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Por Carlos del Frade
(APE).- Manuel Belgrano escribió lo que veía en sus viajes hacia el interior del país. En sus cartas está la preocupación por los chicos hijos del pueblo sin trabajo y reflexiona, de manera permanente, sobre la necesidad de lograr la felicidad de ellos a partir de la revolución que él encarnaba.
La correspondencia de Don Manuel tiene un pico de optimismo cuando se encuentra con otro dirigente clandestino y revolucionario en España y luego en América, José de San Martín. Y entre ambos dicen que los resultados de la revolución continental debían darle un futuro a los hijos del pueblo que derramó sangre a favor de la liberación y la igualdad.
Una de esas últimas batallas contra los dominadores fue en territorio peruano, en los prados de Junín.
Los últimos soldados que participaron de aquella batalla y que estaban contagiados del valor que suponían las palabras de Belgrano y San Martín volvieron a sus lugares de origen y siguieron, como pudieron, con sus vidas, ya bastante lejanas de aquellos ideales y principios de la revolución.
Uno de aquellos soldados que participara de la batalla de Junín, en Perú, formó parte de la línea de fortines en contra de los dueños naturales de la tierra, los pueblos originales de las pampas bonaerenses.
Había que quitarles la tierra para que después fueran la base de la riqueza de los terratenientes y, en forma paralela, la necesaria garantía para contraer créditos con el imperio de entonces, Gran Bretaña.
El emplazamiento de aquel fuerte surgido al final de la segunda década del siglo diecinueve terminó llamándose de igual manera que el lugar en donde batallaron por la libertad los soldados que alguna vez fueron seducidos por las palabras de Belgrano y San Martín.
Junín, entonces, surgió como el eco lejano de aquel sueño que comenzó en mayo de 1810 y se irradió por toda Sudamérica, a través de las cartas de generales del pueblo, clandestinos y ninguneados, como Belgrano y San Martín.
Pero aquella fundación del poblado se quedó más con el final de la historia que con el principio.
El soldado de San Martín, Isidoro Suárez, ya peleaba por otras cosas, muy distintas a las que sangrara en las tierras peruanas de Junín.
Sacarle la tierra a los pueblos originarios no estaba en los planes de Belgrano y San Martín, por lo que Suárez, entonces, inició un viaje en sentido contrario a los postulados de la revolución del diez.
Algo de eso se ve en el presente de Junín, provincia de Buenos Aires, ciudad hija de las hilachas de los sueños de Belgrano y San Martín.
Porque el presente de los pibes parece anticipar el futuro del pueblo.
De tal manera, pibes mal alimentados conformarán pueblos enfermos en el mañana.
Ingeniería genética que sirve para perpetuar la dominación.
Que se aplica en distintos lugares, desde los más empobrecidos a los más ricos.
No solamente en los arrabales de la geografía, sino también en su centro.
La mitad de los chicos menores de tres años en Junín, provincia de Buenos Aires, primer estado argentino, están anémicos.
Así lo informó el Ministerio de Salud y UNICEF.
Además sumaron otro dato preocupante: también están anémicas las mujeres embarazadas en un cuarenta por ciento de los casos analizados.
Son los resultados preliminares del programa “Uniéndonos por la salud de nuestros pibes”.
La salud de los pibes de Junín de 2006 muestra los resultados de la continuidad de la lógica de su fundación, aquella que se gestó sobre los jirones de los proyectos de Belgrano y San Martín.
Fuente de datos: Diario Crónica 05-05-06
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