Crímenes perfectos

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Por Oscar Taffetani

(APE).- Para el arquitecto Charles Jencks la posmodernidad comenzó en la ciudad de Saint Louis, Missouri, el 15 de julio de 1972, a las 15.32. En ese momento, fueron demolidos, usando dinamita, los monobloques Pruitt-Igoe construidos en 1955 para albergue de familias de pocos recursos, en los Estados Unidos.

 

Junto con los monobloques -apunta Jencks- moría toda una idea sobre el papel del Estado en la solución de problemas de vida y sobrevida de la población.

Para los argentinos, utilizando una metáfora semejante, nuestro Estado (no el Estado Benefactor, como pérfidamente lo llamaron algunos) murió en Buenos Aires un sábado 16 de marzo de 1991, a las diez de la mañana.

Esa mañana fue echado abajo, también con dinamita, el Albergue Warnes, un resto arquitectónico de lo que iba a ser, en 1951, el primer Hospital Latinoamericano de Niños.

Habían cambiado las ideas, claro. Y para acentuar la terrible paradoja, quien decretaba la muerte del Warnes era un intendente justicialista -Carlos Grosso- designado por el entonces presidente Carlos Menem.

Los monobloques Pruitt-Igoe, en los Estados Unidos, no fueron reemplazados con ninguna otra construcción pública. El Albergue Warnes, tampoco.

El municipio porteño devolvió esas 19 hectáreas ubicadas cerca del parque de Agronomía a los herederos de sus primeros propietarios, quienes las lotearon y concretaron un pingüe negocio inmobiliario.

Azucena no tiene la culpa

El 15 de noviembre de 1989 -otro crimen, otra fecha- fue suscripto el convenio inicial de la Corporación Antiguo Puerto Madero S.A. en Buenos Aires. Por el mismo, el Estado argentino cedía a la mencionada sociedad anónima, a cambio de un compromiso de inversión, 170 hectáreas vecinas al río de la Plata, en la zona portuaria de la ciudad.

La Corporación hizo entonces el milagro de Puerto Madero, reciclando los antiguos depósitos portuarios y algunos silos de almacenamiento de granos como lujosos lofts de vivienda, como oficinas, como aulas universitarias, comercios y restaurantes.

También fueron creados paseos y jardines, en donde los porteños y no pocos turistas consiguieron recuperar la vista al río, sencillo placer que por años les había sido negado.

Pero la propiedad de Puerto Madero ya no es pública. Ahora es propiedad privada, propiedad privada ubicada en el sector más caro de la ciudad, donde el metro cuadrado cotiza hasta 3.500 dólares norteamericanos.

Hacia 1970, la única construcción “moderna” en la zona de Catalinas Norte (es decir, donde empezaba el Antiguo Puerto Madero), recordamos, era el Sheraton Hotel.

Los militantes de la Juventud Peronista y los Montoneros de aquellos años, percibiendo el carácter emblemático de ese edificio, habían pergeñado un cántico muy pegadizo, invitando a reciclarlo: “Qué lindo, qué lindo / qué lindo que va a ser / el Hospital de Niños / del Sheraton Hotel...”

Quiso esta caprichosa realidad argentina que cuando los sobrevivientes de aquellos jóvenes de los ’70 llegaron a tener una cuota de poder político, no sólo no se animaron a reciclar un hotel internacional como hospital de niños, sino que ni siquiera pudieron terminar uno que estaba comenzado: el Albergue Warnes. Y sí alcanzaron a “concretar”, en cambio, la venta y privatización de empresas, edificios y espacios públicos, a lo largo y lo ancho de la patria.

Como una mueca burlona dibujada sobre los sueños sepultados de esa generación, una calle del nuevo Puerto Madero ha sido bautizada “Azucena Villaflor”, es decir, lleva el nombre de la desaparecida fundadora de las Madres de Plaza de Mayo.

El arte de reciclar

“Como primera expresión parlamentaria de la alianza que se teje entre kirchneristas y algunos radicales -leemos en el diario La Nación de Buenos Aires- el Congreso impulsa un proyecto para implementar un servicio cívico voluntario que capacite en diferentes oficios, dentro de unidades militares, a jóvenes de 17 a 21 años en situación de riesgo social...”

Así como este (maldito) Estado que hoy nos toca vivir -un Estado hecho a la medida de los lobbies y los intereses privados- no sabe qué hacer con los niños, pensamos (y por eso tanto destruye el Albergue Warnes como alienta la construcción de hoteles cinco estrellas), tampoco sabe qué hacer con los jóvenes.

Los jóvenes del pueblo, sobrevivientes de esa carrera contra la muerte que es la niñez del pueblo, se han convertido en un estorbo.

En otro tiempo, se los “disciplinaba” en el servicio militar. Aún así, esa ciudadanía aprendida entre golpes y maltrato, era ciudadanía. Y para capacitarlos -perdón por la obviedad- estaban las escuelas. Las escuelas de grado, las escuelas normales, las escuelas técnicas.

En el servicio militar (seguimos con las obviedades) se enseñaba a servir a la Patria. Y el conscripto -y luego reservista- era una pieza en el sistema de defensa nacional.

Pero lo obvio, en la Argentina de hoy, ha dejado de serlo. Por eso el Ministerio de Defensa tiene un proyecto educativo (“capacitar en los cuarteles”). Y el Ministerio de Educación tiene un proyecto de desarrollo tecnológico (“one laptop per child”). Y así.

Lo que no se destruyó en el camino (como el Warnes) fue reciclado (como Puerto Madero).

Hoy los sobrevivientes de aquella juventud maravillosa (así la llamó Perón) son funcionarios de alto rango. Ellos disponen las nuevas tareas de reciclado.

Crímenes, suaves crímenes, que no son vistos como crímenes. Crímenes perfectos.


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