Acindar, 2015

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Por Carlos Del Frade

(APe).- -Hay alrededor de mil doscientos trabajadores efectivos y otros tantos tercerizados… por eso sentimos que los despidos que sufrimos a principios de julio tienen la idea de dejar una huella para disciplinar a estas nuevas generaciones de obreros que vuelve a discutir condiciones de trabajo…-dice Matías Rufini, uno de los delegados de base e integrante de la Comisión Interna de Acindar, la empresa siderúrgica que ahora responde al grupo hindú Arcelor Mital.

En estos días, una vez más, como a lo largo de los últimos cuarenta años, Acindar produjo el despido de doce trabajadores y, en forma paralela, las familias de los trabajadores salieron a las calles de Villa Constitución, en el sur de la provincia de Santa Fe, a reclamar por la continuidad laboral.

Las fotografías volvieron a mostrar chicas y chicos, gurrumines que levantan papeles afiches con las leyendas que piden por la devolución del trabajo para sus padres.Esas imágenes tienen parientes cercanos en el proceso de la vida de un pueblo.

En 1991, por ejemplo, la fábrica tenía 3.600 trabajadores. Hoy, con menos de la mitad de obreros, la producción aumentó y también creció la tercerización.

A principios del tercer milenio, las luchas volvieron ante la indignación que generaron distintas muertes de trabajadores por falta de inversión en seguridad industrial.

Por eso Acindar, más allá de los cambios de firmas, parece seguir marcando pautas culturales entre las grandes empresas argentinas.

No es casualidad. Forma parte de la evolución social argentina.

Cuatro décadas atrás, su poder quedó marcado a fuego en la memoria de las mayorías.

En aquellos días de 1975, José Alfredo Martínez de Hoz era el gerente general de Acindar. Ya era conocido en el mundo obrero pero mucho más en los sectores dominantes de la Argentina. Su rol fue clave en la provincia de Tucumán, durante la primera parte de los años sesenta, cuando recomendó el cierre de ingenios azucareros que, tiempo después, generaría convulsiones sociales que fueron graficadas en la muestra artística impulsada por la CGT de los Argentinos en Rosario que se llamó “Tucumán Arde”.

En abril de 1974, uno de los hechos sociales, gremiales y políticos de mayor trascendencia tuvo lugar en Villa Constitución: el Villazo. El abrazo de toda la comunidad al triunfo de la Lista Marrón en la interna de la poderosa Unión Obrera Metalúrgica. La figura de Alberto Piccinini, junto a la de Agustín Tosco, René Salamanca, Raimundo Ongaro y Néstor Mouglia, generaba el repudio de las grandes patronales.

El 20 de marzo de 1975, los grandes empresarios de la zona invirtieron 200 dólares por cabeza para pagar a 4 mil asesinos la invasión de la ciudad obrera, la conversión del viejo albergue de solteros de la fábrica en uno de los primeros centros clandestinos de detención del país y la desaparición de casi setenta trabajadores a partir de aquel momento.

Eran los días del gobierno de María Estela Martínez de Perón, “Isabelita”, y aquella invasión a Villa Constitución presentaba en sociedad el terrorismo de estado, pensado desde los delincuentes de guante blanco, los grandes patrones, los verdaderos titiriteros de la sociedad y ejecutado, un año después, por los títeres macabros que fueron los integrantes de las fuerzas armadas y de seguridad.

Después del 24 de marzo de 1976, Martínez de Hoz, desde Acindar, asumiría el ministerio de Economía de la dictadura.

Los nuevos despidos en Acindar y su curiosa manera de aceptar la conciliación obligatoria sin permitir el ingreso de los trabajadores despedidos, hace necesario pensar el actual rol que cumplen los grandes señores que están por detrás del poder económico concentrado en las principales doscientas empresas que hoy manejan la Argentina.

Una vez más la memoria sirve para el presente, no para el pasado.

Porque ese legado explica también por qué las nuevas generaciones de trabajadores parecen ser educados en la obediencia debida a las grandes patronales.

Fuente: Diario “La Capital”, martes 21 de julio de 2015; “El litotral, 30 años después. Sangre, dinero y dignidad”, del autor de esta nota.

Edición: 2963


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