Cifras oficiales y soledades

|

Por Carlos del Frade 

(APE).- Trabajar en la Argentina era sinónimo de futuro. Desde los años cincuenta, la estatura existencial de la obrera o del empleado alcanzaba a la mitad de la torta a repartir. Con el trabajo se podía ser feliz. Es decir, alcanzar los sueños de cada uno a partir del empleo. Lo pensaban los argentinos de derecha, centro e izquierda. Trabajar en la Argentina era sinónimo de futuro. Era la consigna cotidiana y familiar que atravesaba el país del pan, la carne y las riquezas infinitas. 

 

Para un prestigioso abogado laboralista, Héctor Recalde, el paso del tiempo devuelve otra imagen, cinco décadas después: “En 1946 una indemnización por despido con un salario mínimo equivalía a 3.333 kilos de pan. Hoy, en una situación similar y con la doble indemnización incluida, el despedido podría comprarse 315 kilos”. 

Ya no es más el pan de las mayorías de cada día. 

Ahora el pan cotidiano está reservado a las minorías. 

Es que la realidad del trabajo ha dejado de ser una democrática plataforma de sueños y se ha convertido en una rareza. 

Más de la mitad de los que producen en la Argentina están fuera del mercado legal de trabajo y eso los hace precarios, ausentes a la hora de lo legal. Sin obra social, ni vacaciones, ni aguinaldos y sin posibilidades de crédito alguno, los trabajadores “informales” argentinos están afuera de aquella certeza de futuro que era común y corriente para sus padres o abuelos. 

Rara vez aparecen estadísticas que expresen el dolor cotidiano del desocupado crónico, del que busca el mango todos los días y no sabe cómo planificar el próximo mes porque no tiene ninguna base sólida. 

El doctor Agustín Salvia, investigador del Conicet y director del Programa Cambio Estructural y Desigualdad Social del Instituto de Investigaciones Gino Germani, sostuvo que por cada adulto desocupado hay tres jóvenes sin empleo, y el 60 por ciento de ellos vive en hogares pobres. 

“Hoy, los jóvenes son los más afectados por el desempleo y la precariedad laboral -señaló Salvia- Si uno toma la situación de pobreza de la población, ve que el 60% de los jóvenes hoy viven en hogares pobres, cuando tenemos un 45% de la población en situación de pobreza. Los jóvenes son un grupo particularmente afectado, porque viven en hogares donde las oportunidades de empleo, tanto para ellos como para sus padres, están mucho más limitadas. Son quienes tienen mayores dificultades para ingresar en el mercado de trabajo, quienes más dilatan ese ingreso y quienes peores empleos consiguen. Los jóvenes están tres veces más desempleados que el resto de los desocupados adultos”, apuntó el investigador. 

Esto se verifica en la geografía cotidiana de la Argentina. La prueba es muy sencilla de llevar a cabo. Se puede hacer en las facultades o en los centros comunitarios barriales. Hay que pedir, simplemente, que levanten la mano los pibes menores de treinta años que conocen un recibo de sueldo. La respuesta será contundente. No habrá más de dos o tres manos haciendo cosquillas al aire. Los demás, chicas y chicos, mirarán con extrañeza a quien propuso semejante juego. 

¿Alguien mide las manos que no se levantan a la hora de señalar el desconocimiento más brutal sobre la mínima garantía efectiva que sirve para pensar algún futuro? 

¿Qué cifra refleja la angustia cotidiana de los que no serán indemnizados porque nunca estuvieron en ninguna plantilla oficial de trabajadores? 

Esos números no están en el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, apenas se muestran en los consultorios psicológicos de los centros de salud de las grandes ciudades del país saqueado. 

Por eso es real que las estadísticas oficiales cantan postales parciales de lo poco que quedó de aquella Argentina del trabajo y el futuro asegurado. 

Es hora que la soledad de la mayoría de las pibas y pibes argentinos empiece a ser tenida en cuenta por las mediciones de los gobiernos, si no, es probable, esa orfandad se irá incendiando en desesperaciones de impredecibles consecuencias que no serán apagadas con simples planes asistenciales. 

Fuente de datos: Diario Perfil 09-04-06

 

Cifras oficiales y soledades
19/04/06

Por Carlos del Frade

(APE).- Trabajar en la Argentina era sinónimo de futuro.

