Los dos futuros

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Por Oscar Taffetani

(APE).- Los diseñadores de envases dicen que un paquete o envoltorio siempre tiene que ver con las vísperas, con lo que está por suceder. Por eso los productos industriales y de consumo masivo suelen presentarse en envases seductores, casi siempre engañosos sobre su contenido. Son más una prolongación de la promesa que un anticipo de la realidad.

 

Pero si salimos del mundo del marketing y el consumo, entonces las vísperas recobran su verdadera dimensión, y son la sabia preparación del espíritu para recibir algo que esperamos.

Tal vez la más bella de las vísperas -permítasenos seguir con la digresión- es la que preludia la llegada de un niño.

Un niño es una promesa que se cumple y que al mismo tiempo se renueva. Es, como dijo el poeta, un préstamo lustroso del porvenir.

Cada vez que nace un niño recibimos una pluma de gala (así lo escribieron los antiguos mayas). Es como ser invitados a una fiesta que acaba de comenzar.

El niño es la víspera del hombre, el anticipo de un mundo que debe ser mejor, y que será mejor.

Génesis de un proyecto

Durante un Taller de Impacto Ambiental desarrollado en Concepción del Uruguay el 17 de junio de 2002, una rara conjunción de especialistas en Biología, Oceanografía, Antropología e Historia dio cuerpo a la idea de crear un Parque Binacional (repetimos: bi-nacional) en las islas y costas del río Uruguay.

“La gradual depredación de los ecosistemas ribereños pone en riesgo de desaparición a un conjunto de especies de fauna y flora, hábitats y recursos naturales únicos, que es necesario proteger para el estudio y disfrute de las generaciones actuales y futuras”, se lee en una carpeta de presentación del proyecto.

“A su vez, la contaminación de los espacios por la urbanización creciente y la producción ecológicamente insustentable junto al río Uruguay, pone también una gran cuota de incertidumbre sobre las posibilidades de conservación de la biodiversidad de esta región litoraleña”, se lee también.

Entusiasta gestor de la idea, a partir de 1999, es el licenciado en Biología Aristóbulo Maranta, actual director del Parque Nacional El Palmar, provincia de Entre Ríos.

Maranta consigna en su primer informe un valioso antecedente, que es el proyecto titulado “Conservación ambiental y desarrollo ecoturístico de la región de Quebracho”, elaborado en 1998 por el Centro de Promoción Humana de la mencionada localidad uruguaya, en el departamento de Paysandú.

El Parque Binacional de las Islas y Costas del río Uruguay -tal sería su nombre completo- se extendería desde el Palmar entrerriano hasta la localidad de Casa Blanca, Uruguay, conformando un auténtico corredor de flora y fauna entre el kilómetro 187 y el 264 del curso del río.

Unidades biogeográficas muy definidas estarían representadas en el Parque: el espinal mesopotámico con ambientes destacados de Palmares y Ñandubaizales; el pastizal pampeano y también los cauces de ríos y arroyos con ambientes de selva en galería y arenales.

Ciento treinta mil habitantes de ambas márgenes -se calcula- verían mejoradas, con la creación del Parque, sus condiciones de vida y su entorno.

Bellezas como el Palmar de Colón, los Bancos de Caraballo, las Islas de Queguay y las Termas, a uno y otro lado, pasarían a ser parte de un mismo proyecto ecoturístico, binacional.

Con el Parque comenzaría a cumplirse un compromiso asumido en 1974 por la Comisión Técnica Mixta encargada de la represa hidroeléctrica de Salto Grande, que prometió crear áreas protegidas para compensar el daño ambiental que la misma represa iba a ocasionar.

¿Se trata de un sueño? No, esto es apenas el anticipo de un verdadero sueño esbozado por Maranta y sus amigos: extender las áreas protegidas río arriba, hasta los Esteros del Iberá; y también hacia el sur, hasta conectarlas con la reserva de Otamendi, en la provincia de Buenos Aires...

Un solo largo río, de aguas limpias, amado, disfrutado y cuidado por los habitantes de las dos riberas. He allí un Futuro digno de llamarse así.

“Tambores de guerra”

Aunque hay otro futuro, claro. Un odioso futuro. Un futuro que insulta al Futuro. En ese futuro, el Uruguay ya no es el “río de los pájaros” que quiso el guaraní. Allí, el Uruguay nos separa, nos divide, nos enfrenta.

En ese otro futuro, hay una Corte de magistrados con peluca. Hay denunciantes y denunciados, demandantes y demandados. Hay guerra fría, boicot, embanderamientos, egoísmos. Es un miserable presente, envuelto en papel de futuro.

Porque el Futuro de verdad, el Futuro con mayúsculas, es otra cosa.

Lo saben los vecinos de Quebracho, Paysandú; y los ambientalistas de las asambleas de El Callejón, Tacuarembó y Montevideo.

Lo saben los vecinos de Gualeguaychú; y los ambientalistas de Colón, los de Concordia y Buenos Aires.

El futuro, el Futuro de verdad, es el Parque compartido. Es el puente y la represa, compartidos. Es el río para todos los que allí vivimos. Y para los hijos de nuestros hijos.

El otro, el de las arengas y proclamas, el de los “tambores de guerra” y la hipocresía de salón, es sólo una pesadilla. Un mal sueño que atravesamos con la alegría de saber que pronto, muy pronto, quedará atrás.

 


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