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Por Oscar Taffetani
(APE).- El 12 de mayo pasado, en Austria, al pronunciar su discurso ante la cuarta cumbre de Europa, América latina y el Caribe, el presidente Kirchner denunció el doble discurso de ciertos países del Norte -por caso, Finlandia- que mientras preservan el medio ambiente en su propio territorio, exportan las industrias sucias a los países del Sur.
"No vale aquí doble estándar alguno”, precisó Kirchner. “Se debe cuidar el medio ambiente en los países desarrollados y en los países que todavía no han logrado su desarrollo, en los países ricos y en los países pobres..."
El mismo día en que ese alegato ecologista -reforzado por la inesperada intervención de una reina del carnaval- era escuchado en un importante foro del Norte, en la patagónica provincia de Santa Cruz (es decir, al sur del Sur) las autoridades locales luchaban denodadamente por rescatar con vida y limpiar más de 400 pingüinos empetrolados, pertenecientes a la reserva de Cabo Vírgenes.
Cien pingüinos ya habían perecido durante la semana precedente, en esas aguas cuya jurisdicción comparten Chile y la Argentina.
Los pingüinos se empetrolan -obvio es decirlo- por los derrames deliberados o accidentales de hidrocarburos en el mar. Del mismo modo que las gaviotas y aves marinas se empetrolan por descender a las lagunas de petróleo provocadas por el mal funcionamiento de un bombeador, en algún pozo a cielo abierto, en el páramo de la meseta patagónica.
En los últimos quince años -y lo sabe nuestro Presidente, quien gobernó Santa Cruz por una década- numerosas fueron las denuncias de contaminación del mar, de las costas y de napas de agua dulce en el sur de la Patagonia, debido a explotaciones mineras y petrolíferas sin control.
Imágenes de jóvenes ambientalistas luchando por limpiar (y salvar así de la asfixia), a gaviotines, gaviotas y pingüinos, recorrieron el mundo.
Es para celebrar, entonces, que gobernantes como Kirchner tomen conciencia de esas amenazas y peligros sobre los que muchas ONG’s y activistas ambientales vienen advirtiendo, desde hace décadas.
Al norte de Cabo Vírgenes
En los barrios del sur de la Capital Federal (Buenos Aires, República Argentina, Continente Sudamericano), informa el INDEC, se registra un preocupante aumento en la tasa de mortalidad infantil.
Según esos reportes, los índices más alarmantes se verifican en la cuenca hídrica que incluye los barrios de Villa Lugano, Villa Soldati, Barracas y La Boca (es decir, el área sur de la ciudad).
En el CGP 8 (un módulo municipal ubicado entre el Riachuelo y las avenidas General Paz y Mariano Acosta) se pasó de una tasa de mortalidad infantil (por mil) de 12,9 entre los años 2000 y 2002, a 17,1 entre 2002 y 2004.
Esos valores contrastan con los del norte de la ciudad -distritos como Núñez o Belgrano- en donde la tasa de mortalidad infantil se ubicó en 5,2, entre los años 2002 y 2004.
“Y pese a la gravedad del problema -leemos en una crónica periodística- las autoridades sanitarias nacionales se niegan a encarar estudios epidemiológicos que permitan determinar el impacto de la contaminación en la salud de los cinco millones de habitantes de la cuenca”.
“Además de la exposición constante ante agentes contaminantes -se agrega- el 55% de los habitantes no cuenta con agua potable”.
“La última negativa a realizar el estudio fue notificada por la actual gestión del Ministerio de Salud, a cargo de Ginés González García, a la defensoría del Pueblo de la Nación...”
El ministro González García, apuntamos, debería tomar en cuenta las observaciones del presidente Kirchner en su discurso de Viena, sobre la necesidad de terminar con el doble discurso en materia de salud y medio ambiente.
El grito silencioso
Hay chicos que se mueren, ¡chicos, y no pingüinos! (que nos perdone la santa Ecología) de diarreas y enfermedades infecciosas; chicos que son atacados por el dengue, los parásitos, los sedimentos de plomo; chicos que sufren cianosis y retraso mental, por estar expuestos a venenos invisibles como el plomo, el mercurio y el cromo...
Las Defensorías del Pueblo, a nivel nacional y local, vienen denunciando esta situación, desde hace varios meses, sin que los otros engranajes del Estado se muevan.
En la villas 1, 11, 14, 15, 20 y en Los Piletones (es decir, el área más pobre de la parte más pobre de la “Reina del Plata”) se registra “un colapso de la red cloacal, pluvial y de suministro de agua corriente”, en palabras de la Asociación del Personal de Organismos de Control (APOC).
Ese cuadro ambiental expone a cerca de 150 mil personas a un interminable abanico de enfermedades de la pobreza, enfermedades que son, en el caso de los niños, casi siempre mortales.
Es que los niños, se nos antoja, viven al sur. Viven al sur de los programas de gobierno. Al sur de los discursos oficiales. Al sur de los presupuestos. Al sur de las políticas de Niñez. Viven al sur del sur del Sur.
Aquellos pingüinos empetrolados de Cabo Vírgenes están mal, sin duda. Pero los niños pobres de nuestros pobres países viven al sur de los pingüinos.
Su grito silencioso, su grito mudo, no tiene la envergadura de una catástrofe ecológica.
Pero quedará registrado en la memoria de la especie, como una cuenta que esta humanidad -esta insensible humanidad de la que hoy formamos parte- ni siquiera ha empezado a pagar.
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