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“….todas las brujerías del brujito de Gulubú,
se curaron con la vacú, con la vacuna luna lunalú….”
(canción de la vacuna, María Elena Walsh).
Por Ignacio Pizzo (*)
Una nueva mutación que yo llamaría transposición de derechos emerge desde hace algún tiempo en nuestra Argentina, y se expresa fenotípicamente en una suerte de propaganda paradójica. El caso –Los médicos siempre hablamos de casos-, es el lanzamiento de la nueva vacuna contra el VPH (virus papiloma humano), que por resolución ministerial, presidencial o vaya a saber quién resuelve, ya es obligatoria en nuestro calendario nacional y las destinatarias son todas aquellas niñas a partir de los once años. Esta vacuna que viene empuñando el reconfirmado ministro Manzur en una mano, y algunos dicen con la cruz del Opus Dei en la otra, ha tenido un anticipo publicitario con Araceli González promoviendo vacunarse contra el cáncer de cuello de útero. Si bien es cierto que hay asociación entre este tipo de cáncer y el virus papiloma humano, es una maniobra mediática que considero imprudente.
Cuando menciono el término transposición extraído de los libros de genética, no lo hago por el mero hecho de innovar en los argumentos, sino para acercarme a alguna certeza en estos tiempos de tanto desasosiego. Si entendemos el derecho como sometimiento al poder de una parte de la vida (Mate, 2006 : 147) y depositamos nuestra salud en una estado de derecho que se basa en la violencia como señala Raúl Zibechi, pareciera lógico que quien acarrea el poder político se toma la atribución de administrar cuál de los derechos acumulados va a largar primero y a quien beneficiará.
Poco sabemos acerca del cáncer de cuello de útero. Sabemos sí que es una de la pocas patologías oncológicas que se pueden prevenir y curar en etapas tempranas, y que la técnica demostrada para tal fin fue desarrollada por el Doctor George N. Papanicolaou en 1928 e implementada desde 1941, abreviada con el nombre PAP. Ahora bien, el interrogante que se desprende de este singular análisis, abre más dudas, más desacuerdos con la política sanitaria, por el simple hecho de que al preguntarnos si tenemos garantizada la accesibilidad a los servicios de salud para realizar un seguimiento a todas las mujeres de nuestro territorio, no hace falta ser muy lúcido para manifestar un “no” rotundo. Si seguimos abriendo el tándem de preguntas y descubrimos que adoptamos una medida importada de países considerados desarrollados, como aquel de las relaciones carnales y otro del viejo mundo conquistador, y a su vez no desconocemos que el laboratorio Merck es uno de los que investigó y comercializó la vacuna, agregamos el infaltable mercantilismo sanitario enquistado en el seno del poder gobernante.
La inmunización de nuestra población constituye uno de los pilares de la prevención; ha significado la erradicación de pestes mencionadas en los libros de historia como es el caso de la viruela, y la reducción a valores casi imperceptibles de patologías graves como la polio o el tétanos, gracias a la implementación de programas seriamente diseñados y pensados para nuestros habitantes. Cuando este tipo de cofradía del sanitarismo se desprestigia de tal manera, como ha venido ocurriendo primero con la vacuna de la Gripe A H1N1 y ahora con la del VPH, ambas de dudosa eficacia y con una cantidad demostrable de reacciones adversas, los efectores de salud somos terreno fértil para que se deposite en nosotros la falta de credibilidad. La confusa información, que infiero es para dar señales visibles de que se está trabajando en el ámbito de la salud a la vez que se establece cierta complicidad con la industria farmaceutica, hace que me tome el pretencioso atrevimiento de utilizar términos de Antonio Gramsci cuando habla de “revolución pasiva” haciendo alusión al hecho de meterse en el bolsillo a gran parte del pueblo otorgando algunas reivindicaciones mientras se mantiene el poder de dominación del estado. Mientras se publicita y se aplica esta nueva medida sanitaria, la pobreza -que no es una cultura- y el modelo hospitalario expulsivo siguen contribuyendo a que existan problemas de salud que están lejos de abandonar este mundo. Algunos pequeños cambios para que todo continúe del mismo modo.
El intento de resistir ciertas resoluciones no es por tozudez desenfrenada, sino para tratar de acompañarnos en la apertura de nuestros ojos y al menos cuestionar esta idea de arrear en forma intempestiva a nuestras niñas a ser cobayos latinoamericanos desposeídos de toda decisión, sino por el contrario fortalecer la idea de que son sujetos que deciden sobre su propia integridad y son protagonistas de su sagrada vida.
(*) Médico generalista, Casa de los Niños de Avellaneda.
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