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Por Alfredo Grande
(APe).- El talento de Roberto Arlt nos permite entender como la crueldad se ensaña con Saverio. Crueldad que es nada menos y nada más, la planificación planificada del sufrimiento. Cuando es del propio sufrimiento, se denomina masoquismo. Cuando es el sufrimiento ajeno, se denomina sadismo. La diferencia entre crueldad y violencia es una exigencia teórica y una necesidad política. El tabú de la violencia sostiene el paradigma de la crueldad. Por eso el pacifismo fundamentalista es funcional y orgánico con la cultura represora. No discriminar personas es bueno. Pero no discriminar ideas es pésimo.
Es el comienzo de la cultura del cambalache, en la cual no solamente hay lodo sino que hay manoseo. No hay adobe que sirva para levantar las paredes, ni abrazo que sirva para levantar las almas. Embarrar la cancha, dinamitarla, contaminarla, envenenarla, y luego en esa misma cancha, intentar seguir jugando el partido. Los derechos televisivos mandan. La familia patriarcal, o sea, la familia, es una cancha embarrada y contaminada. Maltrato, abuso sexual, (violencia) crueldad de género. Pero la familia no es solamente “mamá, papá, nenes, nenas, el perrito, los juguetes, incluso el yogurísimo”.
Decir familia es decir: escuela sarmientina, catequesis religiosa y laica; educación no popular; servicio militar obligatorio; trabajo asalariado, privado o estatal. O sea: todas las instituciones que perpetúan el Orden Jerárquico. Y la crueldad como garante afectivo, político e institucional de todas las Jerarquías. Por el mandato, el mantra, la aspiración máxima de la Jerarquía es sostener el Principio de Autoridad. O sea: la Autoridad es el Principio. No es el Verbo. Es el Mandato. La resistencia a la Autoridad es penalizada. Porque la Autoridad se legitima a si misma desde la ley (represora). Donde hay Autoridad, hay cultura represora. Cuando la igualdad es noble y además hay que verla en un trono, me permito desconfiar del triple grito sagrado: libertad, libertad, libertad. En la familia patriarcal, o sea, en la familia, el trono está ocupado por la innoble desigualdad. La del Padre-Madre en injusta cinchada con hijos e hijas. El talentoso Antonio Gasalla lo resume en el título de su obra: “Mas respeto que soy tu madre”.
Ser madre, ser padre, ser abuelo y ser abuela, emana respeto inmanente. Respeto que es veneración, idolatría, sometimiento. Hoy la política nacional está organizada según el modelo patriarcal. Que tiene que ver con la jerarquía, no con el género. Hay varones antipatriarcales, entre los cuales a fuer de ser sincero no sé si incluirme, y mujeres pro patriarcales. Randazzo lo sufre en candidatura propia. Millones gastados en afiches donde su precandidatura era avalada y legitimada nada menos y nada más que por la Presidenta, hoy está reducida a la falsa moneda que de mano en mano va y ninguno se la queda. Elecciones de trabajo, de pareja, de estudios, de lugar de residencia, han sido pulverizadas por el pulgar abajo del César de turno. Pero si Moscú no cree en lágrimas, el pejotismo no cree en los deseos. El estado soy yo, en realidad, ella, y todos miran para arriba y escuchan para abajo. O sea, con la cabeza gacha.
La matriz de la familia patriarcal, o sea, de la familia, impregna y contamina otras matrices: educativas, deportivas, clericales, políticas, artísticas. Obviamente, aunque no es obvio, la familia patriarcal es efecto. No causa. Pero todo efecto en la cultura represora se organiza como nueva causa. Por eso se prolongan los efectos en generaciones y generaciones. El trasvasamiento generacional que proponía el General, finalmente se hizo. Pero con la receta de la cultura represora: autoridad toda, subordinación mucha, valor cada vez menos. Por eso he diferenciado militancia de militarización.
Los crueles Adams sostienen la trinidad represora: Autoridad, Jerarquía, Sometimiento. La propuesta para que haya “tiernos Adams” es subvertir esa trinidad. Revolucionar la vida es arrasar con las organizaciones que sostienen la cultura represora. Que no quede ni una sola. Porque de cada huevo olvidado saldrán demasiadas serpientes. La trinidad arrasada dará paso a un trípode deseante: Ascendiente, Asimetría y Autogestión. Así en el Estado como en la Familia. Los crueles Adams nunca podrán tolerar siquiera el pensamiento crítico que interpele al orden represor. Y la crueldad tiene efectos devastadores sobre el cuerpo y sobre la mente. El “quebrado” fue quebrado por la crueldad, especialmente la crueldad institucional. Pero los que han crecido bajando la cabeza, no pueden aspirar al placer de mirar a los ojos. Y menos de mirar la mente. O sea: de pensar el mandato para poder inventar el deseo. Con ternura venceremos, nos enseñó nuestro “loco Adams”. Alberto Morlachetti era tierno pero sabía mejor que muchos endurecerse. No lo conocí tan profundamente para saber si podía dejar de ser tierno. Pero lo conocí lo suficiente para saber que nunca hubiera podido ser cruel.
Edición: 2939
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