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Por Carlos Del Frade
(APe).- "...desde que sale la luna, a eso de las cuatro, hasta que se mete el sol, estamos en el monte... y acá vivimos, sin agua, ni luz, con la carne llena de moscas...", decía Sergio, por entonces con 28 años, hachero del Centro Forestal de Andino, sur de la provincia de Santa Fe, perteneciente a Celulosa Argentina.
Corría 1991 y trabajaban 618 obreros, más 250 fuera de convenio; a los que habría que sumar el tema tabú, como lo calificaron los dirigentes del sindicato de papeleros de Capitán Bermúdez: los 150 hacheros que sobreviven en condiciones infrahumanas en los montes de eucaliptos de la empresa.
En aquellos días, el hachero Almaraz, con quince años de experiencia en el monte, ganaba 70 pesos por quincena.
Llegaba hasta el Centro Forestal por medio de una canoa tirada a mano por una soga que atravesaba el río Carcarañá entre las orillas de Oliveros y Andino.
-Cuando uno se corta hay que esperar que pase algún tractor de la compañía o esperar que venga el canoero que cruza el Carcarañá... Donde vivimos no tenemos agua. Yo me vine desde Salta...ojalá mis hijos no sean hacheros...es lo peor que les puede pasar – decía Almaraz. ¿Qué se habrá hecho de su suerte y la de su familia?.
El canoero de entonces era Raúl Zanabria que tenía 56 años. Con sus brazos arrastraba la frágil embarcación que cruzaba un tramo de casi noventa metros, apoyando sus pies sobre una de las puntas de la canoa, mientras que con sus manos se toma de una soga que va de orilla a orilla.
Tirando con la fuerza de sus brazos, el hombre transporta durante doce horas diarias a los hacheros, sus familias y hasta las maestras que deben dar clases en la escuela 1231, que se encuentra en los terrenos de la empresa Celulosa.
-Es un trabajo de mierda, qué quiere que le diga... Cruzo a chicos, señoras, hacheros... algunos de ellos no tienen nada ahí en medio del monte – contaba entonces Don Zanabria que ganaba 150 pesos a principios de los años noventa.
Un cuarto de siglo después, la canoa sigue existiendo, postal que demuestra el carácter invicto de la explotación en la poderosa geografía económica santafesina.
Pero ahora es un chico de quince años el que arrastra la embarcación.
“De una soga y una canoa se vale Alexis para ir y venir de una margen a la otra del caudaloso río Carcarañá. Como en un relato del siglo XIX, cruza a su familia y a sus vecinos que van a trabajar o a hacer los mandados diarios a Oliveros. Hasta el año pasado iba a la escuela. Ya no. Tiene 15 años, es de mirada amable, sonríe y asegura que le encantaría volver a estudiar para ser soldador, electricista, veterinario. Su historia condensa olvidos e injusticias sociales”, relata la nota de la periodista Marcela Isaías en el diario “La Capital”, de la ciudad de Rosario.
La sensible trabajadora de prensa agrega un dato de la evolución de los patrimonios privados en la zona: “A poca distancia de donde están la canoa y la soga, provistas por la comuna de Oliveros, hay un puente. Está dentro de Campo Timbó, un country, club de golf y casas de fin de semana exclusivas. "Pero eso es privado, no te dejan pasar por nada", es la única respuesta —absolutamente naturalizada— que se recoge de cada persona a la que se le consulta en el pueblo por cómo cruzar el río. Y, efectivamente la propiedad privada de ese puente pesa más que la propia vida de quienes viven del otro lado de la orilla”, sostiene Isaías.
-Los pibes me peleaban todo el día…Me iba a las 6.30 para tomar el colectivo. Pero tampoco anduve ahí. Y además tenía que ayudar a mi familia – dice Alexis en relación a la frustrada experiencia escolar.
Casi un cuarto de siglo atrás, Don Zanabria, obrero despedido de Celulosa, hacía lo que podía para arrastrar la canoa por el Carcarañá, cargando incluso a una maestra que daba clases cuando los capataces del Centro Forestal se lo permitían.
La canoa y la soga siguen allí.
Ahora es un pibe de quince años el que se juega el cuerpo para cruzar de orilla a orilla, mientras crecen los negocios inmobiliarios privados.
De Don Zanabria a Alexis, la misma canoa, la misma soga, la misma explotación.
Una postal que marca con claridad la escasa profundidad que han adquirido los 32 años de democracia en estos arrabales del mundo.
Fuentes: “Desaparecidos, desocupados. Un por qué al ex cordón industrial del Gran Rosario”, libro de 1996; “Alexis, el chico que desde su canoa sueña con volver a estudiar”, nota de Marcela Isaías, diario “La Capital” de Rosario, sábado 4 de julio de 2015.
Edición: 2955
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