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Por Carlos del Frade
(APE).- Chicos internados, dice la jerga de los escribas de la guerra contra los pibes. Es fundamental confundir. De eso también se tratan las guerras. Confundir. Esconder. Hacer una cosa, aparentar otra. Chicos internados supone la existencia de chicos enfermos. Afectados por algún mal que es necesario combatir.
Por eso se internan a los chicos, para que el mal no se propague, para que no haya contagio de la enfermedad que ellos tienen. Chicos internados. La enfermedad está en ellos.
El sistema lo dice de manera cotidiana: ellos, los pibes, están enfermos de algo que resulta letal para el orden impuesto. Son portadores del futuro libre, que puede derivar en cualquier cosa. Los cuerpos de los chicos siempre demuestran que no todo está bajo control y que, por eso mismo, hay que descargar toda la fuerza represiva contra eso ingobernable que está en los cuerpos niños.
Hay que internar a los chicos.
En realidad siempre viene bien sacarlos de la vía pública, como dicen los argumentos de las buenas conciencias. Sacarlos de la vista. Hacerlos invisibles. Ocultarlos, secuestrarlos, ponerlos presos. Pero hay buenas conciencias que pueden darse cuenta de la evolución de la guerra contra los pibes. Por eso se habla de chicos internados.
Pobrecitos, están enfermos, parece decir la noticia. Hay que ayudarlos, entonces, los internan.
La enfermedad no viene desde afuera, sino que está en ellos, en los pibes y sus cuerpos libres y por ende, potencialmente rebeldes, subversivos.
La peor enfermedad está en ellos.
No en el sistema ni en el orden que consagra la injusticia, la desigualdad y exilio del paraíso prometido. La enfermedad no son los ganadores de los últimos cuarenta años de historia que transformaron la premisa de que los chicos eran los únicos privilegiados y fueron convertidos en los primeros perjudicados.
No, la enfermedad está en ellos. En las víctimas.
Por eso el sistema debe decir que los chicos son internados.
Nueve pibes, una pequeña barrita, integrada por chicos que tienen entre nueve y dieciséis años, quisieron llevarse ropa de un local del centro de Mar del Plata, la ciudad feliz, como se la conoce en la geografía argentina.
La policía los detuvo.
Los habrá visto. Allí estaban los feroces delincuentes entre nueve y dieciséis años exhibiendo el objetivo del botín largamente planeado y cumplido con alevosía, según las calificaciones policiales. Un periodista llegó a hablar de saqueo.
Los nueve pibes frente a los bonaerenses. Ellos, cara a cara con los representantes del orden. Con los emisarios de los que mandan la guerra contra los pibes. Poco pudieron argumentar los chicos. De nada les sirvió. Entonces se impuso la gramática y la sintaxis de los partes de la guerra contra los pibes. “Tras el hecho los menores fueron trasladados a dos institutos de esta ciudad donde quedaron internados”, dijo la crónica aparecida en los diarios del lugar.
Dice la nota que fue una piedra la que usaron los chicos para romper el vidrio para meterse en el local y llevarse más de medio centenar de pantalones, remeras y camperas.
Era ropa deportiva, de esa que la publicidad, todos los días, les impone como necesidad existencial. Tener o no tener esa ropa hace que alguien sea o no sea una persona digna. La misma publicidad del mismo orden que interna a los chicos supuestamente enfermos por ellos mismos.
Hipocresía permanente del orden. Los pibes son detenidos a pesar que las leyes hablen de su protección porque buscan satisfacer las urgencias impuestas por el mismo conjunto de valores que los desprecia y los convierte en víctimas y luego los presenta como culpables del sinsentido que esos valores del tener generan.
Por eso la mentira permanente, los chicos están internados. La guerra contra los pibes sigue su curso y exige su propio vocabulario.
Fuente de datos: Diario La Capital - Mar del Plata 05-04-06
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