenaza real del desierto.

Patria Libre tiene 500 hectáreas con distintos cultivos, cría de animales y economía en escala. Pero rodeando Patria Libre (vuelve a colarse una metáfora) hay 18.500 hectáreas plantadas con eucaliptos industriales, propiedad de la celulosa Votorantim.

“Áreas que ellos plantan en el primer año -dice Claudio- ya en el tercero no van a plantar más nada. No van a plantar más, y no hay otro alimento allí para comer. No van a comer eucalipto. Los animales terminan yéndose a otros lugares en busca de alimento. Ellos usan mucho veneno allí, y entonces la contaminación del agua es grande también”.

Cuando la pastera lo pida, los eucaliptos serán talados. En su lugar, quedará un terreno “limpio”, sin árboles ni pájaros ni otros habitantes.

Entonces, tal vez, la empresa -la misma empresa, por qué no- plantará soja transgénica abonada con glifosato y protegida con herbicidas. Luego, cierta prensa hablará de miles de hectáreas recuperadas para el cultivo. Y otra prensa, igualmente servil, dirá que la soja es el pan del Oriente, etcétera.

Así, el asentamiento Patria Libre quedará cercado por el desierto.

La teoría más apta

“Aquél a quien su familia no puede dar alimento ni la sociedad empleo, no tiene el menor derecho a exigir parte alguna de los medios de subsistencia. Está verdaderamente de más sobre la tierra. En el gran banquete no hay lugar para él. La naturaleza le exige que se vaya, y no tiene empacho en poner ella misma en ejecución el decreto...”

Ese solo párrafo del Ensayo sobre la Población, de Malthus, que por algo fue expurgado en reediciones posteriores, revela con la elocuencia de un puñal ensangrentado cuál es el verdadero espíritu del capitalismo.

Para Malthus, el creced y multiplicaos cristiano constituye una auténtica maldición bíblica, de la que debe librarse la humanidad. No hay lugar para todos, dice. No hay lugar para los que nacen sin herencia, para los que nacen sin tierra. Pestes hambrunas y guerras, dice, son sabios decretos de la naturaleza, para regular la población.

Claro que las pestes, las hambrunas y las guerras -permítasenos la objeción- no son decretos de la naturaleza, sino políticas de exterminio, dictadas por algún poder visible y terrenal. Vaya hipocresía.

Dos eran las hipótesis que obsesionaban a Malthus: la progresión geométrica de los nacimientos y el crecimiento rezagado de los recursos agrícolas. En ambas, el economista se equivocó, porque ni la población planetaria ha crecido de modo exponencial ni los recursos agrícolas -en estos tiempos de biotecnología- han disminuido.

Sin embargo, ha sido el espíritu del capitalismo -ése que Malthus supo interpretar con frialdad y lucidez- lo que determinó tanto el malgasto de los recursos económicos como la cada vez más injusta distribución de la riqueza.

Sachs, el neomalthusiano

“Creced y multiplicaos, pero no tanto” aconseja en 2006 el neomalthusiano Jeffrey D. Sachs, desde las páginas de un muy promocionado libro.

“Si la población mundial sigue en rápido aumento, se agravarán las cargas y presiones impuestas a los recursos globales. Por consiguiente, los gobiernos deberían abstenerse de aplicar políticas tendientes a incrementar los índices de natalidad, aun allí donde sean bajos...”

“La gente de pocos recursos, en especial la de zonas rurales, tiende a ser la más prolífica (seis o más hijos por mujer es una cifra frecuente). Estas familias dependen de su prole para las tareas agrícolas, así como para el cuidado y sostén de los padres en su ancianidad. No tienen acceso a los anticonceptivos ni a la planificación familiar. Y su fecundidad es una especie de póliza de seguro contra la gran mortalidad infantil...”

“Los trabajadores se beneficiarán notablemente al vivir en sociedades con poblaciones estables o menguantes. Es obvio que gastarán mucho menos en criar a sus hijos (me refiero a los gastos domésticos directos). Invertirán menos en la construcción de caminos, centrales eléctricas, escuelas y otros servicios públicos. Tendrán ciudades menos congestionadas y campos con menos presiones ambientales...”

Podríamos seguir citando a Sachs, quien con gran desparpajo (aunque sin la sangrienta lucidez de Malthus) invita a la economía mundial a “desacelerarse”, invita a “crecer menos” y a dañar menos, consecuentemente, el medio ambiente. Creemos que no hace falta.

Hoy como ayer, el simple mandato humano de crecer y multiplicarse o aquella simple metáfora cristiana -utópica y siempre vigente- de multiplicar los panes y los peces, bastarían para refutarlo.

Porque la justicia no sabe de volúmenes ni cantidades, no sabe de expectativas económicas ni de especulaciones políticas. La justicia es un valor desnudo, vital, insobornable.

Y la injusticia, una lacra, una lacra que la humanidad arrojará, más tarde o más temprano, al basurero de la historia.

“Vamos a hacer un mundo de verdad, escribió el poeta, un mundo con la verdad partida, como un pan terrible, para todos”.

 

 

 


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