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Por Claudia Rafael
(APe).- Viven de vagón en vagón. O cocinan y duermen a la intemperie. Se acovachan debajo de los grandes puentes que dejan las autopistas. Se cubren con cartones húmedos e intentan armarse un pedacito de intimidad que nunca es. No saben de números que los contienen. Que se zambullen de lleno en los procesos de inequidad. En el conurbano hay 36.000 hectáreas que ocupan countries o barrios cerrados donde viven 220.000 personas que, tienen en su gran mayoría una vivienda en la Capital. Como contrapartida en 6000 hectáreas, viven más de dos millones, en villas y asentamientos. Esa eterna disparidad: más tierra para menos gente.
Millones y millones de pesos se traducen en ladrillos que “no resuelven necesidades sino que van al mercado especulativo”, define la arquitecta Beatriz Pedro en diálogo con APe. “Donde hay terrenos abandonados no se los pueden dar a los que necesitan porque adquieren un valor inmobiliario para la especulación. Y son para el que los puede comprar”.
Los anónimos sin tierra ni techo transpiran ausencias. Buscan su identidad desperdigada entre las calles vacías de un sueño que no fue. El área metropolitana de Buenos Aires creció un 70 % en los últimos 40 años a expensas del despoblamiento de otras geografías.
Cada 7 años recibe “una población equivalente a la ciudad de Rosario. Reúne hoy 14 millones de personas –más del 35 % de la población total del país- en una pequeñísima parte de su territorio. Esto se acentuó en los últimos 10 años con las políticas económicas de hiper - especialización sojera, que concentran la propiedad y la explotación en pocas manos mientras el campo se desertifica y el impacto se siente en las ciudades intermedias del país”.
A lo largo de décadas se fue amasando el largo proceso de desindustrialización. Carcazas enteras de fábricas que construyeron historia se contraponen con la silueta creciente de familias enteras, rabdomantes de cartón y metal, tracción a sangre que empuja y empuja en subidas y bajadas que al final del día acumulan sus huellas en las venas hinchadas de piernas gastadas.
“La población informal suele ser, además de cualquier tipo de changas que se te ocurra, obreros de la construcción y empleadas domésticas. Que son dos tipos de trabajo informal muy aleatorios. Entonces, decimos que en los últimos años hemos vivido emergencia habitacional junto con boom inmobiliario. Esa emergencia habitacional se traduce en la capital en 500.000 personas con problemas de vivienda, en donde a la vez hay 340.000 casas vacías. Hay un enorme desarrollo de la industria de la construcción que no resuelve las necesidades de la población. Y esto también empuja a que mucho trabajo informal sea en la construcción y tengan que venir donde está el boom inmobiliario”, analiza Pedro.
La meca capitalina se bordea de asentamientos que la cercan. Que crecen hacia arriba para disputarle territorio al cielo. Cuatro, cinco, seis pisos de un edificio junto al otro separado por pasillos en los que el espacio público escasea y queda poco verde para salir a jugar.
Una primera expulsión del campo a la ciudad que luego se completó con una segunda expulsión al interior de las ciudades y más tarde aún a sus arrabales olvidados.
“El proceso de las políticas económicas que se han ido llevando adelante, además de ser agroexportador también son lo que algunos llaman extractivismo urbano. Que tiene que ver con grandes inversiones en las ciudades para obtener ganancias con el cambio de uso de la tierra en lugares muy significativos. Con lo cual se encarece el valor en los barrios y a su población se la va expulsando hacia los barrios más precarios. Pero a la vez, todo lo que viene, si llega de manera informal, está en condiciones de no poder alquilar y en condiciones de no poder comprar. Entonces empieza el fenómeno del crecimiento extremo de las villas”, expresa la arquitecta e investigadora de la UBA.
La tierra se parcela a hachazos. Con golpes de inequidad se arrincona al pobrerío sistémico en las zonas inundables, alejadas del poder central, contaminadas. Pero nada es lineal. Cuando se hace necesario tomar por asalto los territorios como negocio propio y redituable, los múltiples brazos del Estado serán utilizados para la expulsión. “La tierra no vale por lo que está adentro sino por lo que está afuera”, suele decir Pedro.
“Cuando eso cambia porque cambian las infraestructuras, se eleva su valor y necesitan sacarlos para poder recuperar esas tierras y hacer acumulación de dinero por vía de la renta urbana y del negocio de la arquitectura. La presión inmobiliaria es gigantesca”. La villa 31, la Rodrigo Bueno, los caseríos multiplicados en las orillas de un riachuelo siempre enfermo pero ahora rodeado por el camino de sirga son territorios en disputa. Como lo fueron en dictadura, las villas que afeaban la vista y era necesario quitar de un ramalazo, con enormes topadoras que devoraban paredes frágiles e inermes.
El Sheraton, el viejo Sheraton que soñaron hospital de niños que no fue, tiene maravillosa vista a la villa nacida en los años 30 cada vez más multitudinaria. Como el balcón saliente del mega hotel Four Seasons, de 600 ó 700 dólares la noche.
“Lo que ha sucedido en otros lugares del mundo con esto es que como esos terrenos son muy apetitosos para el sector privado y el sector inmobiliario, lo que termina pasando es que el sector inmobiliario compra esos lugares y la gente puede comprarse con ese dinero una casa en la ciudad o en cualquier otro lugar. Y ese lugar puede integrarse al puerto o hacer un sector de barrios para clase media”, supo decir la ahora vicepresidenta Gabriela Michetti apenas tres años atrás. Política neoliberal abiertamente al desnudo. Una clase brutal y didáctica de apropiación de la tierra que requiere, previamente, de un largo proceso de estigmatización, abandono de la infraestructura, quita (o no otorgamiento) de servicios.
Beatriz Pedro plantea: “se van generando situaciones que permiten que las tierras que pueden vender se las vaya comprando alguien desde el momento en que cuestan más baratas. Después se trabaja desde los gobiernos para definir nuevas normativas que posibiliten construir en esas tierras aquello que antes estaba prohibido. Y con eso, se llega a un proceso donde, por vía de desalojo blando (encarecimiento) o desalojo duro (represión)”.
Resultan extrañas las matemáticas. Más de dos millones de personas en villas y asentamientos que ocupan 6000 hectáreas. 220.000 personas en countries que se asientan en 36.000 hectáreas. 500.000 personas sin casa en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la que –como contrapartida- hay 340.000 viviendas vacías. Es difícil explicar la lógica de la tierra desde una perspectiva matemática. Hay números que no cierran. Hay lógicas que tienen poco que ver con la vida y la dignidad. De quién es la tierra sino de quien siembra la semilla y le pelea al desamparo.
Edición: 3092
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