Desde los años cincuenta, la estatura existencial de la obrera o del empleado alcanzaba a la mitad de la torta a repartir.

Con el trabajo se podía ser feliz. Es decir, alcanzar los sueños de cada uno a partir del empleo. Lo pensaban los argentinos de derecha, centro e izquierda. Trabajar en la Argentina era sinónimo de futuro. Era la consigna cotidiana y familiar que atravesaba el país del pan, la carne y las riquezas infinitas.

Para un prestigioso abogado laboralista, Héctor Recalde, el paso del tiempo devuelve otra imagen, cinco décadas después: “En 1946 una indemnización por despido con un salario mínimo equivalía a 3.333 kilos de pan. Hoy, en una situación similar y con la doble indemnización incluida, el despedido podría comprarse 315 kilos”.

Ya no es más el pan de las mayorías de cada día.

Ahora el pan cotidiano está reservado a las minorías.

Es que la realidad del trabajo ha dejado de ser una democrática plataforma de sueños y se ha convertido en una rareza.

Más de la mitad de los que producen en la Argentina están fuera del mercado legal de trabajo y eso los hace precarios, ausentes a la hora de lo legal. Sin obra social, ni vacaciones, ni aguinaldos y sin posibilidades de crédito alguno, los trabajadores “informales” argentinos están afuera de aquella certeza de futuro que era común y corriente para sus padres o abuelos.

Rara vez aparecen estadísticas que expresen el dolor cotidiano del desocupado crónico, del que busca el mango todos los días y no sabe cómo planificar el próximo mes porque no tiene ninguna base sólida.

El doctor Agustín Salvia, investigador del Conicet y director del Programa Cambio Estructural y Desigualdad Social del Instituto de Investigaciones Gino Germani, sostuvo que por cada adulto desocupado hay tres jóvenes sin empleo, y el 60 por ciento de ellos vive en hogares pobres.

“Hoy, los jóvenes son los más afectados por el desempleo y la precariedad laboral -señaló Salvia- Si uno toma la situación de pobreza de la población, ve que el 60% de los jóvenes hoy viven en hogares pobres, cuando tenemos un 45% de la población en situación de pobreza. Los jóvenes son un grupo particularmente afectado, porque viven en hogares donde las oportunidades de empleo, tanto para ellos como para sus padres, están mucho más limitadas. Son quienes tienen mayores dificultades para ingresar en el mercado de trabajo, quienes más dilatan ese ingreso y quienes peores empleos consiguen. Los jóvenes están tres veces más desempleados que el resto de los desocupados adultos”, apuntó el investigador.

Esto se verifica en la geografía cotidiana de la Argentina. La prueba es muy sencilla de llevar a cabo. Se puede hacer en las facultades o en los centros comunitarios barriales. Hay que pedir, simplemente, que levanten la mano los pibes menores de treinta años que conocen un recibo de sueldo. La respuesta será contundente. No habrá más de dos o tres manos haciendo cosquillas al aire. Los demás, chicas y chicos, mirarán con extrañeza a quien propuso semejante juego.

¿Alguien mide las manos que no se levantan a la hora de señalar el desconocimiento más brutal sobre la mínima garantía efectiva que sirve para pensar algún futuro?

¿Qué cifra refleja la angustia cotidiana de los que no serán indemnizados porque nunca estuvieron en ninguna plantilla oficial de trabajadores?

Esos números no están en el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, apenas se muestran en los consultorios psicológicos de los centros de salud de las grandes ciudades del país saqueado.

Por eso es real que las estadísticas oficiales cantan postales parciales de lo poco que quedó de aquella Argentina del trabajo y el futuro asegurado.

Es hora que la soledad de la mayoría de las pibas y pibes argentinos empiece a ser tenida en cuenta por las mediciones de los gobiernos, si no, es probable, esa orfandad se irá incendiando en desesperaciones de impredecibles consecuencias que no serán apagadas con simples planes asistenciales.

Fuente de datos: Diario Perfil 09-04-06


Suscribite

Suscribite al boletín semanal de la Agencia.

Sobre la fundación

Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.

Sobre la agencia

Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte