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Por Carlos del Frade
(APe).- A ciento sesenta y cinco años de la muerte de San Martín es necesario pensar si al llamado “Padre de la Patria” verdaderamente lo conocen sus descendientes.
Corría el año 1812 y el primer triunvirato, constituido por Juan José Paso, Manuel de Sarratea y Chiclana, resolvió crear un impuesto que gravaba con un 20 por ciento el consumo interno de carne. En forma paralela eliminó distintas tasas que regulaban la exportación.
Semejante decisión de política económica generó la primera aparición pública de San Martín y sus granaderos. Ocuparon la Plaza de la Victoria, la de Mayo, y recién se retiraron cuando fueron designadas nuevas autoridades políticas.
El 3 de abril de 1815 el ejército que el director Carlos Alvear había enviado para reprimir a los artiguistas se sublevó contra la autoridad porteña. En Mendoza, en tanto, San Martín reunió a una Junta Militar que llamó tirano a Alvear y un cabildo abierto declaró rotos los vínculos con Buenos Aires. San Martín dejó de ser comisionado de la ciudad puerto y fue designado gobernador “electo por el pueblo”.
Setiembre de 1816. A los pies de la cordillera de Los Andes, San Martín sabe que no encontrará aliados entre los porteños o los representantes de la burguesía, por ello encara la alianza con los indios del sur mendocino.
“Los he convocado para hacerles saber que los españoles van a pasar del Chile con su ejército para matar a todos los indios, y robarles sus mujeres e hijos. En vista de ello y como yo también soy indio voy a acabar con los godos que les han robado a ustedes las tierras de sus antepasados, y para ello pasaré Los Andes con mi ejército y con esos cañones...Debo pasar por Los Andes por el sud, pero necesito para ello licencia de ustedes que son los dueños del país”, les dijo San Martín.
El 27 de julio de 1819, San Martín afirmó: “...Andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios: seamos libres y lo demás no importa nada”.
El 27 de agosto de 1821, ya en el gobierno de Perú, decretaría la abolición del tributo por vasallaje que debían pagar los indios a los españoles, la eliminación de la mita, la encomienda y el yanaconazgo y los declararía “peruanos” para intentar zanjar las diferencias del propio lenguaje. De tal forma seguía los mandatos que en su momento, ante la Puerta del Sol en Tiahuanaco, dispuso Juan José Castelli al frente del Ejército Expedicionario del Alto Perú cuando declaró ciudadanos e iguales a todos los indios.
En 1819, San Martín volvió a desobedecer al gobierno de Buenos Aires, representante político de los comerciantes porteños aliados a Gran Bretaña y a los propietarios de saladeros del Litoral que le ordenaba marchar contra el interior rebelado. Buenos Aires quería que reprima a las montoneras de López, Ramírez y Bustos. San Martín repitió su negativa.
Ya en Chile, en 1820, San Martín comunicó la necesidad de elegir un nuevo jefe ya que el gobierno de Buenos Aires había cesado. Sin embargo, aquel 2 de abril, los soldados de aquel primer Ejército Popular Latinoamericano en Armas, el de Los Andes, suscribieron un acta en la ciudad de Rancagua. “Queda sentado como base y principio que la autoridad que recibió el General de Los Andes para hacer la guerra a los españoles y adelantar la felicidad del país, no ha caducado ni puede caducar, pues que su origen, que es la salud del pueblo, es inmudable”.
“Para defender la causa de la independencia no se necesita otra cosa que orgullo nacional, pero para defender la libertad y sus derechos, se necesitan ciudadanos...a pesar de todas las combinaciones del despotismo, el evangelio de los derechos del hombre se propaga en medio de las contradicciones”, sostuvo San Martín en distintas ocasiones.
Era su plataforma política: liberación nacional y continental, derechos políticos que garanticen la dimensión de ciudadano y respeto por los derechos humanos.
“La ilustración y fomento de las letras es la llave maestra que abre las puertas de la abundancia y hace felices a los pueblos”, reglamentó cada vez que se hizo cargo de gobiernos estatales, regionales o nacionales, en Cuyo y Perú respectivamente.
Para el equipo de investigación de Walsh, “revolucionario en 1812 y 1815 contra gobiernos impuestos por Buenos Aires contra la voluntad de los pueblos; gobernador elegido por el pueblo cuyano; general en jefe reconocido por sus oficiales por un mandato originado en la salud del pueblo, pero sumiso al legítimo Congreso peruano; nunca creyó que la obediencia militar fuera un valor más alto que la soberanía popular. Este es el verdadero San Martín que desde hace un siglo es ocultado al pueblo soberano y a los militares que deben servirlo”, sostenía aquel documento.
A 165 años de su muerte, más allá de los bellos discursos de ocasión, San Martín continúa siendo un famoso desconocido.
Fuentes: “Cabral y Rivero, peones heroicos”, del autor de estas líneas.
Edición: 2980
